Como profesora y lectora te muestro el #Díade..., #autores, #libros, #refranes, #videos... Si puedo resolver tus dudas, comenta sin miedo. ¡Responderé!
Con el fin de unificar esfuerzos, he decidido cerrar mi blog refranenmano y trasladarlo aquí en consideración a quienes sí lo seguís. Gracias por ello.
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En la tradición popular, se llaman "moscones" a los hombres
que molestan a la mujer con su cortejo. El
hecho de que se use el femenino en este refrán ha dado lugar a pensar que se refiere a
las mujeres taimadas que conquistan y embaucan al "pobrecito" que se
enamora de ellas para utilizarle a su antojo.
Pues
bien, centrándonos en el dicho, debemos recurrir a la entomología
(ciencia que estudia a los insectos) para comprender de dónde viene:
Es
costumbre en algunas especies, para asegurar su supervivencia, hacer
creer al supuesto atacante que están muertos o que son absolutamente
inofensivos permaneciendo totalmente inmóviles, de modo que pueden
atacarle cuando éste se confía.
Por
tanto, en este refrán el imperativo suele aplicarse con sentido irónico
como aviso contra las personas traicioneras - no importa el sexo - que
mediante halagos y palabras dulces esconden una perversa intención aparentando ser lo que no son. Se muestran como gente de confianza, sin peligro alguno, y nos defraudan cuando menos se espera.
Es en la corte y en círculos de poder donde más suelen darse este tipo de personajillos; pero también al ciudadano "de a pie" le rondan esos insectos, personajes dignos de lástima que, sin respeto a la palabra y a la confianza puesta en ellos, traicionan para conseguir su propio interés. No obstante, también es verdad que los hay que se ven obligados a serlo para poder mantenerse.
Siguiendo con nuestra
costumbre de aconsejaros lecturas de interés relacionadas con el tema,
menciono en esta ocasión "Boquitas pintadas" de Manuel Puig con
un
interesante comentario que relaciona los tangos que son interludio
entre las escenas, con su contenido.
Fijaos en que al final del vídeo (aunque lo tenéis en subtítulos), se
lee el poema y hay unas palabras subrayadas: son recursos literarios que
se os propone comentar... Naturalmente, podemos hacerlo con el poema
entero. De vosotros depende.
De lo que le
sucedió a don Quijote con unos
cabreros
Fue recogido de los cabreros con buen
ánimo, y,
habiendo Sancho lo mejor que pudo acomodado a
Rocinante y a su jumento, se fue tras el olor que
despedían de sí ciertos tasajos de cabra
que hirviendo al fuego en un caldero estaban;
y aunque él quisiera en aquel mesmo punto ver si
estaban en sazón de trasladarlos del caldero al
estómago, lo dejó de hacer, porque los
cabreros los quitaron del fuego y, tendiendo por el
suelo unas pieles de ovejas, aderezaron con mucha
priesa su rústica mesa y convidaron a los dos,
con muestras de muy buena voluntad, con lo que
tenían. Sentáronse a la redonda de las
pieles seis dellos, que eran los que en la majada
había, habiendo primero con groseras ceremonias
rogado a don Quijote que se sentase sobre un dornajo
que vuelto del revés le pusieron. Sentóse
don Quijote, y quedábase Sancho en pie para
servirle la copa, que era hecha de cuerno.
Viéndole en pie su amo, le dijo:
—Porque veas, Sancho, el bien que
en sí encierra la andante caballería y
cuán a pique
están los que en cualquiera ministerio della se
ejercitan de venir brevemente a ser honrados y
estimados del mundo, quiero que aquí a mi lado y
en compañía desta buena gente te sientes, y
que seas una mesma cosa conmigo, que soy tu amo y
natural señor; que comas en mi plato y bebas por
donde yo bebiere, porque
de la caballería andante se puede decir lo mesmo
que del amor se dice:
que todas las cosas iguala.
—¡Gran merced!
—dijo Sancho—; pero sé decir a
vuestra merced que como yo tuviese bien de comer, tan
bien
y mejor me lo comería en pie y a mis solas
como sentado a par de un emperador. Y aun, si va a
decir verdad, mucho mejor me sabe lo que como en mi
rincón sin melindres ni respetos, aunque sea pan
y cebolla, que los gallipavos de otras mesas
donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco,
limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me
viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la
libertad traen consigo. Ansí que, señor
mío, estas honras que vuestra merced quiere
darme por ser ministro y adherente de la
caballería andante, como lo
soy siendo escudero de vuestra merced,
conviértalas en otras cosas que me sean de
más cómodo y provecho; que
estas, aunque las doy por bien recebidas, las
renuncio para desde aquí al fin del mundo.
—Con todo eso, te has de sentar,
porque a quien se humilla, Dios le ensalza.
Y asiéndole por el brazo, le
forzó a que junto dél
se sentase.
No entendían los cabreros aquella
jerigonza de escuderos y de caballeros andantes, y no
hacían otra cosa que comer y callar y mirar
a sus huéspedes, que con mucho donaire y gana
embaulaban tasajo como el puño. Acabado
el servicio de carne, tendieron sobre las zaleas gran
cantidad de bellotas avellanadas, y
juntamente pusieron un medio queso, más duro que
si fuera hecho de argamasa. No estaba, en esto,
ocioso el cuerno, porque
andaba a la redonda tan a menudo, ya lleno, ya
vacío, como arcaduz de noria, que con
facilidad vació un zaque de dos
que estaban de manifiesto. Después que don
Quijote hubo bien satisfecho su estómago,
tomó un puño de bellotas en la manoy, mirándolas atentamente, soltó la voz a
semejantes razones:
—Dichosa edad y siglos dichosos
aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de
dorados, y no
porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de
hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella
venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los
que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de
tuyo y mío. Eran en
aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le
era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar
otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las
robustas encinas, que liberalmente les estaban
convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras
fuentes y corrientes ríos, en
magnífica abundancia, sabrosas y transparentes
aguas les ofrecían. En las quiebras de las
peñas y en lo hueco de los árboles formaban
su república las solícitas y discretas abejas,
ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno,
la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo.
Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de
su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con
que se comenzaron a cubrir las casas, sobre
rústicas estacas sustentadas, no más que para
defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz
entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se
había atrevido la pesada reja del corvo arado a
abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra
primera madre; que ella
sin ser forzada ofrecía, por todas las partes de
su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar,
sustentar y deleitar a los hijos que entonces la
poseían. Entonces sí que andaban las simples
y hermosas zagalejas de valle
en valle y de otero en otero, en trenza
y en cabello, sin
más vestidos de aquellos que eran menester para
cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha
querido siempre que se cubra, y no eran sus adornos de
los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y
la por tantos modos martirizada seda encarecen,
sino de algunas hojas verdes de lampazos,
y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan
pomposas y compuestas como van agora nuestras
cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que
la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces
se decoraban los concetos amorosos del alma simple y
sencillamente, del mesmo
modo y manera que ella los concebía, sin buscar
artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No
había
la fraude, el
engaño ni la malicia mezcládose
con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus
proprios términos, sin que la osasen turbar ni
ofender los del favor y los del interese, que tanto
ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del
encaje aún
no se había sentado
en el entendimiento del juez, porque entonces no
había qué juzgar ni quién fuese juzgado.
Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo
dicho, por dondequiera, sola y señera,
sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento
le
menoscabasen, y su
perdición nacía
de su gusto y propria voluntad. Y agora, en estos
nuestros detestables siglos, no está segura
ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto
como el de Creta43; porque
allí, por los resquicios o por el aire, con el
celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa
pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al
traste. Para cuya
seguridad, andando más los tiempos y creciendo
más la malicia, se instituyó la orden de los
caballeros andantes, para defender las doncellas,
amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a
los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos
cabreros, a quien agradezco el gasaje
y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi
escudero. Que aunque por ley natural están
todos los que viven obligados a favorecer a los
caballeros andantes, todavía, por saber
que sin saber vosotros esta obligación me
acogistes y regalastes, es razón que, con la
voluntad a mí posible, os agradezca la
vuestra.
Toda esta larga arenga (que se pudiera muy bien
escusar) dijo nuestro caballero, porque las bellotas
que le dieron le trujeron a la memoria la edad
dorada, y antojósele hacer aquel inútil
razonamiento a los cabreros, que, sin respondelle
palabra, embobados y suspensos, le estuvieron
escuchando. Sancho asimesmo callaba y comía
bellotas, y visitaba muy a menudo el segundo zaque,
que, porque se enfriase el vino, le
tenían colgado de un alcornoque.
Más tardó en hablar don
Quijote que en acabarse la cena, al fin de la cual
uno de los cabreros dijo:
—Para que con más veras
pueda vuestra merced decir, señor caballero
andante, que le agasajamos con prompta y buena
voluntad, queremos darle solaz y contento con hacer
que cante un compañero nuestro que no
tardará mucho en estar aquí; el cual es un
zagal muy entendido y muy enamorado, y que, sobre
todo, sabe
leer y escrebir y es músico de un rabel,
que no hay más que desear.
Apenas había el cabrero acabado de
decir esto, cuando llegó a sus oídos el son
del rabel, y de allí a poco llegó el que le
tañía, que era un mozo de hasta veinte y
dos años, de muy
buena gracia.
Preguntáronle sus compañeros si había
cenado, y, respondiendo que sí, el que
había hecho los ofrecimientos le dijo:
—De esa manera, Antonio, bien
podrás hacernos placer de cantar un poco, porque
vea este señor huésped que tenemos que
también por los montes y selvas hay quien sepa
de música. Hémosle dicho tus buenas
habilidades y deseamos que las muestres y nos saques
verdaderos; y,
así, te ruego por tu vida que te sientes y
cantes el romance de tus amores, que te compuso el
beneficiado tu tío, que en
el pueblo ha parecido muy bien.
—Que me place
—respondió el mozo.
Y sin hacerse más de rogar se
sentó en el tronco de una desmochada encina, y,
templando su rabel, de allí a poco, con muy
buena gracia, comenzó a cantar, diciendo desta
manera:
ANTONIO
—Yo sé, Olalla, que me adoras,
puesto que no me lo has dicho
ni aun con los ojos siquiera,
mudas lenguas de amoríos.
Porque sé que eres sabida,
en que me quieres me afirmo,
que nunca fue desdichado
amor que fue conocido.
Bien es verdad que tal vez,
Olalla, me has dado indicio
que tienes de bronce el alma
y el blanco pecho de risco.
Mas allá entre tus reproches
y honestísimos desvíos,
tal vez la esperanza muestra
la orilla de su vestido.
Abalánzase al señuelo
mi fe, que nunca ha podido
ni menguar por no llamado
ni crecer por escogido.
Si el amor es cortesía,
de la que tienes colijo
que el fin de mis esperanzas
ha de ser cual imagino.
Y si son servicios parte
de hacer un pecho benigno,
algunos de los que he hecho
fortalecen mi partido.
Porque si has mirado en ello,
más de una vez habrás visto
que me he vestido en los lunes
lo que me honraba el domingo.
Como el amor y la gala
andan un mesmo camino,
en todo tiempo a tus ojos
quise mostrarme polido. Dejo el bailar por tu causa,
ni las músicas te pinto
que has escuchado a deshoras
y al canto del gallo primo.
No cuento las alabanzas
que de tu belleza he dicho,
que, aunque verdaderas, hacen
ser yo de algunas malquisto.
Teresa del Berrocal,
yo alabándote, me dijo:
«Tal piensa que adora a un ángel
y viene a adorar a un jimio,
merced a los muchos dijes
y a los cabellos postizos,
y a hipócritas hermosuras,
que engañan al Amor mismo».
Desmentíla y enojóse;
volvió por ella su primo,
desafióme, y ya sabes
lo que yo hice y él hizo.
No te quiero yo a montón,
ni te pretendo y te sirvo
por lo de barraganía
que más bueno es mi designio.
Coyundas tiene la Iglesia
que son lazadas de sirgo;
pon tú el cuello en la gamella:
verás como pongo el mío.
Donde no, desde aquí juro
por el santo más bendito
de no salir destas sierras
sino para capuchino.
Con esto dio el cabrero fin a su canto; y aunque don
Quijote le rogó que algo más cantase, no lo
consintió Sancho Panza, porque estaba más
para dormir que para oír canciones, y,
ansí, dijo a su amo:
—Bien puede vuestra merced
acomodarse desde luego adonde ha de posar esta noche,
que el trabajo que estos buenos hombres tienen todo
el día no permite que pasen las noches cantando.
—Ya te entiendo, Sancho —le
respondió don Quijote—, que bien se me
trasluce que las visitas del zaque piden más
recompensa de sueño que de música.
—A todos nos sabe bien, bendito
sea Dios —respondió Sancho.
—No lo niego —replicó
don Quijote—, pero acomódate tú donde
quisieres, que los de mi profesión mejor parecen
velando que durmiendo. Pero, con todo esto,
sería bien, Sancho, que me vuelvas a curar esta
oreja, que me va doliendo más de lo que es
menester.
Hizo Sancho lo que se le mandaba, y,
viendo uno de los cabreros la herida, le dijo que no
tuviese pena, que él pondría remedio con
que fácilmente se sanase. Y tomando algunas
hojas de romero, de mucho que por allí
había, las mascó y las mezcló con un
poco de sal, y,
aplicándoselas a la oreja, se la vendó muy
bien, asegurándole que no había menester
otra medicina, y así fue la verdad.
Nota:
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