En este día del 1915 falleció Luis COLOMA, escritor y periodista español, creador de entre otros, el personaje del RATONCITO PÉREZ. Fue a raíz de un cuento dedicado a Alfonso XIII cuando se le cayó un diente (tenía el infante 8 años).
"La Barraca" tenía como objetivo llevar el teatro clásico español a zonas con poca actividad cultural de la Península Ibérica. Se desarrolló de modo complementario con el Teatro del pueblo, dirigido por Alejandro Casona, dentro del proyecto de las "Misiones Pedagógicas" creadas por Manuel Bartolomé Cossío, a partir de las misiones ambulantes diseñadas por Giner de los Ríos.
Se eligió el 14 de abril por ser la fecha de 1890 en que, mediante resolución de la Primera Conferencia Internacional Americana (celebrada en el Distrito de Columbia, entre octubre de 1889 y abril de 1890), se crearon la Unión de las Repúblicas Americanas y su secretaría permanente, la Oficina Comercial de las Repúblicas Americanas. Estas dieron paso a la Unión Panamericana y finalmente a la actual Organización de los Estados Americanos (OEA) en 1948.
Su poesía aborda, con rigor expresivo y profundidad conceptual, los temas de la muerte, el dolor, la soledad, la incertidumbre de la vida, el amor y la belleza. Ha realizado, además, diversos talleres de creación poética, ensayos críticos y conferencias sobre la poesía femenina hispanoamericana. Actualmente reside en Lisboa (Portugal).
El libro que estoy escribiendo
Es una tumba anticipada. Si hiciera una lista de aquello
Que no me queda
Sería esta:
NO ME QUEDA UN CUERPO.
Tal vez escribir un poema fue lo mejor
Aunque la poesía no sirve de nada.
A veces creí
Estar fuera de la Historia
¡Maldita ilusión Para escapar de un tiempo cruel!
Pude ser silenciosa como los otros
Pero no pude olvidar
El sonido de las letras.
Sé que un poema
No justificará mi elección
Y que la muerte
No puede vencer a la Historia.
Entonces
¿Por qué le temo a este libro? ('Poema póstumo')

Estaban presos ahí los monos, nada menos que ellos, mona y mono; bien, mono y mono, los dos, en su jaula, todavía sin desesperación, sin desesperarse del todo, con sus pasos de extremo a extremo, detenidos pero en movimiento, atrapados por la escala zoológica como si alguien, los demás, la humanidad, impiadosamente ya no quisiera ocuparse de su asunto, de ese asunto de ser monos, del que por otra parte ellos tampoco querían enterarse, monos al fin, o no sabían ni querían, presos en
cualquier sentido que se los mirara, enjaulados dentro del cajón de altas rejas de dos pisos, dentro del traje azul de paño y la escarapela brillante encima de la cabeza, dentro de su ir y venir sin amaestramiento, natural, sin embargo fijo, que no acertaba a dar el paso que pudiera hacerlos
salir de la interespecie donde se movían, caminaban, copulaban, crueles y sin memoria, mona y mono dentro del Paraíso, idénticos, de la misma pelambre y del mismo sexo, pero mono y mona, encarcelados, jodidos. (Inicio de 'El apando')
Él dormía recostado hacia el lado izquierdo, casi boca abajo.
Ella iniciaba la diaria faena —barrer, trapear, lavar ropa, preparar la comida— levantándose a las seis y sacudiéndole enérgicamente hasta despertarlo. De otra manera quedaría tirado en la cama, toda la mañana, vencido por la modorra alcohólica.
Suena el timbre del reloj despertador. Comprueba la hora de la carátula fosforescente porque está muy oscuro. Enciende la luz, se pone la bata raída, la única que tiene, y se dirige a la cama de Julio. Lo toma por el brazo, le da media vuelta hasta ponerlo cara al techo y empieza a zarandearlo. El expediente no da resultado. Viéndole insensible a las sacudidas, cae en la tentación, que a menudo la perturba, de no despertarlo. Que se cumpla la amenaza de dos Aurelio (otra falta y al carajo). Ya no le importa que el futuro se ponga más negro. Que venga la miseria total, la muerte por hambre. Ella tendrá valor para enfrentarlas. Las continuas penurias han venido a ser una especie de entrenamiento. Mientras esas ideas le dan vuelta en la cabeza, enciende la pequeña cocina de gas, se acerca a la ventana, aparta las cortinas para que penetre la claridad del alba. Casi no entra luz. Grandes nubarrones, una lluvia levísima, hacen gris el aire, empañan los cristales. El cielo fosco le abate el ánimo y la empuja a las meditaciones inútiles. Lo de él es irremediable. De nada han servido consejos, súplicas. Dinero botado el que se gastó en la clínica, en los siquiatras. Tiempo perdido el de los alcohólicos anónimos que trataron de convencerlo. Sólo un milagro, como decía su madre, podría salvarlo. Pero los milagros no existen. Dios no podría ser el autor de los milagros, tampoco existe. Lo sabe perfectamente después de haber quemado su fe en rosarios, velas, misas, comuniones, que para nada sirvieron. (Fragmento de 'Tiempo irredimible, cuento')
Destacó en el campo de la poesía, la narrativa, las memorias y biografías de literatos y políticos, la crítica y la historia. Por otra parte destacó en los movimientos de resistencia contra el franquismo (también desde el exilio).
Su carrera ha contado con numerosos reconocimientos: Mestre en Gai Saber, el premio Ramón Trias Fargas (por una biografía de Fèlix Millet publicada en 2003) o la publicación del libro de homenaje Records d'ahir i d'avui. Homenatge a Albert Manent i Segimon amb motiu dels 70 anys.
En 2011 fue galardonado con el Premio de Honor de las Letras Catalanas.
Entre sus obras: Hoste del vent (poesía, 1949), La nostra nit (poesía, 1951),
Llunari de noms i mots (2003), La guerra civil i la repressió del 1939 a 62 pobles del Camp de Tarragona (2006), La represa. Memòria personal, crònica d'una generació (1946-1956) publicada en el 2008.
A principios de siglo se hizo famosa la máxima del político conservador y primer ministro del Gobierno español Antonio Maura, según la cual «el pensamiento no delinque». Parecidamente, es lógico afirmar que las lenguas no delinquen, sino que lo que se dice, sea cual fuere la lengua en que se expresa, sí que puede ser materia de delito. Pero la historia reciente nos ha demostrado que, ya desde los inicios de la desdichada guerra civil de 1936-1939, el catalán -y, por supuesto, el vascuence y el gallego- fue tipificado como lengua en sí delictiva. En el barullo polémico que a menudo alzan hoy algunos, se olvidan las lecciones de esta historia reciente, cuando un régimen que imperó casi cuarenta años consideró como uno de sus leitmotiv, de sus pilares, el castigo de las lenguas que, per se, eran delictivas. Veamos una docena, entre los centenares de ejemplos, que podríamos aducir.La hostilidad contra los catalanes huidos a la zona de Franco ha sido recogida por muchos autores. El consecuente falangista José María Fontana Tarrats explicó, en su obra Los catalanes en la guerra de España, que «nuestra costumbre de hablar en catalán nos dio bastantes disgustos ( ... ). Quien tuvo por este motivo una bronca más que regular fue don Paco Torras, el gran industrial de Granollers, ex diputado y ex senador, célebre en Cataluña por su españolismo a ultranza y por su denodada enemiga al catalanismo». Por la misma razón se explica que el delegado de orden público de San Sebastián aplicara las siguientes multas: «A José Juan Jubert, cien pesetas, y a Javier Gilbert Porrera, cien pesetas, por hablar en catalán de mesa a mesa en el comedor de un hotel» (Diario Unidad, 7 de enero de 1938). (Fragmento del artículo 'Cuando las lenguas delinquen' en ElPaís.com)

































