Capítulo vigesimoséptimo
De cómo salieron con su intención el cura y el barbero, con otras cosas dignas de que se cuenten en esta grande historia
Habíamos dejado a barbero y cura con la decisión de disfrazarse para poder rescatar a Don Quijote, y para ello pidieron la ayuda de la Maritornes y el ventero, que se la dieron de buen grado. Así, vistieron al cura de mujer y el barbero se colocó una gran barba, y de esa guisa... Encasquetóse su sombrero, que era tan grande que le podía servir de quitasol, y cubriéndose su herreruelo, subió en su mula a mujeriegas, y el barbero en la suya, con su barba que le llegaba a la cintura entre roja y blanca, como aquella que, como se ha dicho, era hecha de la cola de un buey barroso. Despidiéronse de todos y de la buena Maritornes, que prometió de rezar un rosario, aunque pecadora, porque Dios les diese buen suceso en tan arduo y tan cristiano negocio como era el que habían emprendido.
No las tenía el cura todas consigo, pensando que ofendía sus hábitos vistiéndose de aquel modo, por lo que pidió al barbero que cambiasen los papeles y fuera él la gentil dama que convencería a Don Quijote. Ante las risas de Sancho, así lo acordaron, decidiendo aplazar el disfraz hasta que ya estuviesen cerca de donde nuestro protagonista estaba.
Se adelantó Sancho para dar a su amo las nuevas de la supuesta entrega de la carta a Dulcinea y de su respuesta, cuando el cura y el barbero tropezaron con Cardenio, y gracias a ello, terminamos de conocer su historia que, puesto que la podéis leer, resumiremos como la historia de una traición, culminada con el matrimonio de su amada con su, hasta entonces, mejor amigo. Los males y tristeza que todos estos hechos le causaron, eran los que le tenían perdiendo el sentido y vagando por allí, y de seguro hubiera muerto ya, si no fuera por la ayuda de los cabreros.
Aquí dió fin Cardenio a su larga plática y tan desdichada como amorosa historia, y al tiempo que el cura se prevenía para decirle algunas razones de consuelo, le suspendió una voz que llegó a sus oídos, que en lastimados acentos oyeron que decía lo que se dirá más adelante de esta narración; que en este punto dió fin al capítulo el sabio y atentado historiador Cide Hamete Benengeli
Y así acaba este capítulo. ¡Seguimos!
De cómo salieron con su intención el cura y el barbero, con otras cosas dignas de que se cuenten en esta grande historia
Habíamos dejado a barbero y cura con la decisión de disfrazarse para poder rescatar a Don Quijote, y para ello pidieron la ayuda de la Maritornes y el ventero, que se la dieron de buen grado. Así, vistieron al cura de mujer y el barbero se colocó una gran barba, y de esa guisa... Encasquetóse su sombrero, que era tan grande que le podía servir de quitasol, y cubriéndose su herreruelo, subió en su mula a mujeriegas, y el barbero en la suya, con su barba que le llegaba a la cintura entre roja y blanca, como aquella que, como se ha dicho, era hecha de la cola de un buey barroso. Despidiéronse de todos y de la buena Maritornes, que prometió de rezar un rosario, aunque pecadora, porque Dios les diese buen suceso en tan arduo y tan cristiano negocio como era el que habían emprendido.
No las tenía el cura todas consigo, pensando que ofendía sus hábitos vistiéndose de aquel modo, por lo que pidió al barbero que cambiasen los papeles y fuera él la gentil dama que convencería a Don Quijote. Ante las risas de Sancho, así lo acordaron, decidiendo aplazar el disfraz hasta que ya estuviesen cerca de donde nuestro protagonista estaba.
Se adelantó Sancho para dar a su amo las nuevas de la supuesta entrega de la carta a Dulcinea y de su respuesta, cuando el cura y el barbero tropezaron con Cardenio, y gracias a ello, terminamos de conocer su historia que, puesto que la podéis leer, resumiremos como la historia de una traición, culminada con el matrimonio de su amada con su, hasta entonces, mejor amigo. Los males y tristeza que todos estos hechos le causaron, eran los que le tenían perdiendo el sentido y vagando por allí, y de seguro hubiera muerto ya, si no fuera por la ayuda de los cabreros.
Aquí dió fin Cardenio a su larga plática y tan desdichada como amorosa historia, y al tiempo que el cura se prevenía para decirle algunas razones de consuelo, le suspendió una voz que llegó a sus oídos, que en lastimados acentos oyeron que decía lo que se dirá más adelante de esta narración; que en este punto dió fin al capítulo el sabio y atentado historiador Cide Hamete Benengeli
Y así acaba este capítulo. ¡Seguimos!