Frase utilizada con resignación cuando se quiere indicar que una persona ha hecho o va a hacer algo en contra de su voluntad (del mismo modo que un hombre es llevado al patíbulo).
La horca es el método de ejecución mediante estrangulamiento más utilizado a lo largo de los siglos. Presente ya en la antigüedad y citado en la Biblia, presumiblemente fue de utilización posterior al estrangulamiento mediante las manos, a partir del momento en que los homínidos empezaron a manipular utensilios como los pedernales y las lianas, ampliando así su capacidad agresiva.
Ha sido, además, tanto un sistema de ejecución como de suicidio. (...) Su desgraciada popularización en estos casos se deberá en parte al limitado instrumental requerido: una soga y cualquier punto del que poder colgarla, por ejemplo un árbol.
Como ejecución judicial, a partir del siglo XVIII, sobre todo en Inglaterra, se buscará mejorar la forma de ejecución, con la finalidad de conseguir una muerte lo más rápida e indolora posible. Se estudiarán con esta finalidad las sogas más adecuadas, su longitud, el tipo de nudo, las características del patíbulo, el uso de trampillas y la caída óptima del cuerpo del condenado de cara a conseguir el desnucamiento sin tener que esperar a la muerte por asfixia a causa del estrangulamiento. Antes, hasta el siglo XVIII, daba igual si la agonía era lenta, ya que este componente añadido de tortura en las ejecuciones era más una virtud que un inconveniente.
En España, la horca fue el método de ejecución más común hasta el año 1832, momento en que es sustituida de forma sistemática por el otro método de estrangulamiento, el garrote (hasta entonces se usaban los dos métodos de ejecución). Por esto la situación descrita por Cervantes cuando Don Quijote y Sancho Panza se despiertan debajo de un árbol del que cuelgan unos cuantos ahorcados, es de un gran realismo. La escena no es ninguna muestra de la fantasía del autor de El Quijote, sino un fiel reflejo de la realidad imperante allá a principios del siglo XVII en España:
"No tienes de qué tener miedo, porque estos pies y piernas que tientas y no ves sin duda son de algunos forajidos y bandoleros que en estos árboles están ahorcados; que por aquí los suele ahorcar la justicia cuando los coge, de veinte en veinte y de treinta en treinta; por donde me doy a entender que debo de estar cerca de Barcelona." [1]
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