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sábado, 28 de julio de 2012

6.- "Irse el santo al cielo"


"Se le va el santo al cielo"

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Los profesores estamos más que acostumbrados al caso  de encontrarnos en mitad de una explicación más o menos ardua y, al interrogar a los alumnos sobre cualquier punto para ver si ha quedado claro, hallar que el alumno en cuestión no sólo no sabe de qué se le está hablando, sino que a veces ni contesta por habérsele ido el santo al cielo.

Y es que si tenemos nombre, tenemos santo (por lo menos mientras se mantuvo la costumbre de elegir en la pila bautismal o en el registro civil, entre el amplio listado de nombres venerados por la iglesia) y ese santo, como corresponde, parece querer habitar regiones "etéreas" mejor que atender a la tantas veces cruda y aburrida realidad.

Se usa también en primera persona: "Se me ha ido el santo al cielo y ... no me acordé de la cita", o... "y no sé lo que iba a decir".

En resumen: ese santo con tendencias a lo celestial que suele acompañar a los despistados ;)

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La primera referencia que se me ha venido a la cabeza relacionando experiencias entre profesor y alumnos es la de una serie de TV que veía en mi adolescencia (hace años ya, pues) en la que un joven, alto y espigado profesor de Literatura hacía algo más que enseñar. Lo siento: no he podido localizarla. Más cercana, y con el mismo argumento, la genial película protagonizada por Robin Williams "El Club de los poetas muertos", guión convertido en novela en el 1991( "Dead poets society". N.H.Kleinbaum) y algo más lejana, pero no menos actual, ya que al fin y al cabo consiste en los mismo: ganarse a los alumnos para poder cumplir su misión (y vocación) de enseñar: "Rebelión en las aulas" (1967) de Sidney Poitier.


 Autorizada la copia total o parcial citando © www.mariannavarro.net 
 

viernes, 27 de julio de 2012

Leyendo el "Quijote". Parte 1ª. Capítulo 4.

Capítulo cuarto
De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta

Ya amanecía cuando nuestro flamante caballero, orgulloso de su "gran noche", cabalgaba de nuevo. Pero, ¡cómo no!, dando vueltas en su mente a los consejos del "castellano", decidió que era importante hacer lo que le había recomendado y volver a su casa a por dineros, ropa limpia y, sobre todo, un escudero.

En ésas estaba, cuando al pasar cerca de un bosque oyó quejidos lastimeros y vio la primera ocasión de practicar su oficio. Se dirigió hacia allí y vio "atada una yegua a una encina, y atado en otra un muchacho desnudo de medio cuerpo arriba, de edad de quince años, que era el que las voces daba y no sin causa, porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprensión y consejo, porque decía: la lengua queda y los ojos listos. Y el muchacho respondía: no lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo haré otra vez, y yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato"

Imagen No lo pensó dos veces Don Quijote y se dirigió hacia el hombre que así maltrataba al joven (creyéndole caballero también por tener una lanza apoyada en el árbol junto a la yegua). El motivo del castigo era que el dueño del rebaño acusaba al chico de ser ladrón, ya que cada día le faltaba alguna oveja, mientras que el muchacho replicaba que hacía mucho que el hombre no le pagaba el salario prometido.

Quiso nuestro caballero hacer justicia mandando al chico, Andrés, que acompañase a su patrón, Juan Haldudo, a donde decía tener su dinero, aconsejándole que se fiara de su condición, a pesar de sus dudas, dándole su promesa de volver a castigarle si no cumplía. Y con la confianza que Don Quijote tenía en la palabra dada, siguió su camino muy satisfecho de cómo había solucionado el problema (enderezado el entuerto o deshecho el agravio).

En cuanto desapareció nuestro iluso protagonista, mientras pensaba él en lo bien que había actuado, el hombre volvió a atar al chico y siguió pegándole hasta que le pareció suficiente. Recomendándole cuando le soltó: "Llamad, señor Andrés, ahora, decía el labrador, al desfacedor de agravios, veréis cómo no desface aqueste, aunque creo que no está acabado de hacer, porque me viene gana de desollaros vivo, como vos temíades."

Juró el muchacho ir a buscar a Don Quijote porque todavía tenía edad de creer en caballeros, pero, entretanto, "él se partió llorando y su amo se quedó riendo.".

No hubo de andar mucho Rocinante, que era quien decidía el camino a seguir, cuando se cruzaron con unos mercaderes toledanos que iban a comprar a Murcia."Eran seis, y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie.".

Como parece natural ya, pues vamos conociendo a nuestro protagonista, de nuevo atribuyó al grupo cualidades que no tenía, y parándose en mitad del camino les increpó: "todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.".

Cervantes, viajero infatigable por su trabajo como recaudador y por su propio carácter, era buen conocedor de las gentes que poblaban los caminos y así, a lo largo de la obra, nos los va retratando como gente sencilla pero socarrona, dispuesta siempre a pasar un buen rato a costa de quienquiera que se atreviera a hacerles frente, si en broma, por broma, si de veras, por orgullo y porque era gente acostumbrada a las peleas. Así que tantearon al caballero diciéndole que les enseñara tan gran hermosura, que no tendrían ningún problema en reconocerla si así era.

Planteó Don Quijote, con su aplastante lógica: "¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia: que ahora vengáis uno a uno, como pide la orden de caballería, ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en la razón que de mi parte tengo."

Hay que reconocer que, aparte de fanfarrón, gustaba nuestro caballero de meterse en jaleos, porque a pesar de que quisieron convencerle, "arremetió con la lanza baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fue rodando su amo una buena pieza por el campo, y queriéndose levantar, jamás pudo: tal embarazo le causaba la lanza, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas" y aun así, tirado en el suelo, exclamaba: "non fuyáis, gente cobarde, gente cautiva, atended que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido." Sin duda era demasiada altanería, así que uno de los mozos de mulas, no sólo le partió la lanza, sino que aprovechó los pedazos, al ver que ni aún así se callaba, para dejarle tan molido "como cibera" (Residuo de los frutos después de exprimidos.).

Imagen Cuando el mozo se cansó y todos se fueron, Don Quijote, que si no había podido levantarse cuando cayó de Rocinante, menos podía ahora después de la paliza, aún supo sacar sus propias conclusiones a lo que había pasado "Y aún se tenía por dichoso, pareciéndole que aquella era propia desgracia de caballeros andantes, y toda la atribuía a la falta de su caballo"

¡Seguimos!


5.- "El hábito no hace al monje"



  Relacionado con "Aunque la mona se vista de seda..." este refrán nos recuerda que "Las apariencias engañan".
 Hoy en día, "cacos" vestidos de uniforme que pueden dejarnos sin el coche... ¡Podemos pedirles que se identifiquen!. O personal del gas o el agua... deben llevar identificación, aparte de que la compañía nos debe avisar. 
 Así que es un refrán actual: no por ir vestido de determinada manera es quien parece ser.
 Timos en la Red como correos de la banca electrónica, para conseguir tu usuario y clave, o el del que quiere sacar un montón de dinero de su país, las ofertas piramidales, etc., ... ¡mucho ojo! 

Siempre ha habido "trileros" ( adivinar dónde está la carta, o la bolita)el toco-mocho (sobre con papeles), el décimo de lotería premiado... Aquí vemos el "timo de la estampita" de "Los tramposos".



lunes, 16 de julio de 2012

Leyendo el "Quijote". Parte 1ª. Cap. 3

Capítulo tercero
Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo D. Quijote en armarse caballero.

Bien, habíamos dejado a nuestro caballero con su obsesión y ya vamos sabiendo que pocos pueden ganarle a terco; por tanto, no nos sorprenderá que llegado el momento de retirarse pidiera al ventero (según él, el castellano, es decir, el dueño del supuesto castillo) que le acompañara a las caballerizas y una vez allí, se arrodillara ante él y le amenazara con no levantarse hasta que el buen hombre le concediera lo que le quería pedir.

Después de tantas horas atendiendo la venta, imaginamos que lo que más querría sería quitarse de en medio al loco que la suerte había hecho llegar a su casa, por lo que le prometió cumplir lo que quisiera. Entonces fue cuando Don Quijote le contó: "os digo que el don que os he pedido, y de vuestra liberalidad me ha sido otorgado, es que mañana, en aquel día, me habéis de armar caballero, y esta noche en la capilla de este vuestro castillo velaré las armas; y mañana, como tengo dicho, se cumplirá lo que tanto deseo, para poder, como se debe, ir por todas las cuatro partes del mundo buscando las aventuras en pro de los menesterosos, como está a cargo de la caballería y de los caballeros andantes, como yo soy"

Ya iba el ventero dándose cuenta de la locura de Don Quijote, por lo que, tomándoselo a broma, pensó que iba a ser una buena ocasión para reírse un rato. Siguiéndole la corriente y bromeando sobre que él también había hecho y deshecho en su juventud, le advirtió, sin embargo, que como en su castillo no había capilla disponible porque había sido destruida, él sabía que podían ser veladas en el patio de armas del castillo. Le preguntó si tenía dinero, a lo que Don Quijote contestó que nunca había leído que los caballeros los necesitasen. Fiel a su plan, el ventero le contó que no solo dinero, sino camisas limpias sabía él que eran necesarios para un buen caballero, así como ungüentos para curar sus heridas, siendo tan obvio que no habían considerado necesario decirlo en sus crónicas. Tal vez porque no era bien visto que ellos llevasen alforjas y solían ser sus escuderos los que de eso se encargaban.

"Prometióle don Quijote de hacer lo que se le aconsejaba con toda puntualidad; y así se dió luego orden como velase las armas en un corral grande, que a un lado de la venta estaba, y recogiéndolas Don Quijote todas, las puso sobre una pila que junto a un pozo estaba, y embrazando su adarga, asió de su lanza, y con gentil continente se comenzó a pasear delante de la pila; y cuando comenzó el paseo, comenzaba a cerrar la noche."

Imagen Contó el ventero el episodio a todos los que en la venta estaban, de manera que se dispusieron a disfrutar del raro espectáculo.

Enfrascado Don Quijote en su vela, se acercó al pozo un arriero que quería dar de beber a su recua, por lo que se dispuso a apartar las armas. La indignación de Don Quijote no se hizo esperar: "¡Oh tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tocar las armas del más valeroso andante que jamás se ciñó espada, mira lo que haces, y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento!".

No estaba el arriero al tanto de lo que allí pasaba, y seguramente pocas ganas tendría de aguantar manías, así que, haciendo caso omiso, siguió apartándolas para dejar libre el pozo. ¡ No sabía lo que le esperaba!. Don Quijote, encomendándose a su amada Dulcinea en esa su primera prueba, cogió la lanza con las dos manos "y dió con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que le derribó en el suelo tan maltrecho, que, si secundara con otro, no tuviera necesidad de maestro que le curara.".

Tuvo suerte de que Don Quijote se conformó con eso y siguió tranquilamente sus paseos, pensando que con un solo golpe sería suficiente. Pero quiso la suerte que otro arriero ocupara el lugar del primero, y a éste, sin avisar, le arreó nuestro caballero tres golpes que le abrieron la cabeza. Viendo esto otros compañeros del oficio, comenzaron a lanzarle piedras e insultarle, mezclándose sus insultos y gritos con las voces del ventero queriendo aclarar que se trataba de un loco y las del mismo Don Quijote: "tirad, llegad, venid y ofendedme en cuanto pudiéredes, que vosotros veréis el pago que lleváis de vuestra sandez y demasía. ".

Ya fuera por las amenazas o por las explicaciones del ventero, el caso es que los arrieros le dejaron en paz y así pudo él continuar la vela de sus armas sin otro contratiempo. Pero no quería el ventero más jaleos, así que acercándose a nuestro protagonista "Díjole, como ya le había dicho, que en aquel castillo no había capilla, y para lo que restaba de hacer tampoco era necesaria; que todo el toque de quedar armado caballero consistía en la pescozada y en el espaldarazo, según él tenía noticia del ceremonial de la orden, y que aquello en mitad de un campo se podía hacer; y que ya había cumplido con lo que tocaba al velar de las armas, que con solas dos horas de vela se cumplía, cuanto más que él había estado más de cuatro.".

Don Quijote ya confiaba en él, por lo que accedió y creyó todo lo dicho. Entonces, " el castellano, trajo luego un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino a donde Don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas, y leyendo en su manual como que decía alguna devota oración, en mitad de la leyenda alzó la mano, y dióle sobre el cuello un buen golpe, y tras él con su misma espada un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes como que rezaba."

Fueron las dos "doncellas" las encargadas de ceñirle la espada y calzarle las espuelas, a las que, agradecido, pidió sus nombres y las bautizó en adelante como doña Tolosa y doña Molinera.

"Hechas, pues, de galope y aprisa las hasta allí nunca vistas ceremonias, no vió la hora Don Quijote de verse a caballo y salir buscando las aventuras; y ensillando luego a Rocinante, subió en él, y abrazando a su huésped, le dijo cosas tan extrañas, agradeciéndole la merced de haberle armado caballero, que no es posible acertar a referirlas. El ventero, por verle ya fuera de la venta, con no menos retóricas, aunque con más breves palabras, respondió a las suyas, y sin pedirle la costa de la posada, le dejó ir a la buena hora."

Y así fue cómo nuestro recién armado caballero, se dispuso a continuar su viaje y a iniciarse como tal.

¡Seguimos!

viernes, 13 de julio de 2012

2.- "Haz lo que digo, pero no lo que hago"


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Este refrán, citado en la recopilación "De abuelos a nietos", en relación con el de "No entra en misa la campana y a todos llama", nos muestra una costumbre muy habitual en el ser humano: aconsejar a otros lo que han de hacer, siendo él el primero en no seguir aquello que aconseja.

De ahí la importancia de "predicar con el ejemplo" para tener credibilidad e inspirar confianza en los demás.
Aconsejar es fácil, pero... "del dicho al hecho, hay gran trecho" (1). También comentaremos ambos proverbios.
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Ganadora del premio Edebé 2010, Maite Carranza en su obra "Palabras envenenadas" trata precísamente sobre la hipocresía social, centrada en el tema del abuso de menores.
¿Qué pasó con Bárbara Molina? Nunca se encontró su cuerpo ni se consiguieron pruebas para detener a ningún culpable. Una llamada a un móvil pone patas arriba el destino de muchas personas: el de un policía a punto de jubilarse, el de una madre que ha perdido la esperanza de encontrar a su hija desaparecida, el de una chica que traicionó a su mejor amiga. Palabras envenenadas es una crónica de un día trepidante, vivido a contrarreloj y protagonizado por tres personas cercanas a Bárbara Molina, desaparecida misteriosa y violentamente cuando tenía quince años. Un enigma que, después de cuatro años sin resolverse, va a verse sacudido por nuevas claves. A veces, la verdad permanece oculta en la oscuridad y sólo se ilumina al abrir una ventana.
Una historia de mentiras, secretos, engaños y falsas apariencias que pone el dedo en la llaga sobre mitos incuestionables. Un relato escalofriante que disecciona la hipocresía de la sociedad española moderna. Una denuncia valiente de los abusos sexuales infantiles, sus devastadoras consecuencias y su invisibilidad en este mundo bienpensante nuestro.
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(1) Trecho.- Espacio, distancia de lugar o tiempo.


Permitida la copia total o parcial citando MNAcademia