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miércoles, 7 de febrero de 2018

Garabateando.- "El arte del cuento", por Flannery O'Connor

Lo prometido es deuda y el miércoles anterior desgranamos los títulos de una serie de artículos sobre la escritura o cómo escribir que nos parecieron interesantes como para comentarlos aquí con vosotros.
El que traemos hoy es "El arte del cuento", de Flannery O'Connor, que podéis leer completo en este enlace.
Flannery O'Connor (Savannah, Georgia, 25 de marzo de 1925-3 de agosto de 1964) fue una escritora estadounidense del siglo XX.
Autora de dos novelas -Sangre sabia (Wise Blood, 1952) y Los violentos lo arrebatan (The Violent Bear It Away, 1960)- y 32 relatos recogidos en dos libros: Un hombre bueno no es fácil de encontrar (A Good Man Is Hard To Find, 1955) y Todo lo que asciende tiene que converger (Everything That Rises Must Converge, póstumo 1965), publicó también ensayos y reseñas.
Su obra, considerada una de las más importantes de la literatura estadounidense del siglo XX, fue ampliamente estudiada en el contexto de la literatura del Sur de Estados Unidos pues sus personajes y el ambiente que describe son sureños, aunque se distingue de la mayoría de los escritores de la zona por su perspectiva católica de fondo.

Pues bien, en "El arte del cuento" vamos a destacar aquellas líneas que llaman nuestra atención. Las extractamos sin enjuiciar, cada quién extraiga sus propias conclusiones, pero naturalmente, estais invitados a comentarlo para compartirlas. Sería maravilloso.

No cabe duda de que la capacidad de crear vida por medio de las palabras es esencialmente un don. Si uno lo posee desde el vamos, podrá desarrollarlo; pero si uno carece de él, mejor será que se dedique a otra cosa. 

Desde mi punto de vista, hablar de la escritura de un cuento en términos de trama, personaje y tema es como tratar de describir la expresión de un rostro limitándose a decir dónde están los ojos, la boca y la nariz.  

Para el escritor de ficciones, en el ojo se encuentra la vara con que ha de medirse cada cosa; y el ojo es un órgano que además de abarcar cuanto se puede ver del mundo, compromete con frecuencia nuestra personalidad entera. 

Ningún lector creerá nada de la historia que el autor debe limitarse a narrar, a menos que se le permita experimentar situaciones y sentimientos concretos. La primera y más obvia característica de la ficción es que transmite de la realidad lo que puede ser visto, oído, olido, gustado y tocado.

  En la escritura de ficción, salvo en muy contadas ocasiones, el trabajo no consiste en decir cosas, sino en mostrarlas.

Que un cuento sea breve no significa que deba ser superficial. Un cuento breve debe ser extenso en profundidad, y debe darnos la experiencia de un significado.  

El arte debe cultivarse como cualquier otro hábito, durante un largo período de tiempo, por la experiencia; y enseñar cualquier tipo de escritura es, primordialmente, ayudar al aprendiz a desarrollar el hábito del arte. Creo que el arte es mucho más que una disciplina, aunque de hecho también lo sea; creo que es un modo de mirar al mundo creado, y de usar los sentidos de modo que éstos puedan encontrar en las cosas tantos significados como sea posible.

No se puede decir nada significativo acerca del misterio de una personalidad a menos que se la inserte en un contexto social creíble y significativo. Y la mejor forma de hacerlo es por medio del propio lenguaje de ese personaje.

En la mayoría de los buenos cuentos es la personalidad del personaje lo que crea la acción de la historia.  (...)
Si se parte de una personalidad real, un personaje real, estamos en camino de que algo pase; antes de empezar a escribir, no se necesita saber qué. En verdad, puede ser mejor que uno ignore qué sucederá. Ustedes deberían ser capaces de descubrir algo en los cuentos que escriban.