En 2005 obtuvo asimismo el Premio Clarín de Novela por Las viudas de los jueves.
Escribe una columna titulada «Los jueves de Claudia Piñeiro» en el Suplemento Literario Télam de la agencia de noticias del mismo nombre.
Para aquel entonces hacía más de un mes que Ernesto no me hacía el amor. O quizá dos meses. No sé. No era que a mí me importara demasiado. Yo llego a la noche muy cansada. Parece que no, pero las tareas de la casa, cuando una quiere tener todo perfecto, te agotan. Si por mí fuera, apoyo la cabeza en la almohada y me quedo dormida ahí mismo. Pero una sabe que si el marido no la busca en tanto tiempo, no sé, se dicen tantas cosas. Yo pensé, lo tendría que hablar con Ernesto, preguntarle si le pasaba algo. Y casi lo hago. Pero después me dije, ¿y si me pasa como a mi mamá que por preguntar le salió el tiro por la culata? Porque ella lo veía medio raro a papá y un día fue y le preguntó: «¿Te pasa algo, Roberto?». Y él le dijo: «¡Sí, me pasa que no te soporto más!». Ahí mismo se fue dando un portazo y no lo volvimos a ver. Pobre mi mamá. Además, yo más o menos me imaginaba lo que le estaba pasando a Ernesto. Si trabajaba como un perro todo el día, y cuando le sobraba un minuto se metía a hacer algún curso, a estudiar algo, ¿cómo no iba a llegar agotado a la noche? Y entonces me dije: «Yo no voy a andar preguntando, si tengo dos ojos para ver, y una cabeza para pensar». (Fragmento inicial de 'Tuya')
Desde 2012 trabaja como jefa del Equipo de Investigación del diario Tiempo Argentino, conduce el programa de Radio Nacional Mañana más, con Luciano Galende y ocupa el cargo de Defensora del Público.
Perteneciente a la Generación "Nós", es uno de los escritores gallegos más importantes.
Trabajó distintos géneros: ensayo, novela, poesía... además de estudios científico-geográficos de su cátedra de la Universidad de Santiago de Compostela. En la Guía de Galicia, que él dirigió, están algunas de sus mejores aportaciones.
"Su estilo literario - artesanía del pensamiento y la palabra- es lúcido, irónico, lleno de trascendente optimismo, de humor suave y elegante, de filosofía vital y cristiana en constante actitud dialéctica. El poeta recuerda al aticismo de Don Juan Valera, la gracia del gaditano José María Pemán y la multiforme variedad temática del santanderino Gerardo Diego. Su obra es un mosaico multicolor de asuntos cordobeses recreados y vivificados por la magia sedosa de una poesía musical, fluida, rítmica, armoniosa y equilibrada en su métrica para el recitado, con la que el poeta, excelente y consumado rapsoda, ha conseguido éxitos inigualables en numerosos actos académicos y populares." (Fuente)
No tiene primavera
en los claveles rotos de sus labios,
En el lago azul de sus pupilas
los ríos tormentosos de las lágrimas
estallan desbordados...
Le duele la amargura de su boca
y la alegría de los niños sanos,
las canciones doradas del corro,
el himno vibrante a pleno sol cantado,
los atardeceres del Otoño
y las mañanas blancas del Verano.
Siempre está solo, alerta, entre los niños,
como una pequeña nubecilla,
en el ultimo banco...
Le tiembla siempre el pulso
al escribir.¡Y los labios! (Fragmento de El niño del último banco)
Debido a su pasión por la pintura se trasladó a Madrid, lugar en el que se dedicaría al humor, al principio en periódicos de forma esporádica y más tarde de forma fija en los semanarios La Codorniz y Triunfo y en el diario Madrid, del que fue habitual de la tercera página hasta que fue suspendido por orden gubernativa en 1971. Durante la transición hacia la democracia española colaboró con el semanario de humor Hermano Lobo, del que fue fundador.
De su faceta de escritor, cabe destacar El manzano de tres patas (1956), Mi tío Gustavo que en gloria esté (1958), Todos somos de derechas (1973), Yo fui feliz en la guerra (autobiografía, 1986), Por fin un hombre honrado (1994), Pase usted sin llamar (1995), Del silencio al grito (antología, 2001).
Viñetas de 1967 a 1971 en 'Españoleando' (descarga) del Diario Madrid
Licenciado en Filología Románica (1959) y en Lenguas Modernas, especialidad en Italiano (1962), y doctor en Letras por la Universidad Complutense de Madrid. Enseñó Literatura Española en el Instituto Cervantes, de Madrid.
Durante su juventud fue miembro del Partido Comunista de España, PCE, y, a consecuencia de su actividad opositora contra la dictadura franquista, cumplió 16 meses de cárcel y permaneció exiliado siete años. Pese a su inicial afiliación comunista, ha definido posteriormente su ideología como anarquista.
Entre sus obras: Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España (Premio Nacional de Literatura en su modalidad de ensayo, 1979), El camino del Corazón (1990), La prueba del laberinto (Premio Planeta, 1992), El camino hacia Ítaca (1998), Historia Mágica del Camino de Santiago (1999), Dios los cría... y ellos hablan de sexo, drogas, España, corrupción... (2010), Esos días azules. Memorias de un niño raro (2011), Pacto de sangre: vidas cruzadas (con Ayanta Barilli) (2013), La canción de Roldán: Crimen y castigo (2015), Santiago Abascal. España vertebrada (2019), España guadaña. Arderéis como en el 36 (2019), Galgo corredor. Los años guerreros. 1953-1964 (2020), Habáname (2021).
«Tácito refiere en su limpia prosa un episodio de Termancia que anticipa Fuenteovejuna. El pretor Pisón quiso, en efecto, cobrar tributos de manera violenta a los arévacos, por lo que fue muerto por los nativos. Detenido un joven de la ciudad y torturado para que revelase los nombres, se negó,
manifestando que el crimen era colectivo. Lo interesante del caso es la frase que atribuye Tácito al testimonio prisionero: Aquí existe todavía —dijo— la España Antigua…».
José María de Areilza ABC, nov. de 1972
(y Tácito, Anales, Lib. IV, IV, 45)
La cita de Tácito que encabeza este volumen, hábilmente alterada por quien la recoge, no puede ser más explícita sobre el propósito que me anima a escribirlo: trato de aventurarme sin esperanza de retorno por el inconsciente colectivo de esa poliédrica y escurridiza —aunque rotunda— comunidad
geográfica que otros han dado en llamar españoles (pues éstos —como Américo Castro nos recuerda— siempre se consideraron a sí mismos, y a secas, «gallegos, leoneses, castellanos,
navarros, aragoneses o catalanes. El nombre español, que los unificó a todos, se originó en Provenza por motivos comerciales o por cualquier otra razón de carácter práctico»). Y quede ya por delante, cogida al vuelo, la salvedad de que tan madrugadora alusión al más avispado y menos cobarde de nuestros historiadores en modo alguno equivale a comulgar con sus tesis. Los representantes de ese gremio, en el que no me incluyo, suelen confundir la identidad de los pueblos con su toma de conciencia militar o política, sin reparar en que ambas se definen a partir de un concepto —el de nación— parcial, soslayable, reciente, mostrenco y condenado, como todas las ideologías, a
la interinidad de lo especulativo. (Así comienza 'Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España').