Capítulo cuadragésimo segundo:
Que trata de lo que más sucedió en la venta y de otras muchas cosas dignas de saberse
Acabó de contar su historia el cautivo y quedaron todos encantados con ella, ofreciéndoles su ayuda y la posibilidad de encontrar padrino de bautizo para Zoraida, mas el cautivo rechazó esos ofrecimientos por no molestarles, aun agradeciéndolos en lo que valían.
Llegaba la noche, y ya se preparaban para recogerse cuando llega un carruaje en el que viajaba un oidor (Especie de juez: Ministro togado que en las audiencias del reino oía y sentenciaba las causas y pleitos). La Venta estaba llena y así se lo hace saber la posadera, pero dada la importancia del personaje, deciden ceder su propia habitación.
Un inciso: lo curioso es que dice la ventera
-Señor, lo que en ello hay es que no tengo camas; si es que su merced del señor oidor la trae, que sí debe de traer, entre en buen hora; que yo y mi marido nos saldremos de nuestro aposento, por acomodar a su merced.
lo que parece indicar que, como excursionistas de hoy en día, era normal llevar consigo su propia cama para asegurarse el dormir con más comodidad cuando se ponían en viaje. Lo más lógico es suponer que no se trataría del mueble en sí, sino de alguna angarilla o catre facilmente desmontable.
El caso es que queda acordado el hacerlo de ese modo y el oidor desciende del carruaje acompañado de una bella joven (¿os dáis cuenta que ninguna mujer de alcurnia es descrita como fea?)
una doncella, al parecer de hasta diez y seis años, vestida de camino, tan bizarra, tan hermosa y tan gallarda, que a todos puso en admiración su vista; de suerte, que a no haber visto a Dorotea, y a Luscinda y Zoraida, que en la venta estaban, creyeran que otra tal hermosura como la desta doncella difícilmente pudiera hallarse.
¡Qué casualidad... cómo se enredan las cosas! Resulta que el oidor es el hermano del cautivo, a quien no reconoce, y surge el problema del orgullo: ¿cómo presentarse, pobre y sin recursos, ante quien parece gozar de una próspera fortuna y mejor situación? Consulta con su ya amigos y el cura se ofrece a ayudarle.
Mientras están cenando, el cura prepara el camino:
-Del mesmo nombre de vuestra merced, señor oidor, tuve yo una camarada en Constantinopla, donde estuve cautivo algunos años; la cual camarada era uno de los valientes soldados y capitanes que había en toda la infantería española; pero tanto cuanto tenía de esforzado y valeroso tenía de desdichado.
Esto sirve de introducción para contar la historia del cautivo y, como es normal, el hermano se compadece del hermano y tras diversos conciliábulos, todo concluye en el natural abrazo.
Una nueva anécdota (una melodiosa voz que oyen) servirá de preámbulo para captar nuestra atención hacia el siguiente capítulo.
¡Seguimos!