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jueves, 30 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 30.

Capítulo trigésimo
Que trata de la discreción de la hermosa Dorotea, con otras cosas de mucho gusto y pasatiempo
Estaban calentándosele los cascos a Don Quijote viendo cómo criticaban su hazaña al liberar a los galeotes. Y mal hubiera acabado la cosa para los bromistas si no hubiera sido por la oportuna y discreta intervención de Dorotea, que recordándole a nuestro caballero la promesa que hizo de ayudarla, y justificando las palabras de cura y barbero porque desconocían que era obra del caballero tan insigne a quien se dirigían, consiguió calmarle.

Ya vuelto en razón, pidió a Dorotea (a quien él creía princesa Micomicona) le diera cuenta de sus desventuras para saber en qué pudiera ayudarla, y aunque al principio se trabucó por no recordar qué nombre era el que le había dado el cura al presentarla, supo salir tan bien del paso e inventó una historia tan atractiva en la que le habían encomendado ir al encuentro de nuestro caballlero, que él se sintió a la vez halagado y convencido, por lo que no hizo falta mucho para decidir ponerse en camino...

Imagen¿Qué te parece Sancho amigo? dijo a este punto Don Quijote. ¿No oyes lo que pasa? ¿No te lo dije yo? Mira si tenemos ya reino que mandar, y reina con quien casar. Eso juro yo, dijo Sancho, para el puto que no se casare en abriendo el gaznatico al señor Pandahilado: pues monta que es mala la reina, así se me vuelvan las pulgas de la cama. Y diciendo esto, dió dos zapatetas en el aire con muestras de grandísimo contento

Estaban todos tan satisfechos, unos porque tan bien saliera el engaño y otros -Don Quijote y Sancho- porque se las prometían felices y veían cerca el cumplimiento de sus sueños. No obstante, vio Sancho que no estaba Don Quijote por la labor de casarse con la princesa después de haber dado su amor a Dulcinea, y eso le incomodó, ya que él era casado y veía con eso perder la ocasión que se le presentaba:

Voto a mí, que no tiene vuestra merced, señor Don Quijote, cabal juicio, pues como, ¿es posible que pone vuestra merced en duda el casarse con tan alta princesa como aquesta? ¿Piensa que le ha de ofrecer la fortuna tras de cada cantillo semejante ventura como la que ahora se le ofrece? ¿Es por dicha más hermosa mi señora Dulcinea? No por cierto, ni aun con la mitad, y aún estoy por decir que no llega a su zapato de la que está delante. Así noramala alcanzaré yo el condado que espero, si vuestra merced se anda a pedir cotufas en el golfo. Cásese, cásese luego, encomiéndole a Satanás, y tome ese reino que se le viene a las manos de vobis vobis, y en siendo rey, hágame marqués o adelantado, y luego siquiera se lo lleve el diablo todo.

Hubo más que palabras... pero al fin, estaban amo y criado destinados a entenderse, con lo que la cosa quedó en la petición de perdón de Sancho y la tranquilidad de Don Quijote.

Puestos en camino de nuevo, quiso la suerte que se encontrasen de nuevo con Ginés de Pasamonte montado en el jumento robado a Sancho, y de este modo pudo nuestro escudero recuperar su caballería, a la que recibió con los mismos besos y abrazos que si del mejor amigo se tratara.

Pudieron Dorotea y nuestros nuevos personajes intercambiar impresiones entre ellos mientras Don Quijote pedía a Sancho más detalles sobre su visita a Dulcinea y la entrega de su carta. Detalles que Sancho le dio mezclando fantasía y realidad como mejor pudo... Y así les dejamos en su camino...

¡Seguimos!

miércoles, 29 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 29

Capítulo vigésimo noveno
Que trata del gracioso artificio y orden que se tuvo en sacar a nuestro enamorado caballero de la asperísima penitencia en que se había puesto
Terminó Dorotea de contar su historia y se presentó Cardenio a ella, como segundo perjudicado por el fatal matrimonio entre Luscinda y don Fernando, ofreciéndose a ayudarla en lo que fuese necesario para obligar a reparar el daño. No sabían bien qué decisión tomar, y fue el licenciado quien respondió por entrambos y aprobó el buen discurso de Cardenio, y sobre todo, les rogó, aconsejó y persuadió que se fuesen con él a su aldea, donde se podrían reparar de las cosas que les faltaban, y que allí se daría orden como buscar a don Fernando, o como llevar a Dorotea a sus padres, o hacer lo que más les pareciese conveniente. Cardenio y Dorotea se lo agradecieron y aceptaron la merced que se les ofrecía.

En esto oyeron voces y conocieron que el que las daba era Sancho Panza, que por no haberlos hallado en el lugar donde los dejó, los llamaba a voces. Saliéronle al encuentro, y preguntándole por Don Quijote, les dijo como le había hallado desnudo en camisa, flaco, amarillo, y muerto de hambre, y suspirando por su señora Dulcinea; y que puesto que le había dicho que ella le mandaba que saliese de aquel lugar, y se fuese al del Toboso, donde le quedaba esperando, había respondido que estaba determinado de no parecer ante su fermosura, fasta que hubiese fecho fazañas que le ficiesen digno de su gracia; y que si aquello pasaba adelante, corría peligro no venir a ser emperador, como estaba obligado, ni aun arzobispo, que era lo menos que podía ser. Por eso, que mirasen lo que se había de hacer para sacarle de allí.

Imagen Tranquilizaron a Sancho sus amigos, contando a Cardenio y Dorotea cuál era la situación y cómo habían decidido rescatar a Don Quijote de su locura, haciéndole regresar a su casa. En seguida se aprestaron a ayudar, y lo primero fue que Dorotea se vistió con ricos ropajes que llevaba escondidos. Ante el asombro de Sancho, y por mantener las historias que Don Quijote contaba, el cura la presentó del siguiente modo: es la heredera por línea recta de varón del gran reino de Micomicón, la cual viene en busca de vuestro amo a pedirle un don, el cual es que le desfaga un tuerto o agravio que un mal gigante le tiene fecho, y a la fama que de buen caballero vuestro amo tiene por todo lo descubierto, de Guinea ha venido a buscarle esta princesa

Quedó encantado Sancho, que cada vez -nos tememos que más por interés que por contagio- estaba más dispuesto a creer las extraordinarias ensoñaciones de su amo, ya que pronto se apresuró a pedir que en premio a su ayuda le diesen un gobierno, ya que como arzobispo poco le iba a poder favorecer a él... A todo accedieron con tal de seguir adelante, y así fue como Dorotea, convertida en la princesa Micomicona, dejó atrás a Cardenio, al cura y al barbero, que temían ser reconocidos por Don Quijote, y se aprestó a dirigirse a pedir a nuestro protagonista su ayuda de caballero.

Difícil resumir sin que pierda gracia lo que sucedió entre Dorotea-Micomicona y Don Quijote (mejor disfrutarlo leyéndolo), pero sí aclarar que la reacción de nuestro caballero fue la que cabía esperar, poniéndose en todo y rápidamente a las órdenes de la supuesta princesa para matar al gigante que la perjudicaba y a mil más como él si hiciera falta.

Así se pusieron en marcha, haciéndose el cura y Cardenio (disfrazados) los encontradizos por el camino, sucediendo divertidas anécdotas como el hechizo por el que el cura repuso la mandíbula y las barbas al supuesto escudero de la princesa Micomicona, que causó gran impacto en nuestro caballero, o -después de que Sancho les contase la aventura de los galeotes-, los apuros que pasó Don Quijote al contarle que habían sido robados y maltratados por ellos...

Y así continúan su viaje, en el que nosotros les acompañamos...

¡Seguimos!


martes, 28 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 28

Capítulo vigésimo octavo

Que trata de la nueva y agradable aventura que al cura y barbero sucedió en la misma sierra

Estaban, como recordaremos, el cura y el barbero hablando con el desventurado Cardenio, cuando unas sonoras quejas procedentes de un lugar cercano a ellos les hace acercarse a ver quién se lamentaba de tal modo... no hubieron andado veinte pasos, cuando detrás de un peñasco vieron sentado al pie de un fresno a un mozo vestido como labrador, al cual, por tener inclinado el rostro, a causa de que se lavaba los pies en el arroyo que por allí corría, no se le pudieron ver entonces; y ellos llegaron con tanto silencio, que de él no fueron sentidos, ni él estaba a otra cosa atento que a lavarse los pies, que eran tales, que no parecían sino dos pedazos de blanco cristal, que entre las otras piedras del arroyo se habían nacido.
Imagen
Llevados por su curiosidad, se escondieron para no ser notados y poder contemplar sin ser vistos. El supuesto mancebo se dedicaba a su aseo cuando El mozo se quitó la montera, y sacudiendo la cabeza a una y otra parte se comenzaron a descoger y desparcir unos cabellos que pudieran los del sol tenerles envidia. Con esto conocieron que el que parecía labrador era mujer, y delicada, y aun la más hermosa que hasta entonces los ojos de los dos habían visto, y aun los de Cardenio, si no hubieran mirado y conocido a Luscinda,

La mujer acabó descubriéndolos y quiso huir, cosa imposible por hallarse descalza, por lo que pronto la alcanzaron e intentaron tranquilizarla Así que, señora mía, o señor mío, o lo que vos quisiéreis ser, perded el sobresalto que nuestra vista os ha causado, y contadnos vuestra buena o mala suerte, que en nosotros juntos, o en cada uno, hallaréis quien os ayude a sentir vuestras desgracias".

Como vemos, era ese lugar ideal para los amantes desengañados, y no había elegido mal Don Quijote... ya eran tres los que alli lloraban sus penas.

No es la intención de esta sección desentrañar lo que aquí ocurre, sino despertar las ganas de leerlo, así que si queréis saber la causa de que mujer tan hermosa se decidiera a perderse en esos riscos de la sierra en traje de varón, en este capítulo lo encontraréis. Sólo adelantaros que se trata de Dorotea, prometida al Don Fernando que casó con Luscinda, la causante de los males de Cardenio...

Así es como se entrelazan dos historias intrísecamente unidas y dos enamorados perjudicados por una misma traición que no fue tanta, porque cuenta Dorotea que Luscinda, en su boda...

¡¡Seguimos!!