¿Os imagináis la escena? Los chicos vuelven del colegio y la mamá en los fogones... El olor que se desprende de la cocina no puede ser más apetitoso y el diálogo, salvo que se encuentren ya con la mesa puesta, inevitable:
- Mamá ¡qué bien huele! La madre sonríe y responde: - Mejor sabrá.
- ¿Cuánto falta para comer?
- Un poquito solo, id poniendo la mesa.
Y si la cosa se retrasa, los chicos, impacientes: - Mamá, tengo hambre
La respuesta ya la conocíamos: - Hambre que espera hartura, no es hambre ninguna.
Y es que las ganas de comer de los que esperan saciarse (hartura= acabar hartos, llenos de comida) no es hambre: los que saben de hambre son los que han pasado días sin comer, buscando restos que llevarse a la boca con los que engañar un estómago que ruge pidiendo ser llenado.
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Tened presente el hambre: recordad su pasado
turbio de capataces que pagaban en plomo.
Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,
con yugos en el alma, con golpes en el lomo.
El hambre paseaba sus vacas exprimidas,
sus mujeres resecas, sus devoradas ubres,
sus ávidas quijadas, sus miserables vidas
frente a los comedores y los cuerpos salubres. (...)
Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser fiera
hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente.
Yo, animal familiar, con esta sangre obrera
os doy la humanidad que mi canción presiente.
Primeros y últimos versos de "El hambre". Miguel Hernández.
Recopilado en: "Más vale refrán en mano... (De abuelos a nietos)" http://educacion-ne.es/refranes.htm