Capítulo vigésimotercero
De lo que sucedió al famoso Don
Quijote en Sierra Morena, que fue una de las más famosas aventuras que
en esta verdadera historia se cuentan
Mal les fue a
nuestros protagonistas en su aventura con los galeotes y les dejamos
(una vez más) malparados y tristes ante el mal pago recibido a cambio de
su generosa intención de ayudar.
Por una vez -milagro parece-
nuestro caballero está dispuesto a seguir los consejos de Sancho por
miedo a que la Santa Hermandad le persiga por la liberación de presos,
aclarando que jamás en vida ni en
muerte has de decir a nadie que yo me retiré y aparté deste peligro de
miedo, sino por complacer a tus ruegos; que si otra cosa dijeres,
mentirás en ello
Nada le importan al escudero esas
justificaciones, y contento con la decisión de su amo, se internan en
Sierra Morena, dando la triste casualidad de que en aquellos parajes
había buscado también escondite el ya conocido Ginés de Pasamonte, que,
viéndoles dormidos, decide robar a Sancho su asno.
Inútil es decir la impresión que Sancho se llevó al ver que faltaba su asno: ¡Oh
hijo de mis entrañas, nacido en mi misma casa, brinco de mis hijos,
regalo de mi mujer, envidia de mis vecinos, alivio de mis cargas, y
finalmente, sustentador de la mitad de mi persona, porque con ventiséis
maravedís que ganaba cada día mediaba yo mi despensa! . Tristes quejas que despertaron a Don Quijote, el cual intentó consolar a su escudero como mejor supo le
rogó que tuviese paciencia, prometiéndole de darle una cédula de cambio
para que le diesen tres en su casa, de cinco que había dejado en ella.
Fue
suficiente para calmar a Sancho, que se preocupó luego de llenar su
estómago con lo que llevaba en la alforjas del pollino, que ahora
transportaba él.
En
eso estaba cuando vio que su amo quería levantar con la lanza algo
tirado en el suelo y que resultó ser un cojin y una maleta podridos por
el tiempo. Ayudó a su amo y abrieron la misma para verificar su
contenido que eran cuatro camisas de
delgada holanda, y otras cosas de lienzo no menos curiosas que limpias, y
en un pañizuelo halló un buen montoncillo de escudos de oro, y así como
los vio dijo: Bendito sea todo el cielo que nos ha deparado una
aventura que sea de provecho. Y buscando más, halló un librillo de
memoria ricamente guarnecido. que leyeron detenidamente, pero sólo pudieron saber que eran escritos de algún amante despechado.
Contento
estaba Sancho con el dinero hallado y Don Quijote intrigado sobre quién
podía ser el dueño de lo que encontraron, pero como nada se podía
hacer, siguieron su camino.
No tardó mucho en surgir una aparición: iba
saltando un hombre de risco en risco y de mata en mata con extraña
ligereza: figurósele que iba desnudo, la barba negra y espesa, los
cabellos muchos y rebultados, los pies descalzos y las piernas sin cosa
ninguna; los muslos cubrían unos calzones, al parecer de terciopelo
leonado; mas tan hechos pedazos que por muchas partes se le descubrían
las carnes. y aunque no le pudieron seguir, en ningún
momento le cupo duda a nuestro caballero de que ese personaje debía ser
quien tan tristes palabras había escrito, por lo que se propuso
buscarle, aconsejando a Sancho que fueran por distintos caminos, a lo
que, naturalmente, el escudero se negó, confesando su miedo sin ningún
apuro, así como la poca necesidad de encontrarle, ya que si
efectivamente era el dueño del dinero, deberían devolvérselo.
Era
más la rectitud de nuestro protagonista que la de su criado, por lo que
no tuvo más remedio que seguir a su amo, hallando no muy lejos los
restos de una cabalgadura y a un pastor que cuidaba sus cabras.
Indagando
sobre si conocía a quien buscaban, le contó la historia de un joven que
voluntariamente se había condenado a vivir solo por aquellos riscos,
sin que hubieran llegado a saber claramente el motivo de tal penitencia
que se había impuesto. Habían llegado a hablar con él y ...Por
esto conjeturamos que la locura le venía a tiempos, y que alguno que se
llamaba Fernando le debía de haber hecho una mala obra tan pesada,
cuanto lo mostraba el término a que le había conducido. Todo lo cual se
ha confirmado después acá con las veces, que han sido muchas, que él a
salido al camino, unas a pedir a los pastores le den de lo que llevan
para comer, y otras a quitárselo por fuerza, porque cuando está con el
accidente de la locura, aunque los pastores se lo ofrezcan de buen grado
no lo admite, sino que lo toma a puñadas, y cuando está en su seso lo
pide por amor de Dios, cortés y comedidamente; y rinde por ello muchas
gracias, y no con falta de lágrimas: y en verdad os digo, señores,
prosiguió el cabrero, que ayer determinamos yo y otros cuatros zagales,
los dos criados y los dos amigos míos, de buscalle hasta tanto que le
hallemos, y después de hallado, ya por fuerza, ya por grado, le hemos de
llevar a la villa de Almodóvar, que está de aquí a ocho leguas, y le
curaremos, si es que su mal tiene cura, o sabremos quién es, cuando esté
en su seso, y si tiene parientes a quien dar noticia de su desgracia.
Hubo
suerte, y fue a su encuentro el intrigante personaje, a quien Don
Quijote abrazó como a alguien conocido y con el que se pusieron a
dialogar...
Pero esto lo conoceremos en el capítulo siguiente.
¡Seguimos!
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martes, 21 de agosto de 2012
Leyendo el "Quijote". Capítulo 23.- Una de cal y otra de arena
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