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martes, 3 de noviembre de 2015

Leyendo "Don Quijote". 1ª parte. Capítulo 4 (vídeo)

Capítulo cuarto
De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta


Ya amanecía cuando nuestro flamante caballero, orgulloso de su "gran noche", cabalgaba de nuevo. Pero, ¡cómo no!, dando vueltas en su mente a los consejos del "castellano", decidió que era importante hacer lo que le había recomendado y volver a su casa a por dineros, ropa limpia y, sobre todo, un escudero.

En ésas estaba, cuando al pasar cerca de un bosque oyó quejidos lastimeros y vio la primera ocasión de practicar su oficio. Se dirigió hacia allí y vio "atada una yegua a una encina, y atado en otra un muchacho desnudo de medio cuerpo arriba, de edad de quince años, que era el que las voces daba y no sin causa, porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprensión y consejo, porque decía: la lengua queda y los ojos listos. Y el muchacho respondía: no lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo haré otra vez, y yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato"
ImagenNo lo pensó dos veces Don Quijote y se dirigió hacia el hombre que así maltrataba al joven (creyéndole caballero también por tener una lanza apoyada en el árbol junto a la yegua). El motivo del castigo era que el dueño del rebaño acusaba al chico de ser ladrón, ya que cada día le faltaba alguna oveja, mientras que el muchacho replicaba que hacía mucho que el hombre no le pagaba el salario prometido.

Quiso nuestro caballero hacer justicia mandando al chico, Andrés, que acompañase a su patrón, Juan Haldudo, a donde decía tener su dinero, aconsejándole que se fiara de su condición, a pesar de sus dudas, dándole su promesa de volver a castigarle si no cumplía. Y con la confianza que Don Quijote tenía en la palabra dada, siguió su camino muy satisfecho de cómo había solucionado el problema (enderezado el entuerto o deshecho el agravio).

En cuanto desapareció nuestro iluso protagonista, mientras pensaba él en lo bien que había actuado, el hombre volvió a atar al chico y siguió pegándole hasta que le pareció suficiente. Recomendándole cuando le soltó: "Llamad, señor Andrés, ahora, decía el labrador, al desfacedor de agravios, veréis cómo no desface aqueste, aunque creo que no está acabado de hacer, porque me viene gana de desollaros vivo, como vos temíades."

Juró el muchacho ir a buscar a Don Quijote porque todavía tenía edad de creer en caballeros, pero, entretanto, "él se partió llorando y su amo se quedó riendo.".

No hubo de andar mucho Rocinante, que era quien decidía el camino a seguir, cuando se cruzaron con unos mercaderes toledanos que iban a comprar a Murcia."Eran seis, y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie.".

Como parece natural ya, pues vamos conociendo a nuestro protagonista, de nuevo atribuyó al grupo cualidades que no tenía, y parándose en mitad del camino les increpó: "todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.".

Cervantes, viajero infatigable por su trabajo como recaudador y por su propio carácter, era buen conocedor de las gentes que poblaban los caminos y así, a lo largo de la obra, nos los va retratando como gente sencilla pero socarrona, dispuesta siempre a pasar un buen rato a costa de quienquiera que se atreviera a hacerles frente, si en broma, por broma, si de veras, por orgullo y porque era gente acostumbrada a las peleas. Así que tantearon al caballero diciéndole que les enseñara tan gran hermosura, que no tendrían ningún problema en reconocerla si así era.

Planteó Don Quijote, con su aplastante lógica: "¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia: que ahora vengáis uno a uno, como pide la orden de caballería, ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en la razón que de mi parte tengo."

Hay que reconocer que, aparte de fanfarrón, gustaba nuestro caballero de meterse en jaleos, porque a
pesar de que quisieron convencerle, "arremetió con la lanza baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara  ImagenRocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fue rodando su amo una buena pieza por el campo, y queriéndose levantar, jamás pudo: tal embarazo le causaba la lanza, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas" y aun así, tirado en el suelo, exclamaba: "non fuyáis, gente cobarde, gente cautiva, atended que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido." Sin duda era demasiada altanería, así que uno de los mozos de mulas, no sólo le partió la lanza, sino que aprovechó los pedazos, al ver que ni aún así se callaba, para dejarle tan molido "como cibera" (Residuo de los frutos después de exprimidos.).

Cuando el mozo se cansó y todos se fueron, Don Quijote, que si no había podido levantarse cuando cayó de Rocinante, menos podía ahora después de la paliza, aún supo sacar sus propias conclusiones a lo que había pasado "Y aún se tenía por dichoso, pareciéndole que aquella era propia desgracia de caballeros andantes, y toda la atribuía a la falta de su caballo"

¡Seguimos!



martes, 8 de mayo de 2012

Proseguimos la lectura del Don Quijote. Y llegamos al capítulo 31

De los sabrosos razonamientos que pasaron entre Don Quijote y Sancho Panza su escudero, con otros sucesos

Habíamos dejado a Sancho con un interesado Don Quijote. Contaba Sancho su visita a Dulcinea y una vez más nos hallamos ante el contraste entre la sinceridad del escudero y la fantasía de su amo.

¿Y qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas, o bordando alguna empresa con oro de cañutillo para este su cautivo prisionero. No la hallé, respondió Sancho, sino aechando dos hanegas de trigo en un corral de su casa.

sábado, 22 de octubre de 2011

Leyendo "El Quijote". Primera parte. Cap. 22

Capítulo vigésimosegundo


De la libertad que dio Don Quijote a muchos desdichados que mal de su grado los llevaban donde no quisieran ir


De nuevo Cervantes, como para "curarse en salud", nos recuerda que estamos leyendo una gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia producto de la creatividad de Cide Hamete Ben-Engeli.

Cuenta esta vez que nuestros dos protagonistas, después de haber departido ampliamente sobre lo que pensaban conseguir en el futuro, van al encuentro de (o sería mejor decir "les viene") una nueva aventura al observar la comitiva formada por hasta doce hombres a pie ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos. Venían asimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie;.




Se le ocurre a Sancho comentar que serían sin duda galeotes, "gente que por sus delitos va condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza", como él mismo explica.

Es oír la expresión "de por fuerza" y despertarse en Don Quijote el ardor caballeresco por el que debía ayudarles a pesar de que su escudero le recuerda que es la misma justicia del rey la que les condena por sus malas acciones.

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jueves, 6 de octubre de 2011

Seguimos leyendo "El Quijote"... Cap. 21

Capítulo vigésimoprimero


Que trata de la alta aventura y rica ganancia del yelmo de Mambrino, con otras cosas sucedidas a nuestro invencible caballero


Estaba "mosqueado" nuestro caballero con el susto de los batanes, y ni siquiera los quiso usar para protegerse de la lluvia, así que siguieron su camino.

De repente ven a lo lejos a un jinete que portaba algo que relucía como el oro y poco necesitó nuestro caballero para comentar:

Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la misma experiencia, madre de las ciencias todas, especialmente aquel que dice: donde una puerta se cierra otra se abre: dígolo, porque si anoche nos cerró la ventura la puerta de la que buscábamos, engañándonos con los batanes, ahora nos abre de par en par otra para otra mejor y más cierta aventura, (...) digo esto, porque si no me engaño, hacia nosotros viene uno que trae en su cabeza puesto el yelmo de Mambrino, sobre que yo hice el juramento que sabes.


Sancho ya no sabía qué hacer o decir... intentó convencer a su amo de que no se metiera en más líos y que bien pudiera ser que no fuera lo que creía.

domingo, 3 de julio de 2011

Leyendo "Don Quijote". 1ª parte. Cap.11

Capítulo undécimo
De lo que sucedió a Don Quijote con unos cabreros

Dispuestos a pasar la noche junto a los cabreros, no pudo pasar desapercibido a Don Quijote el buen olor que despedía un guiso que estaban haciendo para cenar, y aceptaron gustosos la invitación que les hicieron de compartirlo con ellos.

Frente a los delirios de grandeza de nuestro caballero, aprovecha Cervantes la ocasión para acercarnos algo más al carácter y naturaleza sencilla de Sancho, pues queriendo Don Quijote mostrarse benévolo y espléndido, permitiendo a Sancho, que estaba de pie, sentarse con ellos, desdeña el supuesto honor que su amo quería hacerle, pues prefiere la comodidad a tener que guardar etiquetas: ¡Gran merced! dijo Sancho; pero sé decir a vuestra merced, que como yo tuviese bien de comer, tan bien y mejor me lo comería en pie y a mis solas, como sentado a par de un emperador. Y aún si va a decir verdad, mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres sin respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas, donde me sea forzoso mascar (...)
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viernes, 24 de junio de 2011

Leyendo "Don Quijote".1ª parte. Capítulo 9. Manuscrito de Benengeli.

Capítulo noveno
Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron

Hasta aquí decide Cervantes que llegaba el supuesto pergamino en el que se relataba el inicio de las aventuras de nuestro hidalgo (hijo de algo= caballero) y a partir de aquí, tras pensar en que era imposible que semejante caballero no hubiera tenido quien siguiera contando sus hazañas, nos relata: "está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: esta Dulcinea del Toboso, tantas veces, en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha. Cuando yo oí decir Dulcinea del Toboso, quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de Don Quijote. Con esta imaginación le di priesa que leyese el principio; y haciéndolo así, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de Don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo."

Llevado por el interés que tenía nuestro autor en saber la continuación de sus peripecias "Apartéme luego con el morisco por el claustro de la iglesia mayor, y roguéle me volviese aquellos cartapacios, todos los que trataban de Don Quijote, en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él quisiese".

Y así tenemos la primera descripción general de los protagonistas:
"Estaba en el primer cartapacio pintada muy al natural la batalla de Don Quijote con el vizcaíno, puestos en la misma postura que la historia cuenta, levantadas las espadas, el uno cubierto de su rodela, el otro de la almohada, y la mula del vizcaíno tan al vivo, que estaba mostrando ser de alquiler a tiro de ballesta. Tenía a los pies el vizcaíno un título que decía: Don Sancho de Azpeitia que sin duda debía de ser su nombre, y a los pies de Rocinante estaba otro, que decía: Don Quijote; estaba Rocinante maravillosamente pintado, tan largo y tendido, tan atenuado y flaco, con tanto espinazo, tan hético confirmado, que mostraba bien al descubierto con cuánta advertencia y propiedad se le había puesto el nombre de Rocinante. Junto a él estaba Sancho Panza, que tenía del cabestro a su asno, a los pies del cual estaba otro rótulo, que decía: Sancho Zancas; y debía de ser que tenía, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto, y las zancas largas, y por esto se le debió de poner nombre de Panza y Zancas, que con estos dos sobrenombres se le llama algunas veces en la historia."

De este modo, entregada la traducción, se llega a la continuación de la lucha donde la habíamos dejado : "el primero que fue a descargar el golpe fue el colérico vizcaíno, el cual fue dado con tanta fuerza y tanta furia, que a no volvérsele la espada en el camino, aquel solo golpe fuera bastante para dar fin a su rigurosa contienda, y a todas las aventuras de nuestro caballero; mas la buena suerte, que para mayores cosas le tenía guardado, torció la espada de su contrario, de modo que aunque le acertó en el hombro izquierdo, no le hizo otro daño qeu desarmarle todo aquel lado, llevándole de camino gran parte de la celada con la mitad de la oreja, que todo ello con espantosa ruina vino al suelo, dejándole muy maltrecho."

Imagen

Don Quijote, furioso, contraatacó y "Estaba el vizcaíno tan turbado que no podía responder palabra, y él lo pasara mal, según estaba ciego Don Quijote, si las señoras del coche, que hasta entonces con gran desmayo habían mirado la pendencia, no fueran adonde estaba y le pidieran con mucho encarecimiento les hiciera tan grande merced y favor de perdonar la vida a aquel su escudero; a lo cual Don Quijote respondió con mucho entono y gravedad: por cierto, fermosas señoras, yo soy muy contento de hacer lo que me pedís; mas ha de ser con una condición y concerto, y es que este caballero ma ha de prometer de ir al lugar del Toboso, y presentarse de mi parte ante la sin par doña Dulcinea, para que ella haga de él lo que más fuere de su voluntad. Las temerosas y desconsoladas señoras, sin entrar en cuenta de lo que Don Quijote pedía, y sin preguntar quién Dulcinea fuese, le prometieron que el escudero haría todo aquello que de su parte le fuese mandado: pues en fe de esa palabra, yo no le haré más daño, puesto que me lo tenía bien merecido"

¡Seguimos!

miércoles, 22 de junio de 2011

Leyendo "Don Quijote". 1ª parte. Capítulo 6.

Capítulo sexto
Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo
Imagen

Todavía dormía nuestro caballero cuando ya sus amigos, el ama y la sobrina se dispusieron a hacer limpieza en su biblioteca para librarle -un poco tarde, quizás- de los malos efectos que algunos podían haberle producido. Y así, analizando de uno en uno al principio y más en general después, hicieron tres apartados en los que Cervantes demuestra conocer ampliamente la literatura de su época y se permite, además, una crítica a sí mismo:

Libros para conservar:
los cuatro de Amadís de Gaula, por ser los primeros y no tener culpa de las atrocidades que hicieran sus seguidores.
Salva el Palmerín de Inglaterra porque "Todas las aventuras del castillo de Miraguarda son bonísimas y de grande artificio, las razones cortesanas y claras que guardan y miran el decoro del que habla, con mucha propiedad y entendimiento"
De Historia del famoso caballero Tirante el Blanco. comenta: "Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es este el mejor libro del mundo; aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con otras cosas de que todos los demás libros de este género carecen."
De libros pastoriles, salva el cura La Diana de Gil Polo; de los diez libros de Fortuna de Amor, compuesto por Antonio de Lofraso, comenta: "tan gracioso ni tan disparatado libro como ese no se ha compuesto, y que por su camino es el mejor y el más único de cuantos de este género han salido a la luz del mundo"
De el Pastor de Filida No es ese pastor, dijo el cura, sino muy discreto cortesano; guárdese como joya preciosa 
La Araucana de don Alonso de Ercilla; la Austríada de don Juan Rufo, jurado de Córdoba y el Montserrat de Cristóbal de Virues, poeta valenciano. "pueden competir con los más famosos de Italia: guárdense como las más ricas prendas de poesía que tiene España.
Ya cansados, iban a tirar el resto de libros cuando asoma Las lágrimas de Angélica que resulta también salvado "porque su autor fue uno de los famosos poetas del mundo, no sólo de España, y fue felicísimo en la traducción de algunas fábulas de Ovidio. "

Libros para quemar:
Las sergas de Esplandián, hijo legítimo de Amadís de Gaula
"Amadís de Grecia, y aun todos los de este lado, a lo que creo, son del mismo linaje de Amadís" "Pues vayan todos al corral, dijo el cura, que a trueco de quemar a la reina Pintiquiniestra, y al pastor Darinel, y a sus églogas, y a las endiabladas y revueltas razones de su autor, quemara con ellos al padre que me engendró, si anduviera en figura de caballero andante."
Don Olicante de Laura. El autor de ese libro, dijo el cura, fue el mismo que compuso a  Jardín de Flores(...)solo sé decir que este irá al corral por disparatado y arrogante.
Les siguieron: Florismarte de Hircania, El caballero Platir, El caballero de la Cruz, Bernardo del Carpio, Roncesvalles, Palmerín de Oliva, la Diana llamada Segunda del Salmantino, el Pastor de Iberia, Ninfas de Henares y Desengaño de Zelos.

Libros "en cuarentena" que no merecían ser quemados, pero convenía mantener aparte:
Al llegar a Espejo de Caballerías, arremete Cervantes contra los malos traductores "y aquí le perdonáramos al señor capitán, que no le hubiera traído a España, y hecho castellano; que le quitó mucho de su natural valor, y lo mismo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua, que por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento."
Don Belianís. Pues ese, replicó el cura, con la segunda y tercera y cuarta parte, tienen necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólera suya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de la fama, y otras impertinencias de más importancia, para lo cual se les da término ultramarino, y como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o de justicia

Pasan a otra sección de la biblioteca en la que hallan la Diana, de Jorge de Montemayor, y creyendo el cura que la poesía bucólica poco daño podía hacer, le advierte la sobrina de Don Quijote: Bien los puede vuestra merced mandar quemar como a los demás, porque no sería mucho que habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo estos se le antojase de hacerse pastor, y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y lo que sería peor, hacerse poeta, que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza por lo que deciden reservar solo las partes en prosa.

No desaprovecha Cervantes el "guardarse las espaldas" cuando de amigos se trata al comentar el Tesoro de varias poesías. Como ellas no fueran tantas, dijo el cura, fueran más estimadas; menester es que este libro se escarde y limpie de algunas bajezas que entre sus grandezas tiene; guárdese, porque su autor es amigo mío, y por respeto de otras más heroicas y levantadas obras que ha escrito y el Cancionero de López Maldonado, pero resulta curioso que incluya una autocrítica de su obra La Galatea "Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención, propone algo y no concluye nada. Es menester esperar la segunda parte que promete; quizá con la enmienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega;"

Y así concluye este capítulo. ¡Seguimos!

Leyendo "Don Quijote". 1ª parte. Capítulo 5.

Capítulo quinto
Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero

Aquí tenemos a Don Quijote donde le habíamos dejado: molido a palos y sin poderse levantar. Triste situación, sin duda.

Pero nada que no hubiera pasado a algún noble caballero en sus aventuras, y repasando en su recuerdo alguna parecida a la suya, recordó el romance de Baldovinos y el Marqués de Mantua en el que el primero, gravemente herido, fue rescatado por el segundo, su tío, que casualmente se había perdido por el bosque en mitad de una cacería.

Comenzó, pues, a recitar dicho romance nuestro protagonista y dio la casualidad de que le oyó un labrador vecino suyo. Verle y creer que era el mismo Marqués de Mantua fue todo uno, y mientras el hombre le ayudaba a levantarse y montar en su borrico cargando a Rocinante con la armadura, armas y los restos de la lanza, oía a su vecino dar quejas, primero como si fuera Baldovinos, luego, como el Abencerraje de "La Diana" de Jorge de Montemayor, según le pareciera más propio a la situación y a las preguntas que le hacía el labrador, no solo por su quejidos lastimeros, sino también asustado de su locura. Y aunque le intentó hacer ver que ninguno de los dos era alguno de aquellos personajes, "yo sé quien soy, respondió Don Quijote, y sé que puedo ser, no sólo los que he dicho, sino todos los doce Pares de Francia, y aún todos los nueve de la fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno de por sí hicieron, se aventajarán las mías"

ImagenEn fin, decidió el preocupado vecino devolverle a su casa aprovechando la noche para que no le vieran en ese estado y "Llegada, pues, la hora que le pareció, entró en el pueblo y en casa de Don Quijote, la cual halló toda alborotada, y estaban en ella el cura y el barbero del lugar, que eran grandes amigos de Don Quijote, que estaba diciéndoles su ama a voces: ¿qué le parece a vuestra merced, señor licenciado, Pero Pérez, que así se llamaba el cura, de la desgracia de mi señor? Seis días ha que no parecen él, ni el rocín, ni la adarga, ni la lanza, ni las armas. ¡Desventurada de mí!."

Oyendo también los comentarios de la sobrina "Mas yo me tengo la culpa de todo, que no avisé a vuestras mercedes de los disparates de mi señor tío, para que lo remediaran antes de llegar a lo que ha llegado, y quemaran todos estos descomulgados libros (que tiene muchos), que bien merecen ser abrasados como si fuesen de herejes. Esto digo yo también, dijo el cura, y a fe que no se pase el día de mañana sin que de ellos no se haga auto público, y sean condenados al fuego, porque no den ocasión a quien los leyere de hacer lo que mi buen amigo debe de haber hecho." comprendió el labrador lo que le pasaba a Don Quijote, y sin querer llevarle la contraria, avisó a los que hablaban de a quién traía.

Y así fue cómo nuestro caballero regresó de su primera salida y se encontró reposando de nuevo en su cama y cómo el cura, al oírle relatar sus aventuras, se decidió a acabar de una vez con aquellos libros causantes de semejante locura.

¡Seguimos!

Leyendo "Don Quijote". 1ª parte. Capítulo 2.

Capítulo segundo
Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso D. Quijote


Bien, pues ya tenemos a nuestro caballero completamente decidido "y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día (que era uno de los calurosos del mes de Julio), se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo contento y alborozo" 

No pasó mucho tiempo, ya que tantas y tantas vueltas daba al tema en su cabeza para que todo siguiera punto por punto las leyes de caballería, en que se diera cuenta de que le faltaba una de las condiciones principales: ¡nadie le había nombrado caballero! y así, difícilmente iba a poder hacer lo que quería.

No se echó atrás, sin embargo, y decidió "hacerse armar caballero del primero que topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, según él había leído en los libros que tal le tenían". Dejándose Don Quijote llevar por Rocinante, pues no tenía una dirección determinada y creía que así dejaba más espacio a que fuera la suerte o el azar la que decidiera, Cervantes no puede evitar imitar irónicamente el lenguaje de muchos de los escritores barrocos describiendo la salida del sol:
"Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora que dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba".

A esas horas tan tempranas iba, pues, nuestro caballero por el campo de Montiel (comarca española de La Mancha baja) y pensando en aquel sabio a quien le correspondería escribir contando sus importantes hazañas y quejándose de los desdenes de su señora Dulcinea (a la que, recordemos, hacía mucho tiempo que ni veía ni hablaba; ajena totalmente al ascenso en su posición social gracias a las locuras de Don Quijote), aunque Cervantes juega con la supuesta historia del primer cronista de sus hazañas (el supuesto Cideamete Benenjeli que escribió el manuscrito encontrado por él), pasó el día sin que nada importante sucediese, más que el calor y el hambre con el que, ya al anochecer, encuentra una venta (lugares de reposo y descanso de caminantes, parecidos a nuestros actuales mesones y hostales) y a ella se dirige creyendo "que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadizo y honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan." .



No se atrevía a ir más allá Don Quijote, aguardando a que alguien en el "castillo" anunciase su llegada, y "En esto sucedió acaso que un porquero, que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos (que sin perdón así se llaman), tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen,". Era la señal que Don Quijote esperaba y al ver que huían asustadas dos mujeres "de la vida" que en la puerta estaban, a las que -¡cómo no!- tomó por nobles damas e intentó tranquilizarlas con tal lenguaje y hechos que ellas, por su ridículo aspecto y su rara forma de hablar, comenzaron a reír.

Era Don Quijote muy orgulloso y esas risas le sentaron muy mal y tal vez hubiera llegado a mayores si el encargado de la venta, el ventero, viendo cómo iba armado, no hubiera usado sus mejores dotes de persuasión para convencerle de que descansase, aunque aclarando que no tenían habitaciones. A lo que Don Quijote, muy satisfecho, responde con dos versos del romance anónimo:

Mis arreos son las armas
mi descanso el pelear,
mi cama los duras peñas,
mi dormir siempre velar;
las manidas son oscuras
los caminos por usar,
así ando de sierra en sierra
por orillas de la mar,
a probar si en mi ventura
hay lugar donde avadar;
pero por vos, mi Señora,
todo se ha de comportar.

El resto del capítulo es duro, porque no para el autor de ridiculizar a nuestro protagonista a través de las bromas de las "doncellas" que pretenden desnudarle sin conseguir quitarle "la gola, ni quitarle la contrahecha celada, que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse quitar los nudos"
es decir, la parte de la supuesta armadura que cubrían su cabeza y hombros.

En fin, llega la hora de comer y "Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta por el fresco, y trájole el huésped una porción de mal remojado, y peor cocido bacalao, y un pan tan negro y mugriento como sus armas. Pero era materia de grande risa verle comer, porque como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos, si otro no se lo daba y ponía; " y en esa ridícula situación llega un castrador de puercos que hizo sonar "su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar Don Quijote que estaba en algún famoso castillo, y que le servían con música, y que el abadejo eran truchas, el pan candeal, y las rameras damas, y el ventero castellano del castillo; y con esto daba por bien empleada su determinación y salida.".

Pero, aunque muy satisfecho, no podía estar tranquilo hasta que consiguiese lo principal: el ser armado caballero.

¡Seguimos!