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lunes, 14 de noviembre de 2022

Garabateando.- "Los caminos del escritor", Cortázar.

Lo prometido es deuda, así que nos ponemos con el repaso del libro "Clases de Literatura", de Julio
Cortázar.

Dice en el prólogo (de Carles Álvarez Garriga):
¡Menos mal que siempre dijo que no era un escritor profesional de los que cumplen un plan y un horario y que sólo se ponía a la tarea cuando las ideas le caían a la cabeza como cocos! Abundando en esta línea, hacemos ahora una excepción al publicar bajo su firma páginas que no fueron escritas sino habladas, un conjunto que bien podría llevar por título El profesor menos pedante del mundo
 
"Los caminos del escritor" es la primera de las ocho clases que impartiera en Berkeley, 1980, grabadas y recogidas de oído por sus alumnos. Hablan de literatura en general, aunque basando sus experiencias en sus propios libros. 

Destacamos:

(...) ahora me doy perfecta cuenta de que viví mis primeros años de lector y de escritor en una fase que tengo derecho a calificar de “estética”, donde lo literario era fundamentalmente leer los mejores libros a los cuales tuviéramos acceso y escribir con los ojos fijos en algunos casos en modelos ilustres y en otros en un ideal de perfección estilística profundamente refinada.
(...) Nunca nos dimos cuenta de que la misión de un escritor que además es un hombre tenía que ir mucho más allá que el mero comentario o la mera simpatía por uno de los grupos combatientes.  (se refiere a la guerra civil española y la 2ª Guerra Mundial)
(...) De todas maneras, aun en ese momento en que mi participación y mi sentimiento histórico prácticamente no existían, algo me dijo muy tempranamente que la literatura —incluso la de tipo fantástico más imaginativa— no estaba únicamente en las lecturas, en las bibliotecas y en las charlas de café. 
(...) Siempre he escrito sin saber demasiado por qué lo hago, movido un poco por el azar, por una serie de casualidades: las cosas me llegan como un pájaro que puede pasar por la ventana. 
(...) Cuando terminé ese cuento (se refiere a el perseguidor) y fui su primer lector, advertí que de alguna manera había salido de una órbita y estaba tratando de entrar en otra. Ahora el personaje se convertía en el centro de mi interés mientras que en los cuentos que había escrito en Buenos Aires los personajes estaban al servicio de lo fantástico.
(...) Cada vez más deseoso de ahondar en ese campo de la psicología de los personajes que estaba imaginando, surgieron en mí una serie de preguntas que se tradujeron en dos novelas, porque los cuentos no son nunca o casi nunca problemáticos: para los problemas están las novelas, que los plantean y muchas veces intentan soluciones.
(...)  Por ese camino entré en eso que con un poco de pedantería he calificado de etapa metafísica, es decir una autoindagación lenta, difícil y muy primaria —porque yo no soy un filósofo ni estoy dotado
para la filosofía— sobre el hombre, no como simple ser viviente y actuante sino como ser humano, como ser en el sentido filosófico, como destino, como camino dentro de un itinerario misterioso
.
(...) Tenía una preocupación técnica, porque un escritor de cuentos —como lectores de cuentos, ustedes lo saben bien— maneja un grupo de personajes lo más reducido posible por razones técnicas: no se puede escribir un cuento de ocho páginas en donde entren siete personas ya que llegamos al final de las ocho páginas sin saber nada de ninguna de las siete, y obligadamente hay una concentración de personajes como hay también una concentración de muchas otras cosas (eso lo veremos después). La novela en cambio es realmente el juego abierto, y en Los premios me pregunté si dentro de un libro de las dimensiones habituales de una novela sería capaz de presentar y tener un poco las riendas mentales y sentimentales de un número de personajes que al final, cuando los conté, resultaron ser dieciocho.
(...) A lo largo de unos cuantos años escribí Rayuela y en esa novela puse directamente todo lo que en ese momento podía poner en ese campo de búsqueda e interrogación. El personaje central es un hombre como cualquiera de todos nosotros, realmente un hombre muy común, no mediocre pero sin nada que lo destaque especialmente; sin embargo, ese hombre tiene —como ya había tenido Johnny
Carter en “El perseguidor”— una especie de angustia permanente que lo obliga a interrogarse sobre
algo más que su vida cotidiana y sus problemas cotidianos.
(...) Horacio Oliveira no se conforma con estar metido en un mundo que le ha sido dado prefabricado y condicionado; pone en tela de juicio cualquier cosa, no acepta las respuestas habitualmente dadas, las respuestas de la sociedad x o de la sociedad z, de la ideología a o de la ideología b.
(...) La literatura que constituía una actividad fundamentalmente elitista y que se autoconsideraba privilegiada (todavía lo hacen muchos en muchos casos) fue cediendo terreno a una literatura (llama a ese periodo etapa histórica) que en sus mejores exponentes nunca ha bajado la puntería ni ha tratado de volverse popular o populachera llenándose con todo el contenido que nace de los procesos del pueblo de donde pertenece el autor. Estoy hablando de la literatura más alta de la que podemos hablar en estos momentos, la de Asturias, Vargas Llosa, García Márquez, cuyos libros han salido plenamente de ese criterio de trabajo solitario por el placer mismo del trabajo para intentar una búsqueda en profundidad en el destino, en la realidad, en la suerte de cada uno de sus pueblos.

Bien pues estos son los pasos del (de los) camino(s) del escritor.
.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.
Clases de literatura,  ha sido publicado por la Editorial Alfaguara en su Colección Hispánica, en una edición de Carles Álvarez Garriga. Disponible en Casa del Libro (ver enlace), 18,50 €



lunes, 27 de agosto de 2018

Ortografía- Significado según el acento



Casos como domino - dominó, hábito - habitó... No son lo mismo y es sólo el acento lo que hace que cambien de significado.
Hay muchos casos así... ¿Los vemos?
.
¿Te atreves a encontrar más?
.
¡Habrá premio! 
.
 

viernes, 8 de junio de 2018

miércoles, 14 de marzo de 2018

Garabateando.- "Clases de Literatura", Julio Cortázar

      Los alumnos de Berkeley, en 1980, asistieron a las ocho clases magistrales que Julio Cortázar dio.

“Tienen que saber que estos cursos los estoy improvisando muy poco antes de que ustedes vengan aquí: no soy sistemático, no soy ni un crítico ni un teórico, de modo que a medida que se me van planteado los problemas de trabajo, busco soluciones”. 

Las ocho clases hablan de literatura en general, aunque basando sus experiencias en sus propios libros.

Primera clase: Los caminos de un escritor.

Segunda clase: El cuento fantástico I: El tiempo.

Tercera clase: El cuento fantástico II: La fatalidad.

Cuarta clase: El cuento realista.

Quinta clase: Musicalidad y humor en la literatura.

Sexta clase: Lo lúdico en la literatura y la escritura de Rayuela.

Séptima clase: De Rayuela, Libro de Manuel y Fantomas contra los vampiros multinacionales.

Octava clase: Erotismo y literatura.

 Este trabajo es el resultado de pasar de oído a escrito las intervenciones orales del profesor Cortázar, que nunca pensó hacer un libro con ello. "El trabajo de trece horas de desgrabaciones, fue minucioso y efectivo, y nos trajo una vez más al Cortázar oral, al tipo de lecturas variadas, al dueño de una honestidad intelectual casi sin par por estos días y por estas tierras, y sobre todo la imaginación y la creación."

Vamos a señalar lo bueno y jugoso que desde el punto de vista personal podremos extraer de semejante escritor. Aunque insistamos en lo que tantas veces hemos dicho ya de que el arte de escribir no se puede enseñar, saber qué tienen que decir los que saben es siempre el mejor método.

Clases de literatura ha sido publicado por la Editorial Alfaguara en su Colección Hispánica, en una edición de Carles Álvarez Garriga. 18,50 €

miércoles, 28 de febrero de 2018

Garabateando.- "Escribir un cuento", de RAYMOND CARVER

En esta sección de la semana pasada trajimos los consejos a los aspirantes a escritores de GARDNER, quien fue profesor de escritura creativa de Raymond Carver en el Chico State College (California) . Vamos a adentrarnos un poco en su biografía y en su calidad indiscutida como cuentista para conocerlo algo más.

Raymond Clevie Carver, Jr. (Clatskanie, Oregón, 25 de mayo de 1938-Port Angeles, Washington, 2 de agosto de 1988) fue un cuentista y poeta estadounidense. Destacado principalmente por sus relatos de corte minimalista,​ en su mayoría ambientados en la región Noroeste de Estados Unidos y protagonizados por personajes de clase trabajadora o media baja,​ Carver es considerado uno de los fundadores y mayores exponentes del movimiento literario conocido como «realismo sucio».
Alcoholico, consiguió dejarlo los últimos 10 años de su vida que, sin embargo, acabó demasiado pronto.
Carver murió en Washington de cáncer de pulmón, a los 50 años de edad. Sin duda era su mejor cuentista, quizá el mejor del siglo junto a Chéjov, en palabras del escritor chileno Roberto Bolaño. (Fuente).

Reconociendo que le era difícil concentrarse en obras de ficción extensas ("no tenía la capacidad de concentración ni la paciencia") , se dedicó a lo que indudablemente era 'lo suyo': el relato corto.
Veamos sus mejores consejos en "Escribir un cuento"

La ambición y la buena suerte son algo magnífico para un escritor que desea hacerse como tal. Porque una ambición desmedida, acompañada del infortunio, puede matarlo. Hay que tener talento. (...) 
 
Se trata, en suma, de la firma inimitable que pone en todas sus cosas el escritor. Este es su mundo y no otro. Esto es lo que diferencia a un escritor de otro. No se trata de talento. Hay mucho talento a nuestro alrededor. Pero un escritor que posea esa forma especial de contemplar las cosas, y que sepa dar una expresión artística a sus contemplaciones, tarda en encontrarse. (...)

El escritor no necesita de juegos ni de trucos para hacer sentir cosas a sus lectores. Aún a riesgo de parecer trivial, el escritor debe evitar el bostezo, el espanto de sus lectores.(...)

Hacemos palabra y deben ser palabras escogidas, puntuadas en donde corresponda, para que puedan significar lo que en verdad pretenden. Si las palabras están en fuerte maridaje con las emociones del escritor, o si son imprecisas e inútiles para la expresión de cualquier razonamiento —si las palabras resultan oscuras, enrevesadas— los ojos del lector deberán volver sobre ellas y nada habremos ganado.  (...)

      En un ensayo titulado 'Writing Short Stories' (Escribiendo historias cortas), Flannery O’Connor habla de la escritura como de un acto de descubrimiento. Dice O’Connor que ella, muy a menudo, no sabe a dónde va cuando se sienta a escribir una historia, un cuento...
 (...) Me pereció descorazonador, acaso un secreto, y creí que jamás sería capaz de hacer algo semejante.(...)   Al fin tomé asiento y me puse a escribir una historia muy bonita, de la que su primera frase me dio la pauta a seguir. Durante días y más días, sin embargo, pensé mucho en esa frase: "Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono". (...)
a razón de doce o quince horas de trabajo. Después de la primera frase, de esa primera frase escrita una buena mañana, brotaron otras frases complementarias para complementarla.
      Puedo decir que escribí el relato como si escribiera un poema: una línea; y otra debajo; y otra más. Maravillosamente pronto vi la historia y supe que era mía, la única por la que había esperado ponerme a escribir.(...)

 
Primero es la mirada. Luego esa mirada ilumina un instante susceptible de ser narrado. Y de ahí se derivan las consecuencias y significados. (...)

Esos detalles requieren, para concretarse y alcanzar un significado, un lenguaje preciso, el más preciso que pueda hallarse. Las palabras serán todo lo precisas que necesite un tono más llano, pues así podrán contener algo. Lo cual significa que, usadas correctamente, pueden hacer sonar todas las notas, manifestar todos los registros. 

 Pueden hallar este ensayo completo en muchas páginas. Basta dar a buscar en Google. Pero por respeto a la página donde hallamos las sugerencias de lectura, enlazamos aquí.

miércoles, 21 de febrero de 2018

Garabateando.- 'Para ser novelista', de John Gardner.

Seguimos leyendo y aprendiendo de 'los buenos' para conseguir que  nuestros garabateos mejoren, siempre que las  musas estén a nuestro favor.
Ya venimos viendo que el común de los que escriben sobre el tema opina que el escritor nace, y luego se hace.
 En ello estamos, y siguiendo los consejos de lectura que vimos en este artículo vamos a entresacar las mejores líneas de 'Para ser novelista', ensayo de 199 páginas.

Una crítica sobre esta obra:
«John Gardner acumuló durante su vida más de veinte años de experiencia docente y se nota, porque sabe responder exactamente a las preguntas que con toda probabilidad hará cualquier escritor en cierne, es decir: ¿Cómo saber si se tienen las cualidades necesarias para el oficio? ¿Qué estudios se necesitan? ¿Cuáles son los entresijos del proceso de creación y publicación de una novela?... Para quienes deseen conocer las respuestas, leer este libro constituirá una auténtica satisfacción.»
(Anne Tyler, Baltimore Sun).

Vamos allá:

- No es del todo cierto que todo escritor tenga un agudo sentido del ritmo de la frase -la música del lenguaje- o de las connotaciones y del registro lingüístico (ámbito de uso) de las palabras. Hay grandes escritores que lo son a pesar de sus ocasionales deslices: frases malsonantes, metáforas inadecuadas e incluso empleo disparatado de palabras. [...] Pero aunque algunos grandes escritores escriban a veces con torpeza, está claro que uno de los rasgos del escritor nato es su aptitud para encontrar o (a veces) inventar maneras interesantes de decir las cosas.[...] El escritor con sensibilidad para el lenguaje sabe encontrar sus propias metáforas no sólo porque se le ha enseñado a evitar los tópicos, sino porque disfruta buscando la metáfora gráfica y precisa, la que, por lo que él sabe, nunca se le ha ocurrido a nadie. 

 - El talento sólo si no existe es imposible de cultivar. Bueno, normalmente. Por otro lado, si al leer comenzamos a sospechar que al escritor sólo le interesan las palabras, ello nos hace temer por su suerte como tal. Las personas normales, quienes no han sido víctimas de una mala enseñanza universitaria, no leen novelas únicamente por leer palabras. Abren una novela esperando encontrar una historia, confiando en que aparezcan personajes interesantes, posiblemente algún paisaje atrayente aquí y allá y, como mínimo, alguna que otra idea -y un abundante y sugestivo cargamento de ideas como máximo-. Aunque hay excepciones, la principal preocupación del buen novelista, por regla general, no es la brillantez lingüística -por lo menos, en su forma más llamativa y evidente-, sino contar su historia de forma que provoque reacciones en el lector, que le haga reír o llorar o sentirse intrigado, lo que sea que dicha historia concreta, explicada de la mejor manera posible, le incite a hacer.

-  Generalmente, el escritor que se preocupa más de las palabras que de la historia (personajes, acción, escenario, ambiente) no consigue crear ese sueño vívido y continuo: se estorba demasiado a sí mismo; embriagado de poesía, no distingue el grano de la paja. [...]
El escritor interesado principal o exclusivamente en el lenguaje está mal equipado para escribir novelas porque no posee el carácter y la personalidad que se requiere para ello. Por «carácter» me refiero a lo que a veces se denomina la naturaleza «inscrita» del individuo, a su yo innato; por «personalidad» aludo a la suma de rasgos típicos que se advierten en su manera de relacionarse con los que le rodean. En otras palabras, mi intención es distinguir entre el yo interno y el externo. 

 - Hay dos cosas que pueden hacer que el lector siga adelante: argumento e historia (y ambas están presentes, poco o mucho, en la buena ficción).
- Nadie que vea la realidad de forma distorsionada puede escribir buenas novelas, porque al leer comparamos los mundos ficticios con el real. La ficción creada por quienes adoptan en la vida actitudes que nos parecen infantiles o tediosas cansa enseguida.
- Lo único que hay que hacer es saber exactamente lo que se pretende decir -por ejemplo diciéndolo y revisando después lo dicho, para saber si realmente dice lo que se pretendía- y seguir trabajándolo, jugando con el lenguaje, hasta corregir todo aquello a lo que creamos que se le pueda poner objeciones.

- Si el escritor prometedor sigue escribiendo -escribe día tras día, mes tras mes- y lee muy atentamente, empezará a «cogerle el truco». Llegar a este punto es tan importante en el arte como pueda serlo en el atletismo. Las ciencias prácticas, entre las que se cuenta la ingeniería verbal que permite escribir novela comercial, se pueden enseñar y aprender. El arte, hasta cierto punto, también; pero, exceptuando ciertas cuestiones de técnica, el arte no se aprende, simplemente se le coge el truco.

-  Otro indicador del talento del joven escritor es su perspicacia. El buen escritor ve las cosas con agudeza, con realismo, con precisión y con criterio selectivo (es decir, sabe escoger lo importante), y no necesariamente porque tenga por naturaleza mayor poder de observación que los demás (aunque con la práctica lo adquiere), sino porque tiene interés en ver las cosas con claridad y escribirlas con rigor. 

- Hay otro tipo de planteamiento que requiere un tipo de perspicacia más elevada, que exige ser preciso de una forma, para mí, infinitamente más difícil. Me refiero al novelista capaz de meterse en la piel de sus personajes.[...] Tiene que ser capaz de dar a conocer de forma precisa y convincente cómo ve el mundo un niño, una joven, un asesino entrado en años o el gobernador de Utah. [...] Una vez admitido que el novelista tiene que ser capaz de abogar por toda clase de personas, de ver por sus ojos, de sentir por sus nervios, de aceptar sus más arraigadas opiniones, por estúpidas que sean, como hechos manifiestos (para ellas), se trata simplemente de comenzar a hacerlo; y a fuerza de insistir en ello -de releer, de volver a reflexionarlo, de revisarlo minuciosamente- se acaba haciéndolo bien.... [...] Hay mil maneras de estar triste, feliz, aburrido o malhumorado, y el adjetivo abstracto no dice casi nada. El ademán preciso, sin embargo, refleja con toda exactitud el único sentimiento que corresponde al momento. A esto es a lo que se refieren los profesores de literatura cuando dicen que hay que «mostrar» en lugar de «decir», A esto y a nada más, habría que añadir.

Realmente se trata de un escrito interesante, que penetra en las entrañas de las inquietudes de cualquier escritor novel y está repleto de buenas apreciaciones que lo hacen difícil de extractar (sería muy largo). Está a vuestra disposición en epub o pdf. 


viernes, 31 de marzo de 2017

Ortografía No es lo mismo MALENTENDIDO MAL ENTENDIDO, MALEDUCADO MAL ...

Un MALENTENDIDO es creer que se ha dicho algo que no es así, lo que normalmente provoca enfado entre quien lo dice y quien lo malinterpreta.
Por ejemplo: Es que me dijo: anda a hacer puñetas.
No, es un malentendido. Te dijo; anda, abre la puerta.

Algo MAL ENTENDIDO, es algo que no se acaba de comprender.
Por ejemplo, "el amor que hace daño es amor mal entendido".

Un MALEDUCADO es alguien que no respeta las normas de convivencia.
Por ejemplo, hablar a gritos, empujar al pasar entre la gente, etc.

Alguien MAL EDUCADO actuará en forma "salvaje", sin mostrar educación.
Por ejemplo, escupir al suelo o el niño que no para de molestar cuando hay visita o el perro que está pidiendo comida mientras sus amos están en la mesa, sin que se le haya llamado, etc.

El MEDIODÍA es una hora: las 12 de la mañana. MEDIO DÍA es la mitad de un día.
Por ejemplo, "Comemos al mediodía" o "he pasado medio día en la peluquería".

Lo mismo sucede con la MEDIANOCHE, las 12 de la noche, y MEDIA NOCHE. 
Por ejemplo: "Cenicienta escapó a la medianoche" o "He estado media noche leyendo porque era muy interesante".