Capítulo trigésimo
Que trata de la discreción de la hermosa Dorotea, con otras cosas de mucho gusto y pasatiempo
Estaban calentándosele los cascos a Don Quijote viendo cómo criticaban su hazaña al liberar a los galeotes. Y mal hubiera acabado la cosa para los bromistas si no hubiera sido por la oportuna y discreta intervención de Dorotea, que recordándole a nuestro caballero la promesa que hizo de ayudarla, y justificando las palabras de cura y barbero porque desconocían que era obra del caballero tan insigne a quien se dirigían, consiguió calmarle.
Ya vuelto en razón, pidió a Dorotea (a quien él creía princesa Micomicona) le diera cuenta de sus desventuras para saber en qué pudiera ayudarla, y aunque al principio se trabucó por no recordar qué nombre era el que le había dado el cura al presentarla, supo salir tan bien del paso e inventó una historia tan atractiva en la que le habían encomendado ir al encuentro de nuestro caballlero, que él se sintió a la vez halagado y convencido, por lo que no hizo falta mucho para decidir ponerse en camino...
¿Qué te parece Sancho amigo? dijo a este punto Don Quijote. ¿No oyes lo que pasa? ¿No te lo dije yo? Mira si tenemos ya reino que mandar, y reina con quien casar. Eso juro yo, dijo Sancho, para el puto que no se casare en abriendo el gaznatico al señor Pandahilado: pues monta que es mala la reina, así se me vuelvan las pulgas de la cama. Y diciendo esto, dió dos zapatetas en el aire con muestras de grandísimo contento
Estaban todos tan satisfechos, unos porque tan bien saliera el engaño y otros -Don Quijote y Sancho- porque se las prometían felices y veían cerca el cumplimiento de sus sueños. No obstante, vio Sancho que no estaba Don Quijote por la labor de casarse con la princesa después de haber dado su amor a Dulcinea, y eso le incomodó, ya que él era casado y veía con eso perder la ocasión que se le presentaba:
Voto a mí, que no tiene vuestra merced, señor Don Quijote, cabal juicio, pues como, ¿es posible que pone vuestra merced en duda el casarse con tan alta princesa como aquesta? ¿Piensa que le ha de ofrecer la fortuna tras de cada cantillo semejante ventura como la que ahora se le ofrece? ¿Es por dicha más hermosa mi señora Dulcinea? No por cierto, ni aun con la mitad, y aún estoy por decir que no llega a su zapato de la que está delante. Así noramala alcanzaré yo el condado que espero, si vuestra merced se anda a pedir cotufas en el golfo. Cásese, cásese luego, encomiéndole a Satanás, y tome ese reino que se le viene a las manos de vobis vobis, y en siendo rey, hágame marqués o adelantado, y luego siquiera se lo lleve el diablo todo.
Hubo más que palabras... pero al fin, estaban amo y criado destinados a entenderse, con lo que la cosa quedó en la petición de perdón de Sancho y la tranquilidad de Don Quijote.
Puestos en camino de nuevo, quiso la suerte que se encontrasen de nuevo con Ginés de Pasamonte montado en el jumento robado a Sancho, y de este modo pudo nuestro escudero recuperar su caballería, a la que recibió con los mismos besos y abrazos que si del mejor amigo se tratara.
Pudieron Dorotea y nuestros nuevos personajes intercambiar impresiones entre ellos mientras Don Quijote pedía a Sancho más detalles sobre su visita a Dulcinea y la entrega de su carta. Detalles que Sancho le dio mezclando fantasía y realidad como mejor pudo... Y así les dejamos en su camino...
¡Seguimos!
Que trata de la discreción de la hermosa Dorotea, con otras cosas de mucho gusto y pasatiempo
Estaban calentándosele los cascos a Don Quijote viendo cómo criticaban su hazaña al liberar a los galeotes. Y mal hubiera acabado la cosa para los bromistas si no hubiera sido por la oportuna y discreta intervención de Dorotea, que recordándole a nuestro caballero la promesa que hizo de ayudarla, y justificando las palabras de cura y barbero porque desconocían que era obra del caballero tan insigne a quien se dirigían, consiguió calmarle.
Ya vuelto en razón, pidió a Dorotea (a quien él creía princesa Micomicona) le diera cuenta de sus desventuras para saber en qué pudiera ayudarla, y aunque al principio se trabucó por no recordar qué nombre era el que le había dado el cura al presentarla, supo salir tan bien del paso e inventó una historia tan atractiva en la que le habían encomendado ir al encuentro de nuestro caballlero, que él se sintió a la vez halagado y convencido, por lo que no hizo falta mucho para decidir ponerse en camino...
¿Qué te parece Sancho amigo? dijo a este punto Don Quijote. ¿No oyes lo que pasa? ¿No te lo dije yo? Mira si tenemos ya reino que mandar, y reina con quien casar. Eso juro yo, dijo Sancho, para el puto que no se casare en abriendo el gaznatico al señor Pandahilado: pues monta que es mala la reina, así se me vuelvan las pulgas de la cama. Y diciendo esto, dió dos zapatetas en el aire con muestras de grandísimo contento
Estaban todos tan satisfechos, unos porque tan bien saliera el engaño y otros -Don Quijote y Sancho- porque se las prometían felices y veían cerca el cumplimiento de sus sueños. No obstante, vio Sancho que no estaba Don Quijote por la labor de casarse con la princesa después de haber dado su amor a Dulcinea, y eso le incomodó, ya que él era casado y veía con eso perder la ocasión que se le presentaba:
Voto a mí, que no tiene vuestra merced, señor Don Quijote, cabal juicio, pues como, ¿es posible que pone vuestra merced en duda el casarse con tan alta princesa como aquesta? ¿Piensa que le ha de ofrecer la fortuna tras de cada cantillo semejante ventura como la que ahora se le ofrece? ¿Es por dicha más hermosa mi señora Dulcinea? No por cierto, ni aun con la mitad, y aún estoy por decir que no llega a su zapato de la que está delante. Así noramala alcanzaré yo el condado que espero, si vuestra merced se anda a pedir cotufas en el golfo. Cásese, cásese luego, encomiéndole a Satanás, y tome ese reino que se le viene a las manos de vobis vobis, y en siendo rey, hágame marqués o adelantado, y luego siquiera se lo lleve el diablo todo.
Hubo más que palabras... pero al fin, estaban amo y criado destinados a entenderse, con lo que la cosa quedó en la petición de perdón de Sancho y la tranquilidad de Don Quijote.
Puestos en camino de nuevo, quiso la suerte que se encontrasen de nuevo con Ginés de Pasamonte montado en el jumento robado a Sancho, y de este modo pudo nuestro escudero recuperar su caballería, a la que recibió con los mismos besos y abrazos que si del mejor amigo se tratara.
Pudieron Dorotea y nuestros nuevos personajes intercambiar impresiones entre ellos mientras Don Quijote pedía a Sancho más detalles sobre su visita a Dulcinea y la entrega de su carta. Detalles que Sancho le dio mezclando fantasía y realidad como mejor pudo... Y así les dejamos en su camino...
¡Seguimos!