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martes, 9 de junio de 2015

Leyendo "Don Quijote". 1ª parte. Capítulo 1. Resumen y vídeo.

Capítulo Primero
Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo D. Quijote de la Mancha
Imagen En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre semana se honraba con su vellori de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

Así es como empieza el libro. ¡Seguro que lo conocíais de sobra!. Pues bien, así es como nos presenta Cervantes a su protagonista: Un hombre de unos cincuenta años, muy delgado, de costumbres cotidianas y sencillas, no muy rico pero sí lo suficientemente acomodado como para tener un ama que atendiera la casa y un "mozo para todo".

El único problema que tenía este buen señor era su afición a la lectura de libros de caballerias, que tanto y tanto le gustaban que acabaron en una obsesión tal que creó en él la necesidad de salir como sus protagonistas en busca de aventuras "deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase eterno nombre y fama."

Pero para ello necesitaba cumplir todos los requisitos, así que "Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín, y confirmándose a sí mismo, se dió a entender que no le faltaba otra cosa, sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores, era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma." convirtió en su amada a "una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque según se entiende, ella jamás lo supo ni se dió cata de ello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla DULCINEA DEL TOBOSO"


Y este primer capítulo dio origen a la obra mundialmente reconocida y apreciada.
¡Seguimos!

viernes, 17 de mayo de 2013

Leyendo el Quijote. 1ª Parte. Capítulo 47


Capítulo 47. Del extraño modo con que fue encantado don Quijote de la Mancha, con otros famosos sucesos

 
Aunque Don Quijote estaba encantado de verse encantado de tal modo -permítaseme la redundancia-, no dejó de extrañarse de que fuera de esa manera, en una carreta tirada por bueyes, cuando él había leído que

 
siempre los suelen llevar por los aires, con estraña ligereza, encerrados en alguna parda y escura nube, o en algún carro de fuego, o ya sobre algún hipogrifo o otra bestia semejante;

Pide opinión a Sancho que, con la sinceridad habitual en él, aunque reconociendo su ignorancia sobre esos temas, lucha entre la fantasía de su señor y la realidad que él constata.
Temen los confabulados en el encantamiento que ese diálogo entre señor y escudero vaya a dar al traste con todo y deciden apresurarse; así que disponiéndolo todo se ponen en marcha, sin poder evitar nuevas burlas y pantomimas de la Maritornes, la ventera y su hija, que con grandes aspavientos y remedos de grandes penas, se despiden de él.
 
Caballero hasta en esa situación, aún quiere consolarlas el encantado Don Quijote y agradecerles sus servicios, cuando ya la comitiva se pone en marcha, no sin antes poner el ventero en manos del cura un nuevo escrito hallado junto a la novela del Curioso impertinente, cuyo título entrevé: Novela de Rinconete y Cortadillo (integrada, como ya se sabrá, entre las Novelas Ejemplares de nuestro autor).
Puestos ya en viaje ven llegar a seis o siete caballeros en comitiva con los que entran en coloquio.
 
Normal es que, extrañados al ver a Don Quijote de esa guisa, preguntasen el motivo... y aquí, una vez más, chocan las fantasías caballerescas de nuestro protagonista con la realidad de Sancho y su malhumor porque realmente su amo se creyera encantado. Sin embargo, sus reproches al cura son acerca de algo mucho más prosaico, puesto que si su amo vuelve a casa no podrá celebrarse el matrimonio soñado con la princesa Micomicona, condición para que él pudiera ocupar el ansiado cargo prometido por su señor:
 

Todo esto que he dicho, señor cura, no es más de por encarecer a su paternidad haga conciencia del mal tratamiento que a mi señor se le hace, y mire bien no le pida Dios en la otra vida esta prisión de mi amo, y se le haga cargo de todos aquellos socorros y bienes que mi señor don Quijote deja de hacer en este tiempo que está preso.
 
Tan exaltado ven a Sancho, que no quieren discutir más por evitar que en su enfado descubra el engaño a Don Quijote. Y así, hablando de las bondades y defectos de los libros de caballerías, les dejamos en el camino...

¡Seguimos!


 

 

lunes, 17 de diciembre de 2012

Leyendo el Quijote. 1ª Parte. Capítulo 46


Capítulo 46: De la notable aventura de los cuadrilleros, y la gran ferocidad de nuestro buen caballero don Quijote
 
Como recordaréis, dejamos a nuestro caballero envuelto en una nueva discusión (cómo no!) y a los cuadrilleros de la Santa Hermandad  dispuestos a llevárselo preso si no fuera por la intercesión del cura, que les demostró fehacientemente (aunque le costó bastante) que era inútil llevarse a un loco como él, pues no había justicia alguna que pudiera aplicarse a alguien en tal situación.
 
El caso es que
Finalmente, ellos, como miembros de justicia, mediaron la causa y fueron árbitros della, de tal modo, que ambas partes quedaron, si no del todo contentas, a lo menos, en algo satisfechas, porque se trocaron las albardas, y no las cinchas y jáquimas; y en lo que tocaba a lo del yelmo de Mambrino, el cura, a socapa y sin que don Quijote lo entendiese, le dio por la bacía ocho reales; y el barbero le hizo una cédula del recibo y de no llamarse a engaño por entonces, ni por siempre jamás, amén.
 
Aún quedaban otras cuestiones que solucionar, como era el que don Luís de ningún modo estaba dispuesto a regresar a su casa. Todo se fue apaciguando y aclarando, de modo que pareción volver la paz a la venta, si no fuera porque el ventero había visto cómo el cura pagaba al barbero y quería (y en realidad era justo) que se le recompensara por los odres de vino y otros daños que don Quijote le había ocasionado
 
Todo lo apaciguó el cura y lo pagó don Fernando, puesto que el oidor, de muy buena voluntad, había también ofrecido la paga; y de tal manera quedaron todos en paz y sosiego,
 
Pero conociendo a don Quijote ya sabemos que esto no podía durar, y así, viendo que las cosas se tranquilizaban, decidió que era el momento adecuado para proseguir con su aventura y restaurar a la princesa Micomicona en su reino:
 
La partida sea luego, porque me va poniendo espuelas al deseo y al camino lo que suele decirse que en la tardanza está el peligro. Y pues no ha criado el cielo, ni visto el infierno, ninguno que me espante ni acobarde, ensilla, Sancho, a Rocinante, y apareja tu jumento y el palafrén de la reina, y despidámonos del castellano y destos señores, y vamos de aquí luego al punto.
 
Responde Sancho dudando que la historia de la tal princesa sea cierta, ya que la había visto  
hocicando (besándose) con alguno de los que están en la rueda, a vuelta de cabeza y a cada traspuesta. Y el caso es que tenía razón, pues no podían evitar los enamorados esas muestras de cariño entre ellos, aunque intentaban hacerlas a escondidas. No obstante, le pareció mal a nuestro caballero semejante grosería y no se privó de decirlo:
 
¡Vete de mi presencia, monstruo de naturaleza, depositario de mentiras, almario de embustes, silo de bellaquerías, inventor de maldades, publicador de sandeces, enemigo del decoro que se debe a las reales personas! ¡Vete, no parezcas delante de mi, so pena de mi ira!
Y diciendo esto, enarcó las cejas, hinchó los carrillos, miró a todas partes, y dio con el pie derecho una gran patada en el suelo, señales todas de la ira que encerraba en sus entrañas. A cuyas palabras y furibundos ademanes quedó Sancho tan encogido y medroso, que se holgará que en aquel instante se abriera debajo de sus pies la tierra y le tragara, y no supo qué hacerse, sino volver las espaldas y quitarse de la enojada presencia de su señor.
 
Quiso poner paz entre ellos la misma Dorotea, atribuyendo a "cosas de encantamiento" el que Sancho hubiera creído ver esos hechos, y ante semejante afirmación, don Quijote, creyéndolo "a pies juntillas" (luego os explico esta expresión) no sólo se mostró dispuesto a perdonarle sino que le mandó llamar. Estuvo conforme Sancho con que podían ser cosas de magos malvados, aunque recordase todavía el dolor de su manteamiento en aquella misma venta, que fue totalmente real.

 El caso es que volvieron las aguas a su cauce y elaborando una nueva estratagema para evitar nuevos lances,
 

 
 hicieron una como jaula, de palos enrejados, capaz que pudiese en ella caber holgadamente don Quijote, y luego don Fernando y sus camaradas, con los criados de don Luis y los cuadrilleros, juntamente con el ventero, todos, por orden y parecer del cura, se cubrieron los rostros y se disfrazaron, quién de una manera y quién de otra, de modo que a don Quijote le pareciese ser otra gente de la que en aquel castillo había visto.
 
Y convenciéndole como si de apariciones se tratase, consintió nuestro caballero en entrar en semejante jaula y dejarse llevar...
¡Seguimos!