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lunes, 27 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 27.

Capítulo vigesimoséptimo
De cómo salieron con su intención el cura y el barbero, con otras cosas dignas de que se cuenten en esta grande historia

Habíamos dejado a barbero y cura con la decisión de disfrazarse para poder rescatar a Don Quijote, y para ello pidieron la ayuda de la Maritornes y el ventero, que se la dieron de buen grado. Así, vistieron al cura de mujer y el barbero se colocó una gran barba, y de esa guisa... Encasquetóse su sombrero, que era tan grande que le podía servir de quitasol, y cubriéndose su herreruelo, subió en su mula a mujeriegas, y el barbero en la suya, con su barba que le llegaba a la cintura entre roja y blanca, como aquella que, como se ha dicho, era hecha de la cola de un buey barroso. Despidiéronse de todos y de la buena Maritornes, que prometió de rezar un rosario, aunque pecadora, porque Dios les diese buen suceso en tan arduo y tan cristiano negocio como era el que habían emprendido.

No las tenía el cura todas consigo, pensando que ofendía sus hábitos vistiéndose de aquel modo, por lo que pidió al barbero que cambiasen los papeles y fuera él la gentil dama que convencería a Don Quijote. Ante las risas de Sancho, así lo acordaron, decidiendo aplazar el disfraz hasta que ya estuviesen cerca de donde nuestro protagonista estaba.

Se adelantó Sancho para dar a su amo las nuevas de la supuesta entrega de la carta a Dulcinea y de su respuesta, cuando el cura y el barbero tropezaron con Cardenio, y gracias a ello, terminamos de conocer su historia que, puesto que la podéis leer, resumiremos como la historia de una traición, culminada con el matrimonio de su amada con su, hasta entonces, mejor amigo. Los males y tristeza que todos estos hechos le causaron, eran los que le tenían perdiendo el sentido y vagando por allí, y de seguro hubiera muerto ya, si no fuera por la ayuda de los cabreros.

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Aquí dió fin Cardenio a su larga plática y tan desdichada como amorosa historia, y al tiempo que el cura se prevenía para decirle algunas razones de consuelo, le suspendió una voz que llegó a sus oídos, que en lastimados acentos oyeron que decía lo que se dirá más adelante de esta narración; que en este punto dió fin al capítulo el sabio y atentado historiador Cide Hamete Benengeli


Y así acaba este capítulo. ¡Seguimos!

viernes, 24 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 26

Capítulo vigésimosexto
Donde se prosigue las finezas que de enamorado hizo Don Quijote en Sierra Morena

Imagen Y volviendo a contar lo que hizo el de la triste figura después que se vio solo, dice la historia que así como Don Quijote acabó de dar las tumbas, o vueltas de medio abajo desnudo, y de medio arriba vestido, y que vio que Sancho se había ido sin querer aguardar a ver más sandeces, se subió sobre una punta de una alta peña, y allí tornó a pensar lo que otras muchas veces había pensado, sin haberse jamás resuelto en ello, y era que cuál sería mejor y le estaría más a cuento, imitar a Roldan en las locuras desaforadas que hizo, o a Amadís en las melancólicas.

En estas reflexiones se dio cuenta de que su dama Dulcinea jamás le había dado motivo - como Angélica a Roldán- para volverse loco por haberle engañado, mientras que el motivo de que Amadís se retirase a unas peñas fue la prohibición de su amada Oriana de volver a verla hasta que ella le llamase... Pensó Don Quijote que, ausencia por ausencia, obligada o no, bien podía él también llorar y rezar por la de su amada Dulcinea, por lo que así se entretenía paseándose por el pradecillo, escribiendo y grabando por las cortezas de los árboles y por la menuda arena muchos versos, todos acomodados a su tristeza, y algunos en alabanza de Dulcinea. Versos como:
Hirióle amor con su azote,
No con su blanda correa,
Y en tocándole el cogote,
Aquí lloró Don Quijote
Ausencias de Dulcinea del Toboso.


Pasó así tres días, los que tardó Sancho en volver, lamentándose y con hierbas como único sustento. Pero veamos mientras tanto qué fue de Sancho:

En su camino hacia el Toboso, pasó por la venta donde había sido manteado, y pensando estaba si vencer su miedo y arriesgarse a entrar, motivado por su necesidad de tomar algo caliente, cuando vio salir de ella al barbero y el cura, amigos de D. Quijote, que ya conocimos cuando la quema de los libros. El caso es que, como es natural, se interesaron por dónde y cómo estaba nuestro caballero, mientras Sancho intentaba no dar demasiada información, hasta que le amenazaron con creer que él había matado y robado a su señor. Como no podía ser de otro modo, Sancho les explicó lo que querían saber y quedó el cura encargado de pasar la carta del librito al papel, como había encargado D. Quijote.

Sin embargo, el librito no aparecía y Sancho se desesperaba, no tanto por la carta, que la sabía casi por completo, como por el encargo que su amo hiciera para que su sobrina entregara monturas a su criado. Tranquilizaron a Sancho y el hombre empezó a hacer memoria de lo que la carta decía:
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por Dios, señor licenciado, que los diablos lleven la cosa que de la carta se me acuerda, aunque en el principio decía: Alla y sobajada señora. No dirá, dijo el barbero, sobajada, sino sobrehumana, o soberana señora. Así es, dijo Sancho: luego, si mal no me acuerdo, proseguía, el llagado y falto de sueño, y el ferido besa a vuestra merced las manos, ingrata y muy desconocida hermosa; y no sé que decía de salud y de enfermedad que le enviaba, y por aquí iba escurriendo, hasta que acababa en: Vuestro hasta la muerte, el caballero de la Triste Figura.

Dedujeron, por las palabras de Sancho, hasta qué punto se había contagiado de los delirios de su señor, y no queriendo él entrar en la venta por sus miedos, aprovecharon barbero y cura para diseñar una estratagema que sin duda convencería a Don Quijote y serviría para hacerle regresar...

dijo al barbero que lo que había pensado era: que él se vestiría en hábito de doncella andante, y que él procurase ponerse lo mejor que pudiese como escudero, y que así irían adonde Don Quijote estaba, fingiendo ser ella una doncella afligida y menesterosa, y le pediría un don, el cual él no podría dejársele de otorgar como valeroso caballero andante y que el don que le pensaba pedir era que se viniese con ella, donde ella le llevase, a desfacelle un agravio que un mal caballero le tenía hecho, y que le suplicaba ansimesmo que no la mandase quitar su antifaz, ni la demandase cosa de su facienda hasta que la hubise hecho derecho de aquel mal caballero; y que creyese sin duda que Don Quijote vendría en todo cuanto le pidiese por este término, y que desta manera le sacarían de allí y le llevarían a su lugar, donde procurarían ver si tenía algún remedio su estraña locura.

¡Seguimos!

jueves, 23 de agosto de 2012

Leyendo el Quijote. 1ª parte. Capítulo 25

Que trata de las extrañas cosas que en Sierra Morena sucedieron al valiente caballero de la Mancha, y de la imitacion que hizo a la penitencia de Beltenebros

Don Quijote se despidió del cabrero y montándose en Rocinante, indicó a Sancho que le siguiese. Mientras se adentraban por la Sierra, iba Sancho ardiendo en deseos de hablar, pero no se atrevía por la prohibición que su amo le había hecho, cansado ya de su palabrería y las continuas interrupciones que le impedían centrarse debidamente en sus pensamientos.

Aguantó Sancho lo que pudo; pero viendo que su amo nada decía, comenzó a hablar pidiéndole que le permitiera regresar a su casa
porque querer vuestra merced que vaya con él por estas soledades de día y de noche, y que no le hable cuando me diere gusto, es enterrarme en vida.

Tanto insistió en su desahogo, que... Ya te entiendo, Sancho, respondió Don Quijote, tú mueres porque te alce el entredicho que te tengo puesto en la lengua. Dale por alzado, y di lo que quisieres, con condición que no ha de durar este alzamiento más de en cuanto anduviéremos por estas sierras.

En fin, Sancho, viéndose libre de la prohibición, le hizo saber de nuevo sus recelos y dudas ante la necesidad de meterse en tantas aventuras que tan malas consecuencias tenían para ellos (ya que siempre acababan dejándoles maltrechos), y así le pedía que evitara meterse en la que el loco Cardenio les había narrado.

Pero ya conocemos a nuestro caballero: era inflexible en su decisión cuando se trataba de acudir a la ayuda de damas de tan alta condición como, en esta ocasión, lo era la reina Madasima.

De mis viñas vengo, no sé nada, no soy amigo de saber vidas ajenas; que el que compra y miente, en su bolsa lo siente; cuanto más que desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo ni gano. Mas que lo fuesen, ¿qué me va a mí? Y muchos piensan que hay tocinos, y no hay estacas; ¿mas quién puede poner puertas al campo? Cuanto más que de Dios dijeron..., se desahogó Sancho con esta serie aparentemente inconexa de refranes.
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Su amo le escuchó atento, pero de nada sirvieron sus consejos... Don Quijote había decidido imitar los duelos de Roldán, aunque fuera solo en parte, y llorar por su amada Dulcinea aunque (como bien le indicó Sancho) no tuviera motivos para ello. No obstante, le mandaría con él una carta, y penaría hasta que recibiese contestación ya que el toque está en desatinar sin ocasión, y dar a entender a mi dama, que si en seco hago esto, qué hiciera en mojado; cuanto más que harta ocasión tengo en la larga ausencia que he hecho de la siempre señora mía Dulcinea del Toboso, que como ya oíste decir a aquel pastor de marras Ambrosio, quien está ausente todos los males tiene y teme.

Preparándose al efecto, pregunta a Sancho por el yelmo de Mambrino. Éste, harto, le hace ver la locura que es creer que una bacía de barbero sea otra cosa, a lo que Don Quijote, que siempre tiene respuesta para cada ocasión, contesta: y así eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mi el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa: y fue para providencia del sabio que es de mi parte, hacer que parezca bacía a todos, lo que real y verdaderamente es yelmo de Mambrino, a causa que siendo él de tanta estima, todo el mundo me perseguiría por quitármele; pero como ven que no es más de un bacin de un barbero, no se curan de procuralle

Quería Don Quijote quedarse desnudo, liberar a Rocinante, y quedar allí llorando su desventura mientras Sancho partía a llevar su carta a Dulcinea... Recordemos que Sancho se había quedado sin su pollino, por lo que su espíritu práctico se impuso de nuevo: y en verdad, señor caballero de la Triste Figura, que si es que mi partida y su locura de vuestra merced van de veras, que sea bien tornar a ensillar a Rocinante para que supla la falta del rucio, porque será ahorrar tiempo a mi ida y vuelta, que si la hago a pie no sé cuando llegaré ni cuando volveré, porque en resolución soy mal caminante.

Digo, Sancho, respondió Don Quijote, que sea como tú quisieres, que no me parece mal tu designio, y digo que de aquí a tres días te partirás, porque quiero que en este tiempo veas lo que por ella hago y digo, para que se lo digas. Pues ¿qué más tengo que ver, dijo Sancho, que lo que he visto? Bien estás en el cuento, respondió Don Quijote: ahora me falta rasgar las vestiduras, esparcir las armas, y darme de calabazadas por estas peñas, con otras cosas de este jaez que te han de admirar.


Temiendo Sancho el estado en que quedaría su señor con tantas locuras que pretendía hacer, intentó convencerle: Y más le ruego, que haga cuenta que son ya pasados los tres días que me ha dado de término para ver las locuras que hace, que ya las doy por vistas y por pasadas en cosa juzgada, y diré maravillas a mi señora, y escriba la carta y despácheme luego, porque tengo gran deseo de volver a sacar a vuestra merced deste purgatorio donde le dejo.

Anduvieron así dando vueltas a cómo escribir la carta y hacérsela llegar, cuando D. Quijote se da cuenta de que no sabe leer. Nombra a sus padres y es entonces cuando obtenemos su más exacta descripción:

Ta, ta, dijo Sancho. Qué ¿la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo? Esa es, dijo Don Quijote, y es la que merece ser señora de todo el universo. Bien la conozco, dijo Sancho, y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. Vive el dador, que es moza de chapa, hecha y derecha, y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante o andar, que la tuviere por señora. ¡Oh hideputa, qué rejo que tiene, y qué voz! .
ImagenSe la describe como una campesina zafia y tosca, pero aún así, obtiene más el beneplácito de Sancho que si de una dama de alta alcurnia se tratase, aunque insista D. Quijote: y para concluir con todo, yo me imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad, y ni la llega Elena, ni la alcanza Lucrecia, ni otra alguna de las famosas mujeres de las edades pretéricas, griega, bárbara o latina; y diga cada uno lo que quisiera, que si por esto fuere reprendido de los ignorantes, no seré castigado de los rigurosos.
Se trata, como vemos, de la primera vez en que nuestro protagonista confiesa sus invenciones y reconoce sus locuras, pero el reconocerlo, no es en modo alguno obstáculo para no mantenerse en ellas...

¡Seguimos!