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miércoles, 22 de junio de 2011

Leyendo "Don Quijote". 1ª parte. Capítulo 2.

Capítulo segundo
Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso D. Quijote


Bien, pues ya tenemos a nuestro caballero completamente decidido "y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día (que era uno de los calurosos del mes de Julio), se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo contento y alborozo" 

No pasó mucho tiempo, ya que tantas y tantas vueltas daba al tema en su cabeza para que todo siguiera punto por punto las leyes de caballería, en que se diera cuenta de que le faltaba una de las condiciones principales: ¡nadie le había nombrado caballero! y así, difícilmente iba a poder hacer lo que quería.

No se echó atrás, sin embargo, y decidió "hacerse armar caballero del primero que topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, según él había leído en los libros que tal le tenían". Dejándose Don Quijote llevar por Rocinante, pues no tenía una dirección determinada y creía que así dejaba más espacio a que fuera la suerte o el azar la que decidiera, Cervantes no puede evitar imitar irónicamente el lenguaje de muchos de los escritores barrocos describiendo la salida del sol:
"Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora que dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba".

A esas horas tan tempranas iba, pues, nuestro caballero por el campo de Montiel (comarca española de La Mancha baja) y pensando en aquel sabio a quien le correspondería escribir contando sus importantes hazañas y quejándose de los desdenes de su señora Dulcinea (a la que, recordemos, hacía mucho tiempo que ni veía ni hablaba; ajena totalmente al ascenso en su posición social gracias a las locuras de Don Quijote), aunque Cervantes juega con la supuesta historia del primer cronista de sus hazañas (el supuesto Cideamete Benenjeli que escribió el manuscrito encontrado por él), pasó el día sin que nada importante sucediese, más que el calor y el hambre con el que, ya al anochecer, encuentra una venta (lugares de reposo y descanso de caminantes, parecidos a nuestros actuales mesones y hostales) y a ella se dirige creyendo "que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadizo y honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan." .



No se atrevía a ir más allá Don Quijote, aguardando a que alguien en el "castillo" anunciase su llegada, y "En esto sucedió acaso que un porquero, que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos (que sin perdón así se llaman), tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen,". Era la señal que Don Quijote esperaba y al ver que huían asustadas dos mujeres "de la vida" que en la puerta estaban, a las que -¡cómo no!- tomó por nobles damas e intentó tranquilizarlas con tal lenguaje y hechos que ellas, por su ridículo aspecto y su rara forma de hablar, comenzaron a reír.

Era Don Quijote muy orgulloso y esas risas le sentaron muy mal y tal vez hubiera llegado a mayores si el encargado de la venta, el ventero, viendo cómo iba armado, no hubiera usado sus mejores dotes de persuasión para convencerle de que descansase, aunque aclarando que no tenían habitaciones. A lo que Don Quijote, muy satisfecho, responde con dos versos del romance anónimo:

Mis arreos son las armas
mi descanso el pelear,
mi cama los duras peñas,
mi dormir siempre velar;
las manidas son oscuras
los caminos por usar,
así ando de sierra en sierra
por orillas de la mar,
a probar si en mi ventura
hay lugar donde avadar;
pero por vos, mi Señora,
todo se ha de comportar.

El resto del capítulo es duro, porque no para el autor de ridiculizar a nuestro protagonista a través de las bromas de las "doncellas" que pretenden desnudarle sin conseguir quitarle "la gola, ni quitarle la contrahecha celada, que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse quitar los nudos"
es decir, la parte de la supuesta armadura que cubrían su cabeza y hombros.

En fin, llega la hora de comer y "Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta por el fresco, y trájole el huésped una porción de mal remojado, y peor cocido bacalao, y un pan tan negro y mugriento como sus armas. Pero era materia de grande risa verle comer, porque como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos, si otro no se lo daba y ponía; " y en esa ridícula situación llega un castrador de puercos que hizo sonar "su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar Don Quijote que estaba en algún famoso castillo, y que le servían con música, y que el abadejo eran truchas, el pan candeal, y las rameras damas, y el ventero castellano del castillo; y con esto daba por bien empleada su determinación y salida.".

Pero, aunque muy satisfecho, no podía estar tranquilo hasta que consiguiese lo principal: el ser armado caballero.

¡Seguimos!

lunes, 13 de junio de 2011

"Irse por los Cerros de Úbeda"

Llamada "la ciudad de los cerros", Úbeda, en la provincia de Jaén ( comunidad autónoma de Andalucía, España) fue declarada, junto a la cercana Baeza, Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO el 3 de julio de 2003, debido a sus edificios renacentistas y su entorno urbanístico. 

El origen de esta expresión se remonta nada menos que al siglo XII, cuando las tropas de(...)

http://blog.mariannavarro.net/refranes/cerros_Ubeda.html

jueves, 2 de junio de 2011

Salón de lectura: "La Tierra de las cuevas pintadas". Jean M. Auel

Llega,  tras nueve años (que dan idea del enorme y minucioso trabajo de recopilación que hace la autora), la última incorporación a la saga de "Los hijos de la Tierra" en la que, adornada con una airosa trama argumental y unos atractivos personajes, se nos hace un repaso creíble, riguroso, fundamentado y ameno  (adornado quizás en exceso de múltiples muestras de alto erotismo) sobre lo que debió ser la vida del primer ser humano sobre la tierra.

Esta saga se compone de:


El Clan del Oso Cavernario
La pequeña Ayla, de cinco años, perdida tras un terremoto y atacada por un león cavernario, es acogida por un grupo de Neandertales. Tanto sus características y destrezas físicas como su agilidad mental la distinguen del resto como miembro de otra raza humana, "los otros": Broud, futuro líder del clan, siempre hará todo lo posible para destruirla... . Pero Ayla, protegida por su tótem, es ante todo una superviviente.
El valle de los caballos
Ayla es expulsada del Clan y encuentra refugio en El Valle de los Caballos, allí descubrirá la forma de domesticar a animales y «el fuego de piedra» y se encontrará con Jondalar, sin duda miembro de la misma raza a la que ella pertenece.
Los cazadores de mamuts
Ayla y Jondalar deciden viajar y se transladar cerca del Mar Negro, con los Mamutoi, que deben su nombre a ser cazadores de mamuts, a los que honran espiritualmente. Ayla deberá luchar para ser acogida por una gente que desprecia a los miembros del Clan, los "cabezas chata", a quienes consideran simples animales.
Las llanuras del tránsito
Jondalar convence a Ayla para viajar a caballo hacia sus lugares de origen, a través de las grandes llanuras en la Europa de la Era Glacial. Conocerán otras tribus, aprenderán otras culturas y ténicas de supervivencia hasta culminar el viaje.
Los refugios de piedra
Ayla y su compañero Jondalar llegan hasta el Valle de la Dordoña francesa, donde habita la tribu de la familia de Jondalar, los Zelandonii. Nuevas pruebas de adaptación y demostraciones de su valía ante los cromañones y sus creencias para que nuestra protagonista llegue a ser plenamente aceptada. Allí nace su hija, Jonayla.
Y llegamos a La Tierra de las Cuevas pintadas en la que un nuevo viaje (esta vez para convertir a Ayla en zelandoni - figura mítica, entre maga y curandera, que une el mundo espiritual y el físico-)  nos va describiendo minuciosamente las característica de las numerosas cuevas con muestras del enigmático y curioso arte rupestre, tan presente en el territorio que abarca la novela.

Como ha quedado expuesto, queda claro que la que esto suscribe se encontraba entre los múltiples seguidores (más de 45 millones de ejemplares, en 35 idiomas) que esperaban esta continuación, quizás cierre, de la saga.

Para quien sea de su interés, concluir que hay una primera película: El clan del oso cavernario

lunes, 16 de mayo de 2011

Salón de lectura: José Luis Sampedro. "La vieja sirena"

La acción transcurre en el siglo III después de Cristo. Una mujer que desconoce su orígen, cuyo nombre va cambiando al mismo tiempo que su situación, pasa por distintas vicisitudes hasta encontrarse con Ahram ( estereotipo masculino cuya única fuerza es la ambición de poder) y Krito, filósofo andrógino, cuya fuerza radica en la palabra.

A través de estos personajes, con una amplia retórica - abigarrada a veces -, y unas perfectas dicción y semblanza histórica, el autor nos lleva al inicio de la decadencia del Imperio Romano con la expansión de los bárbaros y la pujanza del cristianismo, centrándose principalmente en Alejandría.

Un magistral retrato de caracteres y un triángulo amoroso, dotan a la obra de unas características que nos llevan a mantener su lectura hasta su impredecible final.

lunes, 9 de mayo de 2011

Salón de lectura: Miguel Delibes. "Cinco horas con Mario"

"Rogad a Dios en caridad por el alma de D. Mario Díez Collado". Así comienza esta obra,  con la esquela mortuoria, en la que se nos informa de su edad, 49 años, y los nombres de su familia.
Su mujer, Mª del Carmen Sotillo, Menchu para sus allegados, de 44 años, se despide de los que han ido a expresar sus condolencias, y se queda a solas con su marido:


"Carmen se encara con su hijo y le muestra el libro:
– Mario -dice-, acuéstate, te lo suplico. Quiero quedarme a solas con tu padre. Es la última vez".

 Toma la Biblia, que él señalaba y repasaba, de la mesilla de noche...


"– Manías. Mario leía sobre leído, sólo lo señalado, ¿comprendes? Yo ahora -se la ablandan los ojos pero, paradójicamente, su voz se va afirmando-, cogeré el libro y será como volver a estar con él. Son sus últimas horas, ¿te das cuenta?"

Y a partir de lo subrayado por él, comienza  a desgranar lo que ha sido su vida juntos, su matrimonio, principalmente sus quejas y reproches hacia una condición en la que, por ser mujer, todas sus peticiones, creencias, pensamientos y convicciones, se veían subordinadas a las de un marido que creía ser recto, solidario y justo con todos, menos con su mujer, a la que, al parecer, jamás comprendió ni se molestó en comprenderla.

Sus problemas económicos (no tener coche, el usar la bicicleta, no disponer de una vajilla presentable...), el hacer uso de la casa sin contar con su opinión

,"pero por ayudar a un preso, por si no lo sabías, te pueden detener, como lo oyes, por cómplice o como se llame"

En fin, un repaso exhaustivo de un ama de casa de clase media que se convierte en un arquetipo de la mujer de posguerra, de los años 60, con la que muchas de nuestras madres podrían verse identificadas.

El monólogo, entre las citas bíblicas subrayadas por el difunto, divaga de un tema a otro en un lenguaje coloquial, sencillo, sin estridencias, referente también de la falta de cultura  de esta mujer a la que, el marido, a pesar de ser profesor, jamás se molestó en instruir.

Reproche tras reproche, el autor nos va acercando poco a poco al motivo que es realmente el culpable del verdadero malestar de Menchu:  estuvo a punto de serle infiel y no fue ella la que lo evitó.

"que le recordé a nuestros hijos, o a lo mejor fue él, vete a saber, ya ni me acuerdo, pero para el caso es lo mismo, Mario, que me quitó la palabra de la boca, que ni hablar podía, estaba desquiciada, cariño, tienes que hacerte cargo, sólo quiero que me comprendas, ¿oyes?, porque aunque hubiese hecho algo malo no era yo, puedes estar seguro, que la persona que estaba allí no tenía nada que ver conmigo, sólo faltaría, pero no pasó nada, nada de nada, en absoluto, te lo juro por lo que más quieras, Mario, créeme, y si Paco no hubiera reaccionado hubiese reaccionado yo, ya me conoces"

Es el sentimiento de culpa el que mueve todo el monólogo, y la muerte inesperada, el no haber podido hacer algo para "compensarle"...

Y una cosa que no te he dicho, Mario, que el otro día, hará cosa de dos semanas, el 2 del pasado para ser exactos, Paco me llevó al centro en su Tiburón, un cochazo de aquí hasta allá, no veas cosa igual, 

Desemboca en su derrumbamiento, en la exacta medida de su pesar 

" pero perdóname, Mario, anda, te lo pido de rodillas, no hubo más, te doy mi palabra, yo sólo he sido para ti, te lo juro, te lo juro y te lo juro, por lo más sagrado, Mario, por lo que más quieras, por mamá, fíjate, que más no puedo hacer, pero mírame, un segundo aunque sólo sea, anda, hazme ese favor, ¡mírame!, ¿es que no me oyes? ¿cómo quieres que te lo diga? ¡Mario, que me muera si no es verdad!, no pasó nada, que Paco, a fin de cuentas, un caballero, claro que fue a dar conmigo, pero si yo tengo un Seiscientos, ni Paco ni Paca, te lo juro, Mario, te lo juro por Elviro y por José María, ¿qué más quieres?, en mejor plan no me puedo poner, Mario, que yo puedo llevar la cabeza bien alta, para que lo sepas, pero ¡escúchame, que te estoy hablando! ¡no te hagas el desentendido, Mario!, anda por favor, mírame, un momento, sólo un segundo, una décima de segundo aunque sólo sea, te lo suplico, ¡mírame!, que yo no he hecho nada malo, palabra, por amor de Dios, mírame un momento, aunque sólo sea un momentín, ¡anda!, dame ese gusto, qué te cuesta, te lo pido de rodillas si quieres, no tengo nada de qué avergonzarme, ¡te lo juro, Mario, te lo juro! ¡¡te lo juro, mírame!! ¡¡que me muera si no es verdad!!, pero no te encojas de hombros, por favor, mírame, de rodillas te lo pido, anda, que no lo puedo resistir, no puedo, Mario, te lo juro, ¡mírame o me vuelvo local ¡¡Anda, por favor…!!"

En fin, una gran novela, inmortalizada en el teatro, con guión revisado por el propio autor, por las geniales interpretaciones durante 25 años de Lola Herrera, 1979, y   la más actual de Natalia Millán, en el 2010.


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