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martes, 22 de marzo de 2016

Leyendo "Don Quijote". 1ª parte. Capítulo 7 (vídeo).

Capítulo séptimo
De la segunda salida de nuestro buen caballero D. Quijote de la Mancha 



Las voces de Don Quijote, que en ese momento despertaba, hicieron que se interrumpiera la selección de libros, por los que se dan algunos títulos que fueron condenados al fuego siendo "inocentes".

Era más importante atender a nuestro protagonista, que puesto en pie, animaba en un supuesto torneo repartiendo cuchilladas por todas partes. Queriendo calmarle y que volviera al lecho y ante sus desvaríos, el cura, a quien llamó señor Arzobispo Turpin (de las aventuras de Roldán, caballero de Carlomagno) le calma: Calle vuestra merced, señor compadre, dijo el cura, que Dios será servido que la suerte se mude, y que lo que hoy se pierde se gane mañaa; y atienda vuestra merced a su salud por ahora, que me parece que debe de estar demasiadamente cansado, si ya no es que está mal ferido. Ferido no, dijo Don Quijote; pero molido y quebrantado no hay duda en ello
Y creyéndose esta vez Reinaldos de Montalbán, pidió de comer, comió y se volvió a quedar dormido.

Quemados los libros y tapiado el aposento-biblioteca para que no pudiera Don Quijote acceder a él (por obra de encantamiento, dirían) pasaron dos días hasta que nuestro caballero se levantó buscando, efectivamente, sus libros y quedó muy encolerizado por el supuesto hechizo. Sin embargo, permaneció en su casa muy tranquilo durante quince días entretenido con las visitas de sus amigos, el barbero y el cura.

Pero no cejaba en sus ideas, y por eso "En este tiempo solicitó Don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien (si es que ese título se puede dar al que es pobre), pero de muy poca sal en la mollera. En resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salir con él y servirle de escudero"

"Decíale entre otras cosas Don Quijote, que se dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez le podía suceder aventura que ganase en quítame allá esas pajas, alguna ínsula, y le dejase a él por gobernador de ella. Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza (que así se llamaba el labrador) dejó su mujer e hijos, y asentó por escudero de su vecino.
No olvidaba los consejos que le diera el castellano que le había armado caballero, por lo que "Dio luego Don Quijote orden en buscar dineros; y vendiendo una cosa, y empeñando otra, y malbaratándolas todas, allegó una razonable cantidad. Acomodóse asimismo de una rodela que pidió prestada a un su amigo, y pertrechando a su rota celada lo mejor que pudo, avisó a su escudero Sancho del día y la hora que pensaba ponerse en camino, para que él se acomodase de lo que viese que más le era menester; sobre todo, le encargó que llevase alforjas."

Y así "Todo lo cual hecho y cumplido, sin despedirse Panza de sus hijos y mujer, ni Don Quijote de su ama y sobrina, una noche se salieron del lugar sin que persona los viese, en la cual caminaron tanto, que al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallarían aunque les buscasen. Iba Sancho Panza sobre su jumento como un patriarca, con sus alforjas y su bota, y con mucho deseo de verse ya gobernador de la ínsula que su amo le había prometido." Emprendieron el mismo camino que en su salida anterior tomara Don Quijote por el Campo de Montiel, y empezamos a ver en las conversaciones sobre la supuesta ínsula e incluso algún reino que el caballero prometía, la sabiduría socarrona y muchas veces tan acertada del escudero frente a las ilusiones y aires de grandeza de su nuevo señor.

¡Seguimos!