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Capítulo quinto Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero
Aquí tenemos a Don Quijote donde le habíamos dejado: molido a palos y sin poderse levantar. Triste situación, sin duda.
Pero
nada que no hubiera pasado a algún noble caballero en sus aventuras, y
repasando en su recuerdo alguna parecida a la suya, recordó elromance de Baldovinos y el Marqués de Mantua
en el que el primero, gravemente herido, fue rescatado por el segundo,
su tío, que casualmente se había perdido por el bosque en mitad de una
cacería.
Comenzó, pues, a recitar dicho romance nuestro
protagonista y dio la casualidad de que le oyó un labrador vecino suyo.
Verle y creer que era el mismo Marqués de Mantua fue todo uno, y
mientras el hombre le ayudaba a levantarse y montar en su borrico
cargando a Rocinante con la armadura, armas y los restos de la lanza,
oía a su vecino dar quejas, primero como si fuera Baldovinos, luego,
como el Abencerraje de "La Diana" de Jorge de Montemayor, según le
pareciera más propio a la situación y a las preguntas que le hacía el
labrador, no solo por su quejidos lastimeros, sino también asustado de
su locura. Y aunque le intentó hacer ver que ninguno de los dos era
alguno de aquellos personajes, "yo sé
quien soy, respondió Don Quijote, y sé que puedo ser, no sólo los que he
dicho, sino todos los doce Pares de Francia, y aún todos los nueve de
la fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno de
por sí hicieron, se aventajarán las mías"
En fin, decidió el preocupado vecino devolverle a su casa aprovechando la noche para que no le vieran en ese estado y "Llegada,
pues, la hora que le pareció, entró en el pueblo y en casa de Don
Quijote, la cual halló toda alborotada, y estaban en ella el cura y el
barbero del lugar, que eran grandes amigos de Don Quijote, que estaba
diciéndoles su ama a voces: ¿qué le parece a vuestra merced, señor
licenciado, Pero Pérez, que así se llamaba el cura, de la desgracia de
mi señor? Seis días ha que no parecen él, ni el rocín, ni la adarga, ni
la lanza, ni las armas. ¡Desventurada de mí!."
Oyendo también los comentarios de la sobrina "Mas
yo me tengo la culpa de todo, que no avisé a vuestras mercedes de los
disparates de mi señor tío, para que lo remediaran antes de llegar a lo
que ha llegado, y quemaran todos estos descomulgados libros (que tiene
muchos), que bien merecen ser abrasados como si fuesen de herejes. Esto
digo yo también, dijo el cura, y a fe que no se pase el día de mañana
sin que de ellos no se haga auto público, y sean condenados al fuego,
porque no den ocasión a quien los leyere de hacer lo que mi buen amigo
debe de haber hecho." comprendió el labrador lo que le pasaba a
Don Quijote, y sin querer llevarle la contraria, avisó a los que
hablaban de a quién traía.
Y así fue cómo nuestro caballero
regresó de su primera salida y se encontró reposando de nuevo en su cama
y cómo el cura, al oírle relatar sus aventuras, se decidió a acabar de
una vez con aquellos libros causantes de semejante locura.