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martes, 28 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 28

Capítulo vigésimo octavo

Que trata de la nueva y agradable aventura que al cura y barbero sucedió en la misma sierra

Estaban, como recordaremos, el cura y el barbero hablando con el desventurado Cardenio, cuando unas sonoras quejas procedentes de un lugar cercano a ellos les hace acercarse a ver quién se lamentaba de tal modo... no hubieron andado veinte pasos, cuando detrás de un peñasco vieron sentado al pie de un fresno a un mozo vestido como labrador, al cual, por tener inclinado el rostro, a causa de que se lavaba los pies en el arroyo que por allí corría, no se le pudieron ver entonces; y ellos llegaron con tanto silencio, que de él no fueron sentidos, ni él estaba a otra cosa atento que a lavarse los pies, que eran tales, que no parecían sino dos pedazos de blanco cristal, que entre las otras piedras del arroyo se habían nacido.
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Llevados por su curiosidad, se escondieron para no ser notados y poder contemplar sin ser vistos. El supuesto mancebo se dedicaba a su aseo cuando El mozo se quitó la montera, y sacudiendo la cabeza a una y otra parte se comenzaron a descoger y desparcir unos cabellos que pudieran los del sol tenerles envidia. Con esto conocieron que el que parecía labrador era mujer, y delicada, y aun la más hermosa que hasta entonces los ojos de los dos habían visto, y aun los de Cardenio, si no hubieran mirado y conocido a Luscinda,

La mujer acabó descubriéndolos y quiso huir, cosa imposible por hallarse descalza, por lo que pronto la alcanzaron e intentaron tranquilizarla Así que, señora mía, o señor mío, o lo que vos quisiéreis ser, perded el sobresalto que nuestra vista os ha causado, y contadnos vuestra buena o mala suerte, que en nosotros juntos, o en cada uno, hallaréis quien os ayude a sentir vuestras desgracias".

Como vemos, era ese lugar ideal para los amantes desengañados, y no había elegido mal Don Quijote... ya eran tres los que alli lloraban sus penas.

No es la intención de esta sección desentrañar lo que aquí ocurre, sino despertar las ganas de leerlo, así que si queréis saber la causa de que mujer tan hermosa se decidiera a perderse en esos riscos de la sierra en traje de varón, en este capítulo lo encontraréis. Sólo adelantaros que se trata de Dorotea, prometida al Don Fernando que casó con Luscinda, la causante de los males de Cardenio...

Así es como se entrelazan dos historias intrísecamente unidas y dos enamorados perjudicados por una misma traición que no fue tanta, porque cuenta Dorotea que Luscinda, en su boda...

¡¡Seguimos!!


Refranes en mi blog

Como ya os indico otras veces, cada vez que sumo una más a la lista (y van 306 explicaciones) lo hago en mi espacio web, para mantener así el control y no repetirme. Así que si no queréis esperar a que llegue su turno, podeis ver de dónde viene "es un rollo macabeo" aquí:

http://blog.mariannavarro.net/refranes/rollos_macabeos.html

Gracias por vuestro interés.

lunes, 27 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 27.

Capítulo vigesimoséptimo
De cómo salieron con su intención el cura y el barbero, con otras cosas dignas de que se cuenten en esta grande historia

Habíamos dejado a barbero y cura con la decisión de disfrazarse para poder rescatar a Don Quijote, y para ello pidieron la ayuda de la Maritornes y el ventero, que se la dieron de buen grado. Así, vistieron al cura de mujer y el barbero se colocó una gran barba, y de esa guisa... Encasquetóse su sombrero, que era tan grande que le podía servir de quitasol, y cubriéndose su herreruelo, subió en su mula a mujeriegas, y el barbero en la suya, con su barba que le llegaba a la cintura entre roja y blanca, como aquella que, como se ha dicho, era hecha de la cola de un buey barroso. Despidiéronse de todos y de la buena Maritornes, que prometió de rezar un rosario, aunque pecadora, porque Dios les diese buen suceso en tan arduo y tan cristiano negocio como era el que habían emprendido.

No las tenía el cura todas consigo, pensando que ofendía sus hábitos vistiéndose de aquel modo, por lo que pidió al barbero que cambiasen los papeles y fuera él la gentil dama que convencería a Don Quijote. Ante las risas de Sancho, así lo acordaron, decidiendo aplazar el disfraz hasta que ya estuviesen cerca de donde nuestro protagonista estaba.

Se adelantó Sancho para dar a su amo las nuevas de la supuesta entrega de la carta a Dulcinea y de su respuesta, cuando el cura y el barbero tropezaron con Cardenio, y gracias a ello, terminamos de conocer su historia que, puesto que la podéis leer, resumiremos como la historia de una traición, culminada con el matrimonio de su amada con su, hasta entonces, mejor amigo. Los males y tristeza que todos estos hechos le causaron, eran los que le tenían perdiendo el sentido y vagando por allí, y de seguro hubiera muerto ya, si no fuera por la ayuda de los cabreros.

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Aquí dió fin Cardenio a su larga plática y tan desdichada como amorosa historia, y al tiempo que el cura se prevenía para decirle algunas razones de consuelo, le suspendió una voz que llegó a sus oídos, que en lastimados acentos oyeron que decía lo que se dirá más adelante de esta narración; que en este punto dió fin al capítulo el sabio y atentado historiador Cide Hamete Benengeli


Y así acaba este capítulo. ¡Seguimos!

23- "Darse con un canto en los dientes"


 "Darse con un canto en los dientes"

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Al igual que en el caso de una caída es mejor darse contra un canto (1) que perder la mitad de los dientes al estrellarse directamente contra el suelo, hay multitud de ocasiones en las que podemos estar contentos porque las cosas no hayan salido peor de lo que salieron.
Este refrán, por tanto, dicho también como "podemos darnos con un canto en los dientes", se expresa siempre con algo de consuelo, conformándose con el resultado y dando gracias porque el daño no haya sido mayor.
La verdad es que el origen de la expresión no está nada claro... aún usamos darse golpes de pecho (recordemos el rito de hacerlo mientras se dice "por mi culpa, por mi gran culpa"). Era una especie de penitencia a cambio de una petición a la gracia divina, pero nunca lo he encontrado con esa mención a la dentadura.
Sabemos, eso sí, que en la iglesia medieval mantenían mortificaciones procedentes de ritos judíos como la flagelación o darse con un canto en el pecho, pero esas disciplinas solían ser penitencias por favores solicitados, no por los recibidos. Parece claro entonces que podría ser algo así como un intercambio o promesa: "si me concedes esto, yo...", que sí sabemos que existe.
Dado que no he encontrado referencia clásica al refrán, me inclino a interpretarlo como empecé: dentro de lo que podría haber pasado, es un resultado menos malo que el "dejarse los dientes", o dicho de otra forma, "darse de morros" o "partirse la boca". Para concluir: darse por contento del resultado.
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(1) 2. m. Extremidad, punta, esquina o remate de algo. Canto de mesa, de vestido.
          8. m. Trozo de piedra.

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viernes, 24 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 26

Capítulo vigésimosexto
Donde se prosigue las finezas que de enamorado hizo Don Quijote en Sierra Morena

Imagen Y volviendo a contar lo que hizo el de la triste figura después que se vio solo, dice la historia que así como Don Quijote acabó de dar las tumbas, o vueltas de medio abajo desnudo, y de medio arriba vestido, y que vio que Sancho se había ido sin querer aguardar a ver más sandeces, se subió sobre una punta de una alta peña, y allí tornó a pensar lo que otras muchas veces había pensado, sin haberse jamás resuelto en ello, y era que cuál sería mejor y le estaría más a cuento, imitar a Roldan en las locuras desaforadas que hizo, o a Amadís en las melancólicas.

En estas reflexiones se dio cuenta de que su dama Dulcinea jamás le había dado motivo - como Angélica a Roldán- para volverse loco por haberle engañado, mientras que el motivo de que Amadís se retirase a unas peñas fue la prohibición de su amada Oriana de volver a verla hasta que ella le llamase... Pensó Don Quijote que, ausencia por ausencia, obligada o no, bien podía él también llorar y rezar por la de su amada Dulcinea, por lo que así se entretenía paseándose por el pradecillo, escribiendo y grabando por las cortezas de los árboles y por la menuda arena muchos versos, todos acomodados a su tristeza, y algunos en alabanza de Dulcinea. Versos como:
Hirióle amor con su azote,
No con su blanda correa,
Y en tocándole el cogote,
Aquí lloró Don Quijote
Ausencias de Dulcinea del Toboso.


Pasó así tres días, los que tardó Sancho en volver, lamentándose y con hierbas como único sustento. Pero veamos mientras tanto qué fue de Sancho:

En su camino hacia el Toboso, pasó por la venta donde había sido manteado, y pensando estaba si vencer su miedo y arriesgarse a entrar, motivado por su necesidad de tomar algo caliente, cuando vio salir de ella al barbero y el cura, amigos de D. Quijote, que ya conocimos cuando la quema de los libros. El caso es que, como es natural, se interesaron por dónde y cómo estaba nuestro caballero, mientras Sancho intentaba no dar demasiada información, hasta que le amenazaron con creer que él había matado y robado a su señor. Como no podía ser de otro modo, Sancho les explicó lo que querían saber y quedó el cura encargado de pasar la carta del librito al papel, como había encargado D. Quijote.

Sin embargo, el librito no aparecía y Sancho se desesperaba, no tanto por la carta, que la sabía casi por completo, como por el encargo que su amo hiciera para que su sobrina entregara monturas a su criado. Tranquilizaron a Sancho y el hombre empezó a hacer memoria de lo que la carta decía:
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por Dios, señor licenciado, que los diablos lleven la cosa que de la carta se me acuerda, aunque en el principio decía: Alla y sobajada señora. No dirá, dijo el barbero, sobajada, sino sobrehumana, o soberana señora. Así es, dijo Sancho: luego, si mal no me acuerdo, proseguía, el llagado y falto de sueño, y el ferido besa a vuestra merced las manos, ingrata y muy desconocida hermosa; y no sé que decía de salud y de enfermedad que le enviaba, y por aquí iba escurriendo, hasta que acababa en: Vuestro hasta la muerte, el caballero de la Triste Figura.

Dedujeron, por las palabras de Sancho, hasta qué punto se había contagiado de los delirios de su señor, y no queriendo él entrar en la venta por sus miedos, aprovecharon barbero y cura para diseñar una estratagema que sin duda convencería a Don Quijote y serviría para hacerle regresar...

dijo al barbero que lo que había pensado era: que él se vestiría en hábito de doncella andante, y que él procurase ponerse lo mejor que pudiese como escudero, y que así irían adonde Don Quijote estaba, fingiendo ser ella una doncella afligida y menesterosa, y le pediría un don, el cual él no podría dejársele de otorgar como valeroso caballero andante y que el don que le pensaba pedir era que se viniese con ella, donde ella le llevase, a desfacelle un agravio que un mal caballero le tenía hecho, y que le suplicaba ansimesmo que no la mandase quitar su antifaz, ni la demandase cosa de su facienda hasta que la hubise hecho derecho de aquel mal caballero; y que creyese sin duda que Don Quijote vendría en todo cuanto le pidiese por este término, y que desta manera le sacarían de allí y le llevarían a su lugar, donde procurarían ver si tenía algún remedio su estraña locura.

¡Seguimos!