Como decía ayer, por seguir el orden, sigo incluyendo los refranes "nuevos" en mi espacio original.
Por si queréis leerlo: http://blog.mariannavarro.net/refranes/a_rajatabla.html
Gracias por vuestro interés.
viernes, 24 de agosto de 2012
jueves, 23 de agosto de 2012
Sobre la falta de refranes comentados estos últimos días
No, no es que no haya habido refranes. Se trata simplemente de que aquí quiero seguir un orden y últimamente se me han pedido explicaciones de algunas frases hechas que he ido colgando en el sitio que era habitual http://blog.mariannavarro.net
Para evitar repeticiones y para llevar una mejor distribución, no los he puesto aquí; pero tenéis razón: eso no quita el detalle de avisaros para que los podáis ver si así lo considerais conveniente.
Pues bien, los que se han explicado estos días son:
"Irse de picos pardos"
"Una verdad de cajón"
"Cuando se tercie"
Mis disculpas, y muchas gracias por vuestro interés.
Para evitar repeticiones y para llevar una mejor distribución, no los he puesto aquí; pero tenéis razón: eso no quita el detalle de avisaros para que los podáis ver si así lo considerais conveniente.
Pues bien, los que se han explicado estos días son:
"Irse de picos pardos"
"Una verdad de cajón"
"Cuando se tercie"
Mis disculpas, y muchas gracias por vuestro interés.
Leyendo el Quijote. 1ª parte. Capítulo 25
Que trata de
las extrañas cosas que en Sierra Morena sucedieron al valiente caballero
de la Mancha, y de la imitacion que hizo a la penitencia de Beltenebros
Don Quijote se despidió del cabrero y montándose en Rocinante, indicó a Sancho que le siguiese. Mientras se adentraban por la Sierra, iba Sancho ardiendo en deseos de hablar, pero no se atrevía por la prohibición que su amo le había hecho, cansado ya de su palabrería y las continuas interrupciones que le impedían centrarse debidamente en sus pensamientos.
Aguantó Sancho lo que pudo; pero viendo que su amo nada decía, comenzó a hablar pidiéndole que le permitiera regresar a su casa porque querer vuestra merced que vaya con él por estas soledades de día y de noche, y que no le hable cuando me diere gusto, es enterrarme en vida.
Tanto insistió en su desahogo, que... Ya te entiendo, Sancho, respondió Don Quijote, tú mueres porque te alce el entredicho que te tengo puesto en la lengua. Dale por alzado, y di lo que quisieres, con condición que no ha de durar este alzamiento más de en cuanto anduviéremos por estas sierras.
En fin, Sancho, viéndose libre de la prohibición, le hizo saber de nuevo sus recelos y dudas ante la necesidad de meterse en tantas aventuras que tan malas consecuencias tenían para ellos (ya que siempre acababan dejándoles maltrechos), y así le pedía que evitara meterse en la que el loco Cardenio les había narrado.
Pero ya conocemos a nuestro caballero: era inflexible en su decisión cuando se trataba de acudir a la ayuda de damas de tan alta condición como, en esta ocasión, lo era la reina Madasima.
De mis viñas vengo, no sé nada, no soy amigo de saber vidas ajenas; que el que compra y miente, en su bolsa lo siente; cuanto más que desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo ni gano. Mas que lo fuesen, ¿qué me va a mí? Y muchos piensan que hay tocinos, y no hay estacas; ¿mas quién puede poner puertas al campo? Cuanto más que de Dios dijeron..., se desahogó Sancho con esta serie aparentemente inconexa de refranes.
Su amo le escuchó atento, pero de nada sirvieron sus consejos... Don Quijote había decidido imitar los duelos de Roldán, aunque fuera solo en parte, y llorar por su amada Dulcinea aunque (como bien le indicó Sancho) no tuviera motivos para ello. No obstante, le mandaría con él una carta, y penaría hasta que recibiese contestación ya que el toque está en desatinar sin ocasión, y dar a entender a mi dama, que si en seco hago esto, qué hiciera en mojado; cuanto más que harta ocasión tengo en la larga ausencia que he hecho de la siempre señora mía Dulcinea del Toboso, que como ya oíste decir a aquel pastor de marras Ambrosio, quien está ausente todos los males tiene y teme.
Preparándose al efecto, pregunta a Sancho por el yelmo de Mambrino. Éste, harto, le hace ver la locura que es creer que una bacía de barbero sea otra cosa, a lo que Don Quijote, que siempre tiene respuesta para cada ocasión, contesta: y así eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mi el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa: y fue para providencia del sabio que es de mi parte, hacer que parezca bacía a todos, lo que real y verdaderamente es yelmo de Mambrino, a causa que siendo él de tanta estima, todo el mundo me perseguiría por quitármele; pero como ven que no es más de un bacin de un barbero, no se curan de procuralle
Quería Don Quijote quedarse desnudo, liberar a Rocinante, y quedar allí llorando su desventura mientras Sancho partía a llevar su carta a Dulcinea... Recordemos que Sancho se había quedado sin su pollino, por lo que su espíritu práctico se impuso de nuevo: y en verdad, señor caballero de la Triste Figura, que si es que mi partida y su locura de vuestra merced van de veras, que sea bien tornar a ensillar a Rocinante para que supla la falta del rucio, porque será ahorrar tiempo a mi ida y vuelta, que si la hago a pie no sé cuando llegaré ni cuando volveré, porque en resolución soy mal caminante.
Digo, Sancho, respondió Don Quijote, que sea como tú quisieres, que no me parece mal tu designio, y digo que de aquí a tres días te partirás, porque quiero que en este tiempo veas lo que por ella hago y digo, para que se lo digas. Pues ¿qué más tengo que ver, dijo Sancho, que lo que he visto? Bien estás en el cuento, respondió Don Quijote: ahora me falta rasgar las vestiduras, esparcir las armas, y darme de calabazadas por estas peñas, con otras cosas de este jaez que te han de admirar.
Temiendo Sancho el estado en que quedaría su señor con tantas locuras que pretendía hacer, intentó convencerle: Y más le ruego, que haga cuenta que son ya pasados los tres días que me ha dado de término para ver las locuras que hace, que ya las doy por vistas y por pasadas en cosa juzgada, y diré maravillas a mi señora, y escriba la carta y despácheme luego, porque tengo gran deseo de volver a sacar a vuestra merced deste purgatorio donde le dejo.
Anduvieron así dando vueltas a cómo escribir la carta y hacérsela llegar, cuando D. Quijote se da cuenta de que no sabe leer. Nombra a sus padres y es entonces cuando obtenemos su más exacta descripción:
Ta, ta, dijo Sancho. Qué ¿la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo? Esa es, dijo Don Quijote, y es la que merece ser señora de todo el universo. Bien la conozco, dijo Sancho, y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. Vive el dador, que es moza de chapa, hecha y derecha, y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante o andar, que la tuviere por señora. ¡Oh hideputa, qué rejo que tiene, y qué voz! .
Se la describe como una campesina zafia y tosca, pero aún así, obtiene más el beneplácito de Sancho que si de una dama de alta alcurnia se tratase, aunque insista D. Quijote: y para concluir con todo, yo me imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad, y ni la llega Elena, ni la alcanza Lucrecia, ni otra alguna de las famosas mujeres de las edades pretéricas, griega, bárbara o latina; y diga cada uno lo que quisiera, que si por esto fuere reprendido de los ignorantes, no seré castigado de los rigurosos.
Se
trata, como vemos, de la primera vez en que nuestro protagonista
confiesa sus invenciones y reconoce sus locuras, pero el reconocerlo, no
es en modo alguno obstáculo para no mantenerse en ellas...Don Quijote se despidió del cabrero y montándose en Rocinante, indicó a Sancho que le siguiese. Mientras se adentraban por la Sierra, iba Sancho ardiendo en deseos de hablar, pero no se atrevía por la prohibición que su amo le había hecho, cansado ya de su palabrería y las continuas interrupciones que le impedían centrarse debidamente en sus pensamientos.
Aguantó Sancho lo que pudo; pero viendo que su amo nada decía, comenzó a hablar pidiéndole que le permitiera regresar a su casa porque querer vuestra merced que vaya con él por estas soledades de día y de noche, y que no le hable cuando me diere gusto, es enterrarme en vida.
Tanto insistió en su desahogo, que... Ya te entiendo, Sancho, respondió Don Quijote, tú mueres porque te alce el entredicho que te tengo puesto en la lengua. Dale por alzado, y di lo que quisieres, con condición que no ha de durar este alzamiento más de en cuanto anduviéremos por estas sierras.
En fin, Sancho, viéndose libre de la prohibición, le hizo saber de nuevo sus recelos y dudas ante la necesidad de meterse en tantas aventuras que tan malas consecuencias tenían para ellos (ya que siempre acababan dejándoles maltrechos), y así le pedía que evitara meterse en la que el loco Cardenio les había narrado.
Pero ya conocemos a nuestro caballero: era inflexible en su decisión cuando se trataba de acudir a la ayuda de damas de tan alta condición como, en esta ocasión, lo era la reina Madasima.
De mis viñas vengo, no sé nada, no soy amigo de saber vidas ajenas; que el que compra y miente, en su bolsa lo siente; cuanto más que desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo ni gano. Mas que lo fuesen, ¿qué me va a mí? Y muchos piensan que hay tocinos, y no hay estacas; ¿mas quién puede poner puertas al campo? Cuanto más que de Dios dijeron..., se desahogó Sancho con esta serie aparentemente inconexa de refranes.
Su amo le escuchó atento, pero de nada sirvieron sus consejos... Don Quijote había decidido imitar los duelos de Roldán, aunque fuera solo en parte, y llorar por su amada Dulcinea aunque (como bien le indicó Sancho) no tuviera motivos para ello. No obstante, le mandaría con él una carta, y penaría hasta que recibiese contestación ya que el toque está en desatinar sin ocasión, y dar a entender a mi dama, que si en seco hago esto, qué hiciera en mojado; cuanto más que harta ocasión tengo en la larga ausencia que he hecho de la siempre señora mía Dulcinea del Toboso, que como ya oíste decir a aquel pastor de marras Ambrosio, quien está ausente todos los males tiene y teme.
Preparándose al efecto, pregunta a Sancho por el yelmo de Mambrino. Éste, harto, le hace ver la locura que es creer que una bacía de barbero sea otra cosa, a lo que Don Quijote, que siempre tiene respuesta para cada ocasión, contesta: y así eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mi el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa: y fue para providencia del sabio que es de mi parte, hacer que parezca bacía a todos, lo que real y verdaderamente es yelmo de Mambrino, a causa que siendo él de tanta estima, todo el mundo me perseguiría por quitármele; pero como ven que no es más de un bacin de un barbero, no se curan de procuralle
Quería Don Quijote quedarse desnudo, liberar a Rocinante, y quedar allí llorando su desventura mientras Sancho partía a llevar su carta a Dulcinea... Recordemos que Sancho se había quedado sin su pollino, por lo que su espíritu práctico se impuso de nuevo: y en verdad, señor caballero de la Triste Figura, que si es que mi partida y su locura de vuestra merced van de veras, que sea bien tornar a ensillar a Rocinante para que supla la falta del rucio, porque será ahorrar tiempo a mi ida y vuelta, que si la hago a pie no sé cuando llegaré ni cuando volveré, porque en resolución soy mal caminante.
Digo, Sancho, respondió Don Quijote, que sea como tú quisieres, que no me parece mal tu designio, y digo que de aquí a tres días te partirás, porque quiero que en este tiempo veas lo que por ella hago y digo, para que se lo digas. Pues ¿qué más tengo que ver, dijo Sancho, que lo que he visto? Bien estás en el cuento, respondió Don Quijote: ahora me falta rasgar las vestiduras, esparcir las armas, y darme de calabazadas por estas peñas, con otras cosas de este jaez que te han de admirar.
Temiendo Sancho el estado en que quedaría su señor con tantas locuras que pretendía hacer, intentó convencerle: Y más le ruego, que haga cuenta que son ya pasados los tres días que me ha dado de término para ver las locuras que hace, que ya las doy por vistas y por pasadas en cosa juzgada, y diré maravillas a mi señora, y escriba la carta y despácheme luego, porque tengo gran deseo de volver a sacar a vuestra merced deste purgatorio donde le dejo.
Anduvieron así dando vueltas a cómo escribir la carta y hacérsela llegar, cuando D. Quijote se da cuenta de que no sabe leer. Nombra a sus padres y es entonces cuando obtenemos su más exacta descripción:
Ta, ta, dijo Sancho. Qué ¿la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo? Esa es, dijo Don Quijote, y es la que merece ser señora de todo el universo. Bien la conozco, dijo Sancho, y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. Vive el dador, que es moza de chapa, hecha y derecha, y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante o andar, que la tuviere por señora. ¡Oh hideputa, qué rejo que tiene, y qué voz! .
Se la describe como una campesina zafia y tosca, pero aún así, obtiene más el beneplácito de Sancho que si de una dama de alta alcurnia se tratase, aunque insista D. Quijote: y para concluir con todo, yo me imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad, y ni la llega Elena, ni la alcanza Lucrecia, ni otra alguna de las famosas mujeres de las edades pretéricas, griega, bárbara o latina; y diga cada uno lo que quisiera, que si por esto fuere reprendido de los ignorantes, no seré castigado de los rigurosos.
¡Seguimos!
miércoles, 22 de agosto de 2012
Leyendo el Quijote. 1ª parte. Capítulo 24. Cardenio cuenta su desventura.
Capítulo vigésimocuarto
Donde se prosigue la aventura de la Sierra Morena
Dejamos a nuestro caballero en amena charla con el astroso Caballero de la Sierra de modo que nos habremos de enterar del motivo por el que decidió vivir así ya que juro, añadió Don Quijote, por la orden de caballería que recibí, aunque indigno y pecador, y por la profesión de caballero andante, si en esto, señor, me complacéis, de serviros con las veras a que me obliga el ser quien soy ora remediando vuestra desgracia, si tiene remedio, ora ayudándoos a llorarla, como os lo he prometido.
Pidió primero de comer el hombre (a quien nombra Cervantes con distintos apelativos a cual más curioso), y después de acompañarle a un lugar más cómodo, rogando que no le interrumpieran, contó que se llamaba Cardenio, era andaluz, y había tenido la mala ventura de enamorarse de Luscinda desde que eran niños, consiguiendo la desaprobación del padre. LLegó a pedirla por esposa, pero su padre le envió a atender la petición de un grande de España, que le solicitaba como compañero de su hijo.
No se podía denegar la solicitud y allí conoció a Fernando, segundo hijo de duque, del que se hizo amigo y confidente, y que, para su mala suerte, vino a enamorarse también de Luscinda... Seguía Cardenio su historia cuando al nombrar al Amadís de Gaula, Don Quijote no puede evitar interrumpirle para comentar sus excelencias, por lo que -como ya le había avisado- queda la historia en suspenso ya que Cardenio empieza a desvariar ante los comentarios de Don Quijote y alzó un guijarro que halló junto a sí, y dio con él en los pechos tal golpe a Don Quijote, que le hizo caer de espaldas. Sancho Panza, que de tal modo vio parar a su señor, arremetió al loco con el puño cerrado, y el Roto le recibió de tal suerte, que con una puñada dio con él a sus pies, y luego se subió sobre él y le brumó las costillas muy a su sabor. El cabrero, que le quiso defender, corrió el mismo peligro, y después que los tuvo a todos rendidos y molidos, los dejó y se fue con gentil sosiego a emboscarse en la montaña.
No queda la cosa ahí, pues hasta pelean Sancho y el cabrero, pero el interés de Don Quijote está en terminar de escuchar la historia, por lo que deciden ir a buscarle.
¡Seguimos!
Donde se prosigue la aventura de la Sierra Morena
Dejamos a nuestro caballero en amena charla con el astroso Caballero de la Sierra de modo que nos habremos de enterar del motivo por el que decidió vivir así ya que juro, añadió Don Quijote, por la orden de caballería que recibí, aunque indigno y pecador, y por la profesión de caballero andante, si en esto, señor, me complacéis, de serviros con las veras a que me obliga el ser quien soy ora remediando vuestra desgracia, si tiene remedio, ora ayudándoos a llorarla, como os lo he prometido.
Pidió primero de comer el hombre (a quien nombra Cervantes con distintos apelativos a cual más curioso), y después de acompañarle a un lugar más cómodo, rogando que no le interrumpieran, contó que se llamaba Cardenio, era andaluz, y había tenido la mala ventura de enamorarse de Luscinda desde que eran niños, consiguiendo la desaprobación del padre. LLegó a pedirla por esposa, pero su padre le envió a atender la petición de un grande de España, que le solicitaba como compañero de su hijo.
No se podía denegar la solicitud y allí conoció a Fernando, segundo hijo de duque, del que se hizo amigo y confidente, y que, para su mala suerte, vino a enamorarse también de Luscinda... Seguía Cardenio su historia cuando al nombrar al Amadís de Gaula, Don Quijote no puede evitar interrumpirle para comentar sus excelencias, por lo que -como ya le había avisado- queda la historia en suspenso ya que Cardenio empieza a desvariar ante los comentarios de Don Quijote y alzó un guijarro que halló junto a sí, y dio con él en los pechos tal golpe a Don Quijote, que le hizo caer de espaldas. Sancho Panza, que de tal modo vio parar a su señor, arremetió al loco con el puño cerrado, y el Roto le recibió de tal suerte, que con una puñada dio con él a sus pies, y luego se subió sobre él y le brumó las costillas muy a su sabor. El cabrero, que le quiso defender, corrió el mismo peligro, y después que los tuvo a todos rendidos y molidos, los dejó y se fue con gentil sosiego a emboscarse en la montaña.
No queda la cosa ahí, pues hasta pelean Sancho y el cabrero, pero el interés de Don Quijote está en terminar de escuchar la historia, por lo que deciden ir a buscarle.
¡Seguimos!
martes, 21 de agosto de 2012
Leyendo el "Quijote". Capítulo 23.- Una de cal y otra de arena
Capítulo vigésimotercero
De lo que sucedió al famoso Don Quijote en Sierra Morena, que fue una de las más famosas aventuras que en esta verdadera historia se cuentan
Mal les fue a nuestros protagonistas en su aventura con los galeotes y les dejamos (una vez más) malparados y tristes ante el mal pago recibido a cambio de su generosa intención de ayudar.
Por una vez -milagro parece- nuestro caballero está dispuesto a seguir los consejos de Sancho por miedo a que la Santa Hermandad le persiga por la liberación de presos, aclarando que jamás en vida ni en muerte has de decir a nadie que yo me retiré y aparté deste peligro de miedo, sino por complacer a tus ruegos; que si otra cosa dijeres, mentirás en ello
Nada le importan al escudero esas justificaciones, y contento con la decisión de su amo, se internan en Sierra Morena, dando la triste casualidad de que en aquellos parajes había buscado también escondite el ya conocido Ginés de Pasamonte, que, viéndoles dormidos, decide robar a Sancho su asno.
Inútil es decir la impresión que Sancho se llevó al ver que faltaba su asno: ¡Oh hijo de mis entrañas, nacido en mi misma casa, brinco de mis hijos, regalo de mi mujer, envidia de mis vecinos, alivio de mis cargas, y finalmente, sustentador de la mitad de mi persona, porque con ventiséis maravedís que ganaba cada día mediaba yo mi despensa! . Tristes quejas que despertaron a Don Quijote, el cual intentó consolar a su escudero como mejor supo le rogó que tuviese paciencia, prometiéndole de darle una cédula de cambio para que le diesen tres en su casa, de cinco que había dejado en ella.
Fue suficiente para calmar a Sancho, que se preocupó luego de llenar su estómago con lo que llevaba en la alforjas del pollino, que ahora transportaba él.
En eso estaba cuando vio que su amo quería levantar con la lanza algo tirado en el suelo y que resultó ser un cojin y una maleta podridos por el tiempo. Ayudó a su amo y abrieron la misma para verificar su contenido que eran cuatro camisas de delgada holanda, y otras cosas de lienzo no menos curiosas que limpias, y en un pañizuelo halló un buen montoncillo de escudos de oro, y así como los vio dijo: Bendito sea todo el cielo que nos ha deparado una aventura que sea de provecho. Y buscando más, halló un librillo de memoria ricamente guarnecido. que leyeron detenidamente, pero sólo pudieron saber que eran escritos de algún amante despechado.
Contento estaba Sancho con el dinero hallado y Don Quijote intrigado sobre quién podía ser el dueño de lo que encontraron, pero como nada se podía hacer, siguieron su camino.
No tardó mucho en surgir una aparición: iba saltando un hombre de risco en risco y de mata en mata con extraña ligereza: figurósele que iba desnudo, la barba negra y espesa, los cabellos muchos y rebultados, los pies descalzos y las piernas sin cosa ninguna; los muslos cubrían unos calzones, al parecer de terciopelo leonado; mas tan hechos pedazos que por muchas partes se le descubrían las carnes. y aunque no le pudieron seguir, en ningún momento le cupo duda a nuestro caballero de que ese personaje debía ser quien tan tristes palabras había escrito, por lo que se propuso buscarle, aconsejando a Sancho que fueran por distintos caminos, a lo que, naturalmente, el escudero se negó, confesando su miedo sin ningún apuro, así como la poca necesidad de encontrarle, ya que si efectivamente era el dueño del dinero, deberían devolvérselo.
Era más la rectitud de nuestro protagonista que la de su criado, por lo que no tuvo más remedio que seguir a su amo, hallando no muy lejos los restos de una cabalgadura y a un pastor que cuidaba sus cabras.
Indagando sobre si conocía a quien buscaban, le contó la historia de un joven que voluntariamente se había condenado a vivir solo por aquellos riscos, sin que hubieran llegado a saber claramente el motivo de tal penitencia que se había impuesto. Habían llegado a hablar con él y ...Por esto conjeturamos que la locura le venía a tiempos, y que alguno que se llamaba Fernando le debía de haber hecho una mala obra tan pesada, cuanto lo mostraba el término a que le había conducido. Todo lo cual se ha confirmado después acá con las veces, que han sido muchas, que él a salido al camino, unas a pedir a los pastores le den de lo que llevan para comer, y otras a quitárselo por fuerza, porque cuando está con el accidente de la locura, aunque los pastores se lo ofrezcan de buen grado no lo admite, sino que lo toma a puñadas, y cuando está en su seso lo pide por amor de Dios, cortés y comedidamente; y rinde por ello muchas gracias, y no con falta de lágrimas: y en verdad os digo, señores, prosiguió el cabrero, que ayer determinamos yo y otros cuatros zagales, los dos criados y los dos amigos míos, de buscalle hasta tanto que le hallemos, y después de hallado, ya por fuerza, ya por grado, le hemos de llevar a la villa de Almodóvar, que está de aquí a ocho leguas, y le curaremos, si es que su mal tiene cura, o sabremos quién es, cuando esté en su seso, y si tiene parientes a quien dar noticia de su desgracia.
Hubo suerte, y fue a su encuentro el intrigante personaje, a quien Don Quijote abrazó como a alguien conocido y con el que se pusieron a dialogar...
Pero esto lo conoceremos en el capítulo siguiente.
¡Seguimos!
De lo que sucedió al famoso Don Quijote en Sierra Morena, que fue una de las más famosas aventuras que en esta verdadera historia se cuentan
Mal les fue a nuestros protagonistas en su aventura con los galeotes y les dejamos (una vez más) malparados y tristes ante el mal pago recibido a cambio de su generosa intención de ayudar.
Por una vez -milagro parece- nuestro caballero está dispuesto a seguir los consejos de Sancho por miedo a que la Santa Hermandad le persiga por la liberación de presos, aclarando que jamás en vida ni en muerte has de decir a nadie que yo me retiré y aparté deste peligro de miedo, sino por complacer a tus ruegos; que si otra cosa dijeres, mentirás en ello
Nada le importan al escudero esas justificaciones, y contento con la decisión de su amo, se internan en Sierra Morena, dando la triste casualidad de que en aquellos parajes había buscado también escondite el ya conocido Ginés de Pasamonte, que, viéndoles dormidos, decide robar a Sancho su asno.
Inútil es decir la impresión que Sancho se llevó al ver que faltaba su asno: ¡Oh hijo de mis entrañas, nacido en mi misma casa, brinco de mis hijos, regalo de mi mujer, envidia de mis vecinos, alivio de mis cargas, y finalmente, sustentador de la mitad de mi persona, porque con ventiséis maravedís que ganaba cada día mediaba yo mi despensa! . Tristes quejas que despertaron a Don Quijote, el cual intentó consolar a su escudero como mejor supo le rogó que tuviese paciencia, prometiéndole de darle una cédula de cambio para que le diesen tres en su casa, de cinco que había dejado en ella.
Fue suficiente para calmar a Sancho, que se preocupó luego de llenar su estómago con lo que llevaba en la alforjas del pollino, que ahora transportaba él.
En eso estaba cuando vio que su amo quería levantar con la lanza algo tirado en el suelo y que resultó ser un cojin y una maleta podridos por el tiempo. Ayudó a su amo y abrieron la misma para verificar su contenido que eran cuatro camisas de delgada holanda, y otras cosas de lienzo no menos curiosas que limpias, y en un pañizuelo halló un buen montoncillo de escudos de oro, y así como los vio dijo: Bendito sea todo el cielo que nos ha deparado una aventura que sea de provecho. Y buscando más, halló un librillo de memoria ricamente guarnecido. que leyeron detenidamente, pero sólo pudieron saber que eran escritos de algún amante despechado.
Contento estaba Sancho con el dinero hallado y Don Quijote intrigado sobre quién podía ser el dueño de lo que encontraron, pero como nada se podía hacer, siguieron su camino.
No tardó mucho en surgir una aparición: iba saltando un hombre de risco en risco y de mata en mata con extraña ligereza: figurósele que iba desnudo, la barba negra y espesa, los cabellos muchos y rebultados, los pies descalzos y las piernas sin cosa ninguna; los muslos cubrían unos calzones, al parecer de terciopelo leonado; mas tan hechos pedazos que por muchas partes se le descubrían las carnes. y aunque no le pudieron seguir, en ningún momento le cupo duda a nuestro caballero de que ese personaje debía ser quien tan tristes palabras había escrito, por lo que se propuso buscarle, aconsejando a Sancho que fueran por distintos caminos, a lo que, naturalmente, el escudero se negó, confesando su miedo sin ningún apuro, así como la poca necesidad de encontrarle, ya que si efectivamente era el dueño del dinero, deberían devolvérselo.
Era más la rectitud de nuestro protagonista que la de su criado, por lo que no tuvo más remedio que seguir a su amo, hallando no muy lejos los restos de una cabalgadura y a un pastor que cuidaba sus cabras.
Indagando sobre si conocía a quien buscaban, le contó la historia de un joven que voluntariamente se había condenado a vivir solo por aquellos riscos, sin que hubieran llegado a saber claramente el motivo de tal penitencia que se había impuesto. Habían llegado a hablar con él y ...Por esto conjeturamos que la locura le venía a tiempos, y que alguno que se llamaba Fernando le debía de haber hecho una mala obra tan pesada, cuanto lo mostraba el término a que le había conducido. Todo lo cual se ha confirmado después acá con las veces, que han sido muchas, que él a salido al camino, unas a pedir a los pastores le den de lo que llevan para comer, y otras a quitárselo por fuerza, porque cuando está con el accidente de la locura, aunque los pastores se lo ofrezcan de buen grado no lo admite, sino que lo toma a puñadas, y cuando está en su seso lo pide por amor de Dios, cortés y comedidamente; y rinde por ello muchas gracias, y no con falta de lágrimas: y en verdad os digo, señores, prosiguió el cabrero, que ayer determinamos yo y otros cuatros zagales, los dos criados y los dos amigos míos, de buscalle hasta tanto que le hallemos, y después de hallado, ya por fuerza, ya por grado, le hemos de llevar a la villa de Almodóvar, que está de aquí a ocho leguas, y le curaremos, si es que su mal tiene cura, o sabremos quién es, cuando esté en su seso, y si tiene parientes a quien dar noticia de su desgracia.
Hubo suerte, y fue a su encuentro el intrigante personaje, a quien Don Quijote abrazó como a alguien conocido y con el que se pusieron a dialogar...
Pero esto lo conoceremos en el capítulo siguiente.
¡Seguimos!
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