Capítulo vigésimosexto
Donde se prosigue las finezas que de enamorado hizo Don Quijote en Sierra Morena
Y volviendo a contar lo que hizo el de la triste figura después que se
vio solo, dice la historia que así como Don Quijote acabó de dar las
tumbas, o vueltas de medio abajo desnudo, y de medio arriba vestido, y
que vio que Sancho se había ido sin querer aguardar a ver más sandeces,
se subió sobre una punta de una alta peña, y allí tornó a pensar lo que
otras muchas veces había pensado, sin haberse jamás resuelto en ello, y
era que cuál sería mejor y le estaría más a cuento, imitar a Roldan en
las locuras desaforadas que hizo, o a Amadís en las melancólicas.
En
estas reflexiones se dio cuenta de que su dama Dulcinea jamás le había
dado motivo - como Angélica a Roldán- para volverse loco por haberle
engañado, mientras que el motivo de que Amadís se retirase a unas peñas
fue la prohibición de su amada Oriana de volver a verla hasta que ella
le llamase... Pensó Don Quijote que, ausencia por ausencia, obligada o
no, bien podía él también llorar y rezar por la de su amada Dulcinea,
por lo que así se entretenía
paseándose por el pradecillo, escribiendo y grabando por las cortezas de
los árboles y por la menuda arena muchos versos, todos acomodados a su
tristeza, y algunos en alabanza de Dulcinea. Versos como:
Hirióle amor con su azote,
No con su blanda correa,
Y en tocándole el cogote,
Aquí lloró Don Quijote
Ausencias de Dulcinea del Toboso.
Pasó
así tres días, los que tardó Sancho en volver, lamentándose y con
hierbas como único sustento. Pero veamos mientras tanto qué fue de
Sancho:
En su camino hacia el Toboso, pasó por la venta donde
había sido manteado, y pensando estaba si vencer su miedo y arriesgarse a
entrar, motivado por su necesidad de tomar algo caliente, cuando vio
salir de ella al barbero y el cura, amigos de D. Quijote, que ya
conocimos cuando la quema de los libros. El caso es que, como es
natural, se interesaron por dónde y cómo estaba nuestro caballero,
mientras Sancho intentaba no dar demasiada información, hasta que le
amenazaron con creer que él había matado y robado a su señor. Como no
podía ser de otro modo, Sancho les explicó lo que querían saber y quedó
el cura encargado de pasar la carta del librito al papel, como había
encargado D. Quijote.
Sin embargo, el librito no aparecía y
Sancho se desesperaba, no tanto por la carta, que la sabía casi por
completo, como por el encargo que su amo hiciera para que su sobrina
entregara monturas a su criado. Tranquilizaron a Sancho y el hombre
empezó a hacer memoria de lo que la carta decía:
por
Dios, señor licenciado, que los diablos lleven la cosa que de la carta
se me acuerda, aunque en el principio decía: Alla y sobajada señora. No
dirá, dijo el barbero, sobajada, sino sobrehumana, o soberana señora.
Así es, dijo Sancho: luego, si mal no me acuerdo, proseguía, el llagado y
falto de sueño, y el ferido besa a vuestra merced las manos, ingrata y
muy desconocida hermosa; y no sé que decía de salud y de enfermedad que
le enviaba, y por aquí iba escurriendo, hasta que acababa en: Vuestro
hasta la muerte, el caballero de la Triste Figura.
Dedujeron,
por las palabras de Sancho, hasta qué punto se había contagiado de los
delirios de su señor, y no queriendo él entrar en la venta por sus
miedos, aprovecharon barbero y cura para diseñar una estratagema que sin
duda convencería a Don Quijote y serviría para hacerle regresar...
dijo
al barbero que lo que había pensado era: que él se vestiría en hábito
de doncella andante, y que él procurase ponerse lo mejor que pudiese
como escudero, y que así irían adonde Don Quijote estaba, fingiendo ser
ella una doncella afligida y menesterosa, y le pediría un don, el cual
él no podría dejársele de otorgar como valeroso caballero andante y que
el don que le pensaba pedir era que se viniese con ella, donde ella le
llevase, a desfacelle un agravio que un mal caballero le tenía hecho, y
que le suplicaba ansimesmo que no la mandase quitar su antifaz, ni la
demandase cosa de su facienda hasta que la hubise hecho derecho de aquel
mal caballero; y que creyese sin duda que Don Quijote vendría en todo
cuanto le pidiese por este término, y que desta manera le sacarían de
allí y le llevarían a su lugar, donde procurarían ver si tenía algún
remedio su estraña locura.
¡Seguimos!
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viernes, 24 de agosto de 2012
Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 26
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