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jueves, 30 de julio de 2015

Salón de lectura.- "El peso del corazón", de Rosa Montero. El regreso de @BrunaHusky

Creo que de todos es sabido aquí mi admiración por esta gran escritora y mejor persona, Rosa Montero.
En este blog queda constancia de mis comentarios (por orden de publicación de la opinión) sobre algunas de sus obras:
 
 "El corazón del tártaro".- http://educacion-ne.blogspot.com/2013/09/salon-de-lectura-rosa-montero-el.html

Tengo que hacer los deberes y seguir comentando más obras, pero por cercanía en la publicación y por el impacto que me dejara Bruna Husky en su primera aparición, tenía muchas ganas de leer esta segunda: "El peso del corazón". 

Ha sido un regalo de cumpleaños (gracias, Jose) este 12 de julio, y de la facilidad de su lectura y de su interés dan fe el hecho de poderlo comentar ya. Lo digo porque solo leo de noche, en la cama, antes de que el cansancio me pueda y me traiga el anestesiante y reparador sueño; leo para sumergirme en otro mundo, relajarme, olvidando los problemas cotidianos, y conocer una nueva perspectiva.

Reconozco que tenía ganas de leerlo en cuanto supe de su publicación, y esto tiene un peligro, porque si te gustó mucho el primero, la saga puede no responder a las espectativas, decepcionarte (por algo dicen que segundas partes nunca fueron buenas)... No es el caso, en absoluto.

Para los que no han conocido antes a "nuestra" rep, uso las palabras que incluí para presentarla en el comentario a "Lágrimas en la lluvia":

Año 2109, Madrid, Estados Unidos de la Tierra, una replicante (rep), un ser artificial más humano que muchos humanos. Una obsesión: saber que sus días están contados y conocer, además, la terrible muerte que le espera, el TTT. Un destino: ser rep de combate. Una naturaleza: conocer que sus recuerdos, su memoria, son ajenos, implantados para darle una personalidad, una razón de ser, que sabe positivamente falsos, y una realidad: su combate no es contra otros, sino contra ella misma, contra su condición, su destino y sobre todo, con la levedad del ser que marca su tiempo, su trayectoria vital inevitable, inexorablemente, sin que pueda hacer nada por cambiarlo.
Entre tanto, una sociedad, unos amigos, unas circunstancias y una lucha: la vida. Cómo, a pesar de saber que nuestros días están contados, la despilfarramos agobiándonos, aferrándonos a unos recuerdos falsos, a unas certezas dudosas y a un dolor: la soledad, la ausencia. Y ante todo y sobre todo, la esperanza, que hace que valga la pena vivir, investigar, pelearse para desentrañar injusticias, rencores, prejuicios y fobias.

 
Como el ambiente y la protagonista son los mismos, esto vale. Pero la novedad es el paso a más que da la autora para entrar en la complejidad de un futuro no tan lejano, para tratar el peligro de la energía nuclear y ahondar en la problemática de los residuos nucleares (tan actual por otra parte, que los noticiarios nos hablan estos días de uno de esos 'cementerios radiactivos' en Villar de Cañas (Castilla-La Mancha).

Bien, nos han puesto muy fácil destacar la importancia de la temática que es el telón de fondo de la trama de "El peso del corazón", que Rosa desmenuza con la seriedad que pone en cada investigación.
Pero lo que no es tan fácil es desentrañar de nuevo la lucha de esta ¿ingenua? replicante hecha para combatir y que, sin embargo, está más dotada para el verbo AMAR en todas sus acepciones por la tremenda carga de humanidad que hay en ella, y que achaca a las memorias 'reales, aunque no propias' que conforman sus recuerdos y vivencias.

Sea como fuera, el amor a la niña, la capacidad de fantasear para disfrazar un mundo cruel, para embellecerlo, el amor sexual, el amor al amigo... ocupan un primer plano  que interesa tanto o más que la investigación para la que contratan a la protagonista, ya de por sí interesante y bien llevada.

De nuevo, pues, los afectos, la lucha por la vida, el 'carpe diem' frente a la dictatorial sabiduría de conocer no sólo que hemos de morir, sino la fecha concreta, el cuándo y el cómo sucederá. También la vejez, la amistad, la injusticia con la infancia y con nosotros mismos, la dictadura de la religión fanática, la enfermedad y la muerte...

En fin, "El ininterrumpido ir y venir del tigre ante los barrotes de su jaula para que no se le escape el único y brevísmo instante de la salvación" (Elías Canetti, sic. Rosa Montero).

Para terminar, me permito hacer mías las maravillosas palabras que terminan el libro:
"A veces pienso (...) que formamos un todo capaz de moverse al unísono a través del éter, como un cardumen de peces en el mar del tiempo. Qué pena que, pese a esa profunda y delicada sintonía, no consigamos dejar de matarnos los unos a los otros".

De nuevo, y una vez más, gracias, Rosa.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Salón de lectura.- Rosa Montero. "El corazón del tártaro"

Publicada en el 2001 por Espasa, "El corazón del tártaro" tiene de nuevo como protagonista a una mujer, pero de nuevo también está rodeada de figuras masculinas que marcan su trayectoria vital y el desarrollo de la trama.

En esta manera anárquica con la que voy leyendo -y releyendo- las obras de Rosa, me he encontrado en esta obra con paralelismos (pensé: "¡la pillé!") con la Historia del rey transparente que la autora publicara cuatro años después (Alfaguara, 2005) y es que ella misma reconoce en esta última el atractivo que el periodo medieval ejercía en ella, hasta que se decidió centrar en él una narración.

Pues bien, el paralelismo que encuentro está en la historia de los hermanos que se causan la muerte el uno al otro abrazándose, y en la figura del retrasado. Nada más... Cada una de las historias tiene su trayectoria independiente, pero me ha hecho gracia y he querido contarlo como anécdota.

Está claro que el escritor narra poniendo su espíritu en lo que cuenta y ahí se encierran convicciones, creencias, modos de pensar, vivencias y gustos que quedan reflejados en su obra; en fin, todo aquello que le da su impronta y características individuales, su genio, y es precisamente lo que atrapa, lo que le da interés a un autor frente a otros. Lo que caracteriza a Rosa.

Vamos a la obra: La protagonista, que trabaja para una editorial en la edición de un texto medieval, (de ahí las coincidencias de las que hablaba) tiene un pasado turbio del que no sólo quiere huir, sino del que ha conseguido abstraerse hasta el punto de no recordarlo. Pero el pasado vuelve con tal fuerza que puede destruir su presente, como un tártaro invasor, como un infierno dantesco, e incluso acabar con su propia existencia.

En un principio parece la huida la única solución, empezar de nuevo su vida de cero, como ya hiciera una vez. Pero forma parte de ella, irá a donde ella vaya, así que Zarza decide enfrentarse a él, limpiarlo de algún modo, tal vez borrarlo para siempre y luchar por terminar con ello o morir en el intento.

El enfrentamiento con la realidad nos va descubriendo sus circunstancias familiares, la tremenda figura del padre dictatorial, tal vez abusivo (una vez más), la madre siempre enferma, la unión con su hermano mellizo, con el que se evadía de una dura realidad para crearse después otra aún peor en su dependencia de "la blanca", su ternura protectora hacia su inteligente -aunque retrasado- hermano autista y su distanciamiento con su 'tradicional' hermana van conformando un regreso a un pasado al que hay que volver para limpiar desde las raíces.

La dura realidad de la droga, del submundo, frente a la vida 'normal' que había conseguido. La figura enorme, increíble, por su generosidad (¿por su necesidad de romper con su aislamiento, con su soledad?) de Urbano, el carpintero,  y el ir y venir de personajes secundarios que, una vez más, te atrapan hasta la última página conformando ese mundo duro, cruel, contra el que hay que luchar porque en eso, al fin y al cabo, consiste el vivir. Es la lucha por la vida y el hecho inexorable de la muerte, constantes que nos transmite Rosa obra a obra, y que, creo, aquí se simboliza en el cubo de Rubí, y una conclusión:

" [...] sólo había una cosa que supiera con total seguridad, y era que algún día moriría. Pero tal vez para entonces hubiera descubierto que, pese a todo, la vida merece la pena vivirse."


Una vez más, un placer leerla.



domingo, 14 de julio de 2013

Salón de lectura.- "La hija del caníbal" de Rosa Montero.


Puedo afirmar sin ninguna duda que el artista (el músico, el cantante, el pintor, el arquitecto, el alfarero... y todos los que quieran recordar) y, en este caso concreto, el escritor -la escritora- nacen con ese don... Si no lo tienen, ná q'asé, que dirían más abajo de Despeñaperros . Pero es que además, se hace, tiene que hacerse para pulir ese don y conseguir algo bueno. Y se lo dice a Udes. alguien que lleva casi tres años (eso, si no incluimos que la idea empezó en mi adolescencia con un relato que escribí a mano en unas páginas mecanografiadas por detrás para aprovechar el papel -aún no se llamaba reciclaje, más bien tacañería; pero lo era, seguro que sí-) que rescaté y que intento convertir en una novela decente.

¿Qué a qué llamo "decente"? No me lo pregunten: no lo sé. Supongo que estará lista cuando me vea conforme con ella en fondo y forma.

Bien, perdonen la digresión. Decía que el artista se hace, y que el acto de escribir no es tan sencillo como tener una idea y plasmarla en un papel. Y lo digo porque esta novela, "La hija del caníbal",  (debo reconocer que solo he caído ahora, al releerla, porque la primera vez 'pasé' de ello) empieza ya en el prólogo a tener interés. Y es que de repente Rosa te cuenta, como quien no hace la cosa, que para crear las memorias del anciano personaje compañero de la protagonista, de mote -taurino y guerrero- Fortuna, ha leído ni más ni menos que diez libros y un artículo. Lean, lean y cuenten por si he puesto de menos, porque de más, seguro que no.

Y es que así es como se hace una novela: con trabajo y esfuerzo.

Dicho esto, y añadiendo, como de pasada, la pasmosa facilidad con que Rosa Montero nos recrea biografías, ya sea en "La ridícula idea de no volver a verte", que ya comenté, como en "El amor de mi vida" y otros, que ya comentaré, vamos a la razón de esta reseña: "La hija del caníbal".

Lucía Romero, escritora, se va de viaje a Viena con su esposo, Ramón, y éste desaparece en los urinarios del aeropuerto momentos antes de la salida. Aunque llama a la policía, se embarca o se ve obligada a embarcarse, en una sucesión de imprevistos y sucesos propios de novela negra que se ven aderezados por la brusca irrupción (intromisión) en su vida, de unos vecinos: un hombre demasiado joven para sus efectos y afectos, Adrián, y otro demasiado mayor , el octogenario Félix, apodado Fortuna o Fortunita, según el caso.

Pero no, ese puede ser el resumen del argumento, sí, pero no es eso lo que quiero plasmar aquí: sería demasiado superficial.

Quiero hablar de sensaciones, de conclusiones, de actos de la vida en los que me he visto reflejada y de remordimientos, prejuicios y formas de actuar en los que también... ¿Y cómo, si de ninguna manera me he visto envuelta en algo ni tan siquiera parecido? Pues en la riqueza y finura de matices y reflexiones de la protagonista, que unas veces en primera persona y otras en tercera, nos va acercando a una mujer absolutamente normal, anodina a veces, creativa en otras, despectiva, amorosa, pedante, tonta, inteligente... eso, una mujer normal, con la que no parece difícil identificarse. Y es que estoy de acuerdo cuando dice:

La vida, como diría Adrián, uno de los personajes de este libro, está llena de extrañas coincidencias.

Con finos rasgos humorísticos que me han hecho sonreír y hasta soltar la carcajada en ocasiones:

¿pero no sabes que los maridos siempre muestran una curiosa tendencia a volatilizarse cuando entran en los retretes públicos?

(...) antes de que las cosas pudieran aclararse el Caníbal ya había recibido un par de guantazos. Terminamos todos en comisaría. Creo que el Caníbal no me ha perdonado aquello todavía, aunque después se pasó muchos años repitiendo: «Esta chica ha salido como yo, va a ser actriz.» Pero también en eso se equivocó.

(...) De manera que el núcleo del erotismo de Lucía Romero, la base de su supuesto encanto, es un fragmento de carne renegrida y defectuosa, una equivocación de la epidermis, un cúmulo de células erróneas (...) 

Cáustica y dura en otras y hasta cruel, diría yo, en descripciones como -sin ir más lejos- las del principio, al hablar de las viejas viajeras, zascandiles, supersónicas,(...) ancianas volanderas en el aeropuerto; descrita una de ellas:
encajada en su silla (de ruedas) como una ostra en su concha y era una pizca de persona, una mínima momia de boca desdentada y ojos encapotados por el velo lluvioso de la edad.

E intercaladas a lo largo de la obra:

(...) pierde de repente a su marido en los urinarios de un aeropuerto y no tiene a nadie a quien recurrir. Qué drama tan ridículo, qué lugar tan desairado el de las mujeres abandonadas, viudas sin viudez, hembras que se desesperan esperando.

(...) cogí el teléfono y tecleé el primer número, que además se repetía varias veces:
—Hola, amor... Te estaba esperando... Estoy desnuda, y me he pintado los pezones de rojo para ti... —susurró una voz rasposa al otro lado.
Eran teléfonos eróticos. Ramón tenía un móvil clandestino para que le dijeran guarradas al oído.(...)


O reflexiones acerca de la vida del matrimonio:
 
Creo que esos momentos de ternura y compenetración (su juego protector encajando como en un rompecabezas con mi miedo) fueron lo más cercano a la pasión que Ramón y yo hemos vivido.

(La última vez que Ramón me había dicho «te quiero mucho» fue cuando le operaron del apéndice.)

Ahora comprendía por qué no me había separado de mi marido: aunque me aburriera con él, aunque me exasperara, Ramón era el aliento animal de mi guarida, el cobijo elemental del otro de tu especie, unos ojos que te ven y una presencia cómplice frente al terror de la intemperie, frente a ese mundo exterior lleno de tormentas, violentos huracanes y cataclismos.

De la mujer:

Lucía callaba demasiado, consentía demasiado, asentía demasiado; era asquerosamente femenina en su silencio público, mientras por dentro la frustración rugía. Lucía envidiaba a aquellas mujeres capaces de imponerse y de pelearse dialécticamente en el espacio exterior, siempre tan desolado. Como Rosa Montero, la escritora de color originaria de la Guinea española: era un tanto marisabidilla y a veces una autoritaria y una chillona, pero abría la boca la tal Rosa Montero (dientes deslumbrantes en su rostro redondo de luna negra) y la gente callaba y la escuchaba. Lucía hubiera deseado ser así, un poquito más animosa y más segura.

De la pérdida de atractivo:

(...) yo me teñía las canas de la cabeza, y me daba cremas reafirmantes en el pecho, y tenía celulitis en las nalgas, y por las noches, encerrada a cal y canto en el cuarto de baño, me quitaba los malditos dientes para lavarlos. ¿Alguna miseria más? Pues sí: manchitas en el dorso de las manos, el interior de los brazos pendulante, arrugas insufribles en el morro, las mejillas alicaídas y apagadas.

Y por si fuera poco lo dicho para demostrar que la novela no tiene desperdicio, los intervalos de acercamiento a la figura del anarquista, del anarquismo, y particularmente, de Durruti, personaje tan admirado por mi padre, que mientras le leía "Un millón de muertos" de José Mª. Gironella (tras la lectura, claro está, de "Los cipreses creen en Dios") escuchaba e iba intercalando comentarios, recordando anécdotas de sus propias vivencias durante la Guerra Civil española y esperaba con impaciencia que llegara el momento en que se hablara de él.

Como la propia Rosa Montero reconoce en sus escritos, tal vez haya páginas que se pudieran borrar de un plumazo sin que la historia perdiera -acaso, tal vez ganara- ritmo e interés. Es cierto. Pero les aseguro que no es mi admiración por la autora la que me lleva a decirles, tras esta segunda lectura (habrá más, seguro, porque las situaciones anímicas del lector nos llevan a obtener conclusiones distintas, a fijarnos en detalles no observados anteriormente que, cuando una obra nos gusta, nos lleva a releerla pasado un tiempo) que la obra es muy agradable e instructiva, y que el acercarse a ella será una sabia decisión.