En un sentido parecido al de "quien con fuego juega, se acaba quemando" el refrán que nos ocupa nos avisa de que una forma de actuar o una actitud ante le vida puede salir bien cien veces, pero mal a la ciento una.
En
tiempos en que no había agua corriente en las casas, era costumbre ir a
por agua a la fuente del pueblo, si no había pozo o reguero cerca,
usando como recipiente un búcaro o cántaro de barro.
Ocupa
todavía lugar principal en muchos de nuestros pueblos la fuente que
surtía de agua a personas y caballerías. Sin ir
más lejos, además de ser retratado en muchos lienzos, tenemos en la vida
de Jesús reflejo de esto cuando pide agua a una de las mujeres que
llenaban sus vasijas, lo que demuestra la práctica habitual de este
acto que servía no solo para el hecho de llevar agua al domicilio, sino
también de lugar de reunión donde enterarse de todas las "comidillas,
chismes, dimes y diretes" de la población.
Había
por tanto quien pasaba mucho tiempo en dicha fuente y a quien le gustaba
pasearse con el cántaro (principalmente era tarea de mujeres) varias
veces al día... de ahí que llegara a ser criticado y surgiera la
advertencia que nos ocupa.
En
conclusión, y generalizando: la repetición de un acto que conlleve algún riesgo puede a
la larga tener repercusiones negativas, por lo que no conviene persistir en una
forma de actuar sólo por el hecho de que ha salido bien alguna vez.
Actualmente se suele decir en casos como, por ejemplo, el de un
conductor que suele llevar su coche de forma temeraria y, como es
lógico, un día tiene un
accidente.
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