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martes, 8 de agosto de 2023

8 de agosto - #Gato. María ROSTWOROWSKI.

Día Internacional del Gato, que se celebra también el 20 de febrero en honor al gato del expresidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, Socks (Calcetines), que hubo de ser sacrificado en esta fecha por padecer cáncer. 

Este gato tuvo tanta notoriedad como Larry, que habita permanentemente en el número 10 de Downing Street, residencia de cada primer ministro inglés.

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 Autores del s.XX en las lenguas españolas (y premios Nobel de Literatura) nacidos en esta fecha

- de 1915, María ROSTWOROWSKI, fallecida el 6 de marzo de 2016 , fue una historiadora e investigadora social del Perú.
Educada en diferentes países europeos, aprendió los idiomas francés, inglés y polaco.
En su primer libro, Pachacútec inca Yupanqui (1953), rescata la importancia de este gobernante inca en la construcción del Tahuantinsuyo. Son importantes también sus estudios consagrados a las sociedades precolombinas de la costa peruana, un campo poco estudiado hasta entonces (Curacas y sucesiones: costa norte, 1961). Otras obras estarán orientadas a campos tan diversos como los estudios de género (La mujer en la época prehispánica, 1986) o la permanencia y cristianización de cultos precolombinos (Pachacamac y el Señor de los Milagros: una trayectoria milenaria, 1992).

En 1979 fue nombrada miembro de número de la Academia Nacional de la Historia, de la que fue además Vicepresidente. Asimismo, fue miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia (España) y de la Academia Nacional de la Historia (República Argentina).
En 1983 publicó lo que ella consideraba su "obra mayor": Estructuras andinas del poder: ideología religiosa y política
Otras obras:  
Pachacútec y la leyenda de los chancas (1997), El señorío de Pachacámac (1999), Historia de los Incas (1999), Los Incas (en CD-ROM, 2000), Incas. Enciclopedia temática del Perú (2004).
Obras completas (2005).
Ver las primeras páginas de Historia de Tahuansintuyu.

- de 1919, Óscar HURTADO, escritor cubano citado en su obituario, un 23 de enero de 1977. Considerado el padre de la ciencia ficción cubana, en realidad también fue llamado el padre de la literatura fantástica, policíaca y de terror en la isla caribeña.
Hurtado tenía gran habilidad para el suspenso y un gran poder de visualidad. Sabía crear atmósferas. Se destacó como escritor en estos géneros, y también por su labor difusora, pues fue compilador de varias antologías de cuentos. Creó y dirigió la legendaria colección Dragón, primer sello cubano que difundió la literatura policíaca, fantástica y de ciencia ficción en la isla y que permitió que los cubanos conocieran clásicos mundiales como Ray Bradbury, Isaac Asimov, Arthur Conan Doyle y C.S. Lewis. También fundó las colecciones Fénix (dedicada a promover la poesía cubana) y Cuadernos R (para igual función en la prosa).(Fuente)
Entre sus obras: La Seiba (poesía, 1961),  Pintores cubanos (ensayo, 1962),  Carta de un juez (cuentos, 1963), La ciudad muerta de Korad (poesía, 1964), Paseo del malecón (1965)  y  Los papeles de Valencia el Mudo (antología póstuma, 1983).

La ciudad muerta refleja el frío de mi piel.
Su puerta, de verde bilis pintada,
es cadáver insepulto en tierra feroz de sonrisas.
Voy entre los grandes vientos de Marte
hacia la ciudad muerta de Korad.
La soledad del aire no responde a mi soliloquio.
Sabor de serrín y lengua hinchada.
Paso por el abismo de sus calles
con mi boca seca y mi inútil oficio de árbol grande.
Ellos quieren podarle su corona
a la hora en que sube la marea en los canales;
ahora y en la hora en que mi voz justa
te busca en esa torre
donde mi eco te nombra, Dejah Thoris.
Sirena de crepúsculos y de noches,
yo quiero engendrar en tu belleza
el fruto largo tiempo retenido;
y en la tibia medianoche de un estío
derretir el frío que siempre te devora.
Voy hacia ti, trenzando mis dedos en tu cabellera.
La mano se detiene suave en su seda;
pues más suave que el agua es tu cabello
.(Fragmento de 'La ciudad muerta de Korad').
.
- de 1922, José María FONOLLOSA, poeta español de la generación de la posguerra recordado en la fecha de su defunción, un 7 de octubre de 1991.
Se le considera un caso singular de poeta secreto en la literatura española (al estilo de Constantino CAVAFIS o PESSOA), ya que se mantuvo inédito durante casi treinta años, entre 1961 y 1990, periodo en que permaneció al margen de corrientes literarias y totalmente desconocido para crítica y público.

  Obras: La sombra de tu luz (1945), Umbral del silencio (1947), Blues y cantos espirituales negros (1951), Romancero de Martí (1955), Cinco poemas en la revista Poesía Española (1961), Ciudad del hombre: New York (1990). Prólogo de Pere Gimferrer, Ciudad del hombre: Barcelona (1993 y 1996), Poetas en la noche (1997), Ciudad del hombre: New York (2000) y Destrucción de la mañana (DVD. Prólogo y edición de José Ángel Cilleruelo., 2001).

13. Salgo a la calle. Dudo hacia cuál lado
dirigirme. Da igual un sitio que otro.
Todas las direcciones se bifurcan
en incomodidad o aburrimiento.

De la alta oscuridad baja la lluvia
tropezando en las ráfagas del aire
y se agarra al cabello, manos, traje...

Es bueno caminar en la llovizna.
Es bueno andar despacio bajo el agua.
Sin rumbo uno asimismo, lluvia y viento,
como agua y soplo, nada, por la calle
. (En 'Destrucción de la mañana')

- de 1922, Alberto GRANADO, escritor argentino. A los treinta años de edad decidió dejar su tierra para hacer un viaje sin rumbo fijo por toda Latinoamérica con su amigo Ernesto CHE GUEVARA. La contemplación a lo largo del trayecto de las constantes calamidades a las que eran sometidos los sectores más humildes tuvo un efecto determinante en la modelización del pensamiento político de ambos jóvenes y dejó profundas huellas en la historia de la segunda mitad del siglo XX. Dicho viaje ha sido llevado al cine en la película Diarios de motocicleta, de Walter Salles (2004).
Tras el triunfo de los revolucionarios liderados por Fidel Castro se trasladó a Cuba, y colaboró con su amigo 'el Che' en los preparativos logísticos de la guerrilla en la provincia argentina de Salta, realizando un trabajo exploratorio en la zona y reclutando médicos que se necesitaban en Cuba porque se habían ido más de la mitad de la isla.

 Obras: Con el Che Guevara de Córdoba a la Habana (1995), Con el Che por Sudamérica (2002), Un gitano sedentario (autobiografía, 2007), El Che confía en mí (entrevista, 2010).

El día 9 fuímos al asilo, río abajo. La primera impresión que produce es que se trata de uno de esos tantos pueblitos ribereños de vida normal. Casas de madera de pona, diseminadas sin plan, comercios que abren sus puertas a los transeúntes, canoas y botes a motor que salen del pequeño muelle o entran en él cargados con racimos de plátanos, papayas, pescado seco o fresco y otras
frutas.
Pero pronto nuestra atención fue absorbida por algo realmente doloroso: la mayoría de estos hombres y mujeres sufren mutilaciones. Tanto sus pies como sus manos, además de presentar las manchas indelebles del mal de Hansen, muestran pérdidas de falanges o dedos completos.
Todos los enfermos viven en familia, con sus mujeres e hijos, existe dificultad para separar a los padres de sus críos. Todos los internados han vivido en las orillas de los ríos Ucayali y Yaraví, donde la lepra es endémica y es algo normal ver un enfermo por esos contornos; el martes 10 recorrimos y
trabajamos en el leprosorio y por la tarde jugamos fútbol. Durante el encuentro recibí un raspón en una pierna. Brotó un hilo de sangre. Al concluir el partido me lancé de cabeza al río, tras Ernesto. No había concluido de sumergirme cuando sentí la sensación de que algo gelatinoso se me adhería a la pierna y luego un agudo dolor semejante a un pinchazo hipodérmico. Hice pie y saqué hacia arriba la extremidad al tiempo que exclamé:
-¡Ernesto! ¿Qué tengo en la pierna?
Ágil como siempre, mi compañero se acercó y de un tirón me arrancó una piraña que se me había prendido a la pantorrilla, atraída por la pequeña pérdida de sangre de mi herida; salimos rápidamente del agua. Ernesto me mostró sonriente el pedacito de piel, músculo y pelo que la piraña sostenía entre sus dientes triangulares.
(Fragmento de 'Con el Che por Sudamérica').
 
- de 1934, Román GUBERN, escritor, crítico y periodista español. Sus estudios sobre el cine mundial o durante la guerra civil española, así como el lenguaje del cómic o la pornografía fueron pioneros en España.
Entre sus más de cuarenta libros figuran Godard polémico (1969), Historia del cine (1969), El lenguaje de los cómics (1972) y Mensajes icónicos en la cultura de masas (1974). Se suman tres volúmenes sobre el cine en España: Un cine para el cadalso. 40 años de censura cinematográfica en España (1975), El cine español en el exilio (1976) y El cine sonoro en la II República, 1929–1936, (1977). Además publicó: El simio informatizado (1987), La mirada opulenta (1987), La caza de brujas en Hollywood (1987), Del bisonte a la realidad virtual (1996), Viaje de ida (1997) o Proyector de luna (1999). En el siglo XXI, ha escrito Máscaras de la ficción (2002), Patologías de la imagen (2004), La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas (2005), Metamorfosis de la lectura (2010) y Cultura audiovisual (2013).

A lo largo del 99 por ciento de su existencia, el ser humano ha vivido una prolongada etapa de cazador, de la que empezó a salir hace menos de diez mil años, para entrar en la del pastoreo y la agricultura del Neolítico. En aquella prolongadísima fase de existencia de nuestra especie, el hombre vivió muy precariamente, enfrentado a bestias temibles y padeciendo una inseguridad angustiosa. La profunda huella emocional generada en aquel dilatado periodo ha pervivido filogenéticamente hasta el actual ciudadano de la era postindustrial, convirtiéndole en presa fácil de angustias y  zozobras psíquicas. Así, los niños pequeños tienen miedo a la oscuridad, aun sin haber padecido ninguna experiencia punitiva asociada a ella, como herencia filogenética de la inseguridad y desprotección del hombre primitivo en la noche yen un entorno de alto riesgo.
Por otra parte, los etólogos han demostrado convincentemente que, en la vida social, al igual que en la naturaleza, asistimos muchas veces a relaciones parecidas a las que los depredadores mantienen con sus presas, mediante simulaciones, tretas y agresiones, aunque en la vida social se produzcan en un marco de normas que las reglamentan y, por tanto, legitiman, a la vez que liman sus aristas más brutales y explícitas.
(Fragmento de 'El eros electrónico', pdf , 2000)

 Fallecidos en esta fecha
.
- de 2009, Alfonso CALDERÓN, poeta, novelista, ensayista y crítico chileno nacido un 21 de noviembre de 1930. Premio Nacional de Literatura de Chile en 1998.
Debutó en la literatura en 1949 con el poemario Primer consejo a los arcángeles del viento, y como crítico en diarios y revistas en 1952. En 1953 asume la presidencia del recién fundado Círculo Literario Carlos Mondaca Cortés de La Serena, una de las instituciones culturales más antiguas de Chile. Participó en el proyecto de la Editora Nacional Quimantú (1971) y fue director de la revista Mapocho.
En 1974, durante la dictadura de Augusto Pinochet, renunció a la docencia universitaria por la intervención militar en los establecimientos de educación superior.
Miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua desde el año 1981, en 1993 fue nombrado director del Centro de Investigaciones Diego Barros Arana de la Biblioteca Nacional de Chile.
 Últimas obras: Palimpsesto. Retorno a Sicilia (2005), El misionero involuntario. Diarios, 1996-1999 (2007), Ventura y desventura de Eduardo Molina (2008) y Oficina de mujeres extraviadas (2009).

Como si fuera hoy, venías en tardes de verano,
A ras de hierba, el año indolente coronaba
unos muros que creímos invencibles. Tú olías

 a cebada, en un vago almacén de aquella esquina.
Amor de nunca, a hurtadillas te cogía los cabellos.
Ruedan las piedras tibias, silbando hacia el ciruelo.
Un relincho de caballos invade la calleja
y el quieto yuyal profana el tedio de la casa.
Tal vez el río distraído lame pasos vehementes
y las verjas resplandecen. Vagas caligrafías
evitan las palabras y todavía el tren avanza
ciego, en esos años. En el orden de los pájaros,
un viento muerto sopla nuevamente. Torna
el pregón del barquillero, junto a un tilo
de la plaza. Pone el aromo ciento de pupilas
amarillas en la noche. Pulcras gentes de otro
tiempo danzan, balanceando las sombrillas
o se sientan en escaños silenciosos.
A veces río, a veces lloro, y en todo hallo, gris
y terco, el olor tan solo de la cebada aquella.
(Tardes de verano)

 - de 2010, Juan MARICHAL, ensayista, crítico literario e historiador español ganador del Premio Canarias de Literatura en 1987 -junto a la ensayista María Rosa Alonso- y del Premio Nacional de Historia de España en 1996.
 Su carrera profesional se desarrolló en los Estados Unidos: fue profesor de estudios hispánicos en la Universidad de Harvard, desde 1948 hasta 1988, año en que se jubiló.
Residió en España desde 1989 hasta la década de 1990, y fue miembro de la Junta Directiva de los Amigos de la Residencia de Estudiantes, director del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza y asociado al Instituto Universitario Ortega y Gasset.
Entre sus obras: La vocación de Manuel Azaña  (1968), Tres voces de Pedro Salinas (1976), Cuatro fases de la historia intelectual latinoamericana: 1810-1970 (1978), Teoría e historia del ensayismo hispánico (1984, ampliación de su libro de 1957), El intelectual y la política en España (1898-1936) ( 1990), El secreto de España. Ensayos de historia intelectual y política (1996) y El designio de Unamuno (2002).

Debo ahora expresar mi agradecimiento a los profesores del instituto que tuve en Valencia y Barcelona. Es decir, en el Nicolás Salmerón y en el Instituto Blasco Ibáñez de Valencia los profesores condujeron sus clases como si no hubiera guerra haciendo del trabajo escolar un lugar de paz. Recuerdo en particular al profesor Eduardo Nicol de Barcelona, que fue el mejor profesor de Filosofía que yo he tenido. Nos obligaba a escribir un «diario» de nuestras clases y lecturas, y aquello fue para mí el comienzo de las meditaciones históricas que ha sido mi vida universitaria desde entonces.
En 1938 marcó otro factor decisivo en mi formación educativa, puesto que estuve interno en un liceo de París, y allí estaba cuando terminó la guerra de España en 1939. No viví así la tremenda experiencia colectiva que fue el escapar a los vencedores de 1939.
En el invierno de 1940 pude trasladarme a Casablanca e ingresé inmediatamente al Liceo Lyautey, donde encontré el mismo nivel de estudios que había en París, dado el centralismo educativo francés de la III República que facilitaba el traslado de estudiantes de una región a otra. Tuve la suerte de terminar en junio de 1941 el Bachillerato francés que tantas puertas me abriría en México y Estados Unidos.
Pero no sería hasta octubre de 1941 que nuestra familia pudo salir de Casablanca, en un barco portugués, el «Quanza», el cual echó rumbo al Atlántico Norte, repleto de republicanos españoles, entre ellos el primer presidente de aquel régimen, don Niceto Alcalá Zamora. El «Quanza» siguió un derrotero marcado por un mando naval inglés para evitar en lo posible a los submarinos nazis.
(Fragmento de
«Itinerario biográfico de un isleño octogenario»)

 

martes, 13 de diciembre de 2022

Refrán en mano: En trece y martes...

En trece y martes ni te cases ni te embarques

 

Y continúa: "... ni de tu casa te apartes".

¿Por qué esa fobia en especial a este día de la semana en el que, por otra parte, sabemos que la vida transcurre normalmente, con sus momentos buenos y malos, como en lo demás días?

Buscando documentación, la tesis general es que el "mal fario" viene ya desde su origen , es decir, de la decisión de los romanos de dar a ese día el nombre del dios de la guerra, Marte. Por lo cual, si al dios le da por hacer de las suyas, no es el día más propicio para iniciar actividades que precisen de pericia y suerte para ser mantenidas 'a flote' (como son el matrimonio y el viaje en barco).

Para confirmar ese temor, la historia constata que se produjo en martes la confusión de lenguas en la Torre de Babel y la caída de Constantinopla . Si tenemos en cuenta que hay 52 semanas y pico en el año, tenemos de 52 a 53 martes. Sin remedio tiene que haber constancia de hechos buenos y malos a lo largo de la Historia... y el que en unos países sea el martes y en otros el viernes, convirtiéndolos en fatídicos si además se les une el número 13, entra en el terreno de la superstición, en el que, como en el de la fe, cualquier intento de demostración quedará condenado al fracaso.

Veamos ahora, entonces, el temor al número 13, que fue considerado "benéfico" por los romanos (era el preferido de Julio César, ya que la legión (1) decimotercera fue la que le llevó a grandes victorias por todo su imperio).

Pues bien, encontramos en la tradición hebrea (Biblia, Antiguo Testamento) que los espíritus maléficos son 13, que es este capítulo del Apocalipsis el que habla de la Bestia y el anticristo y, por si no fuera suficiente, en la famosa Santa Cena (inicio de la pasión y muerte) fueron trece.

Así que ¿para qué queremos más? Si se junta el dios de la guerra con el temido 13... ¡Cuidado!

Pero es curioso que en civilizaciones como la anglosajona no sea el martes, sino el viernes 13, el día a temer. Bien, pues también tiene el mismo origen, solo que no estando tan influenciados por la cultura romana, consideraron al viernes (día de la crucifixión) como más apropiado para darle la mala fama.

Y como para darles la razón, fue el viernes 13 de octubre de 1307 cuando comenzó la persecución que acabaría con la Orden del Temple, pero también, y debido a la maldición que desde la hoguera pronunciara el último maestre Jaques de Molay, fueron desapareciendo los instigadores de dicha persecución, así como la dinastía completa de los Capetians (Felipe el hermoso) de la que no quedó heredero alguno.

Como hemos mencionado, han sido muchos los martes y viernes 13 a lo largo de la Historia y los hay buenos y malos... pero como parece que es más fácil recordar esto último, y "por si acaso" más vale no tentar a la suerte en estos días.

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Sirva este refrán (buscando, como siempre, su aplicación al terreno de las asignaturas de Lengua y Literatura españolas), para hablar de la enumeración y de las frases coordinadas distributivas, así como del uso del "ni" como conjunción negativa.

No bebas agua que no veas ni firmes carta que no leas... Lo prestado, ni agradecido, ni pagado; etc.

 

viernes, 13 de febrero de 2015

Mariano José de Larra. Vuelva usted mañana.

¿Sabías que... un 13 de febrero de 1837 se suicidó, a los 27 años, Mariano José de Larra ? Extraordinario periodista, inciso y mordaz, bajo el seudónimo de "el pobrecito hablador" ya merecía la inmortalidad solo con su "Vuelva usted mañana", artículo que reproduzco completo...
¿Os suena de algo?

 Gran persona debió de ser el primero que llamó pecado mortal a la pereza. Nosotros, que ya en uno de nuestros artículos anteriores estuvimos más serios de lo que nunca nos habíamos propuesto, no entraremos ahora en largas y profundas investigaciones acerca de la historia de este pecado, por más que conozcamos que hay pecados que pican en historia, y que la historia de los pecados sería un tanto cuanto divertida. Convengamos solamente en que esta institución ha cerrado y cerrará las puertas del cielo a más de un cristiano. Estas reflexiones hacía yo casualmente no hace muchos días, cuando se presentó en mi casa un extranjero de estos que, en buena o en mala parte, han de tener siempre de nuestro país una idea exagerada e hiperbólica; de éstos que, o creen que los hombres aquí son todavía los espléndidos, francos, generosos y caballerescos seres de hace dos siglos, o que son aún las tribus nómadas del otro lado del Atlante: en el primer caso vienen imaginando que nuestro carácter se conserva tan intacto como [nuestras ruinas] nuestra ruina; en el segundo vienen temblando por esos caminos, y preguntan si son los ladrones que los han de despojar los individuos de algún cuerpo de guardia establecido precisamente para defenderlos de los azares de un camino, comunes a todos los países.
Verdad es que nuestro país no es de aquellos que se conocen a primera ni a segunda vista, y si no temiéramos que nos llamasen atrevidos, lo [comparáramos] compararíamos de buena gana a esos juegos de manos sorprendentes e inescrutables para el que ignora su artificio, que estribando en una grandísima bagatela, suelen después de sabidos dejar asombrado de su poca perspicacia al mismo que se devanó los sesos por buscarles causas extrañas. Muchas veces la falta de una causa determinante en las cosas nos hace creer que debe de haberlas profundas para mantenerlas al abrigo de nuestra penetración. Tal es el orgullo del hombre, que más quiere declarar en alta voz que las cosas son incomprensibles cuando no las comprende él, que confesar que el ignorarlas puede depender de su torpeza.
Esto no obstante, como quiera que entre nosotros mismos se hallen muchos en esta ignorancia de los verdaderos resortes que nos mueven, no tendremos derecho para extrañar que los extranjeros no los puedan tan fácilmente penetrar.
Un extranjero de éstos fué el que se presentó en mi casa, provisto de competentes cartas de recomendación para mi persona. Asuntos intrincados de familia, reclamaciones futuras, y aun proyectos vastos concebidos en París de invertir aquí sus cuantiosos caudales en tal cual especulación industrial o mercantil, eran los motivos que a nuestra patria le conducían.
Acostumbrado a la actividad en que viven nuestros vecinos, me aseguró formalmente que pensaba permanecer aquí muy poco tiempo, sobre todo si no encontraba pronto objeto seguro en que invertir su capital. Parecióme el extranjero digno de alguna consideración, trabé presto amistad con él, y lleno de lástima traté de persuadirle a que se volviese a su casa cuanto antes, siempre que seriamente trajese otro fin que no fuese el de pasearse. Admiróle la proposición, y fué preciso explicarme más claro.
--Mirad --le dije--, monsieur Sans-délai, que así se llamaba; vos venís decidido a pasar quince días, y a solventar en ellos vuestros asuntos.
--Ciertamente --me contestó--. Quince días, y es mucho. Mañana por la mañana buscamos un genealogista para mis asuntos de familia; por la tarde revuelve sus libros, busca mis ascendientes, y por la noche ya sé quién soy. En cuanto a mis reclamaciones, pasado mañana las presento fundadas en los datos que aquél me dé, legalizados en debida forma; y como será una cosa clara y de justicia innegable (pues sólo en este caso haré valer mis derechos), al tercer día se juzga el caso y soy dueño de lo mío. En cuanto a mis especulaciones, en que pienso invertir mis caudales, al cuarto día ya habré presentado mis proposiciones. Serán buenas o malas, y admitidas o desechadas en el acto, y son cinco días; en el sexto, séptimo y octavo, veo lo que hay que ver en Madrid; descanso el noveno; el décimo tomo mi asiento en la diligencia, si no me conviene estar más tiempo aquí, y me vuelvo a mi casa; aún me sobran de los quince, cinco días.

Al llegar aquí monsieur Sans-délai, traté de reprimir una carcajada que me andaba retozando ya hacía rato en el cuerpo, y si mi educación logró sofocar mi inoportuna jovialidad, no fué bastante a impedir que se asomase a mis labios una suave sonrisa de asombro y de lástima que sus planes ejecutivos me sacaban al rostro mal de mi grado.
--Permitidme, monsieur Sans-délai --le dije entre socarrón y formal--, permitidme que os convide a comer para el día en que llevéis quince meses de estancia en Madrid.
--¿Cómo?
--Dentro de quince meses estáis aquí todavía.
--¿Os burláis?
--No por cierto.
--¿No me podré marchar cuando quiera? ¡Cierto que la idea es graciosa!
--Sabed que no estáis en vuestro país activo y trabajador.
--¡Oh!, los españoles que han viajado por el extranjero han adquirido la costumbre de hablar mal [siempre] de su país por hacerse superiores a sus compatriotas.
--Os aseguro que en los quince días con que contáis, no habréis podido hablar siquiera a una sola de las personas cuya cooperación necesitáis.
--¡Hipérboles! Yo les comunicaré a todos mi actividad.
--Todos os comunicarán su inercia.

Conocí que no estaba el señor de Sans-délai muy dispuesto a dejarse convencer sino por la experiencia, y callé por entonces, bien seguro de que no tardarían mucho los hechos en hablar por mí.
Amaneció el día siguiente, y salimos entrambos a buscar un genealogista, lo cual sólo se pudo hacer preguntando de amigo en amigo y de conocido en conocido; encontrámosle por fin, y el buen señor, aturdido de ver nuestra precipitación, declaró francamente que necesitaba tomarse algún tiempo; instósele, y por mucho favor nos dijo definitivamente que nos diéramos una vuelta por allí dentro de unos días. Sonreíme y marchámonos. Pasaron tres días: fuimos.
--Vuelva usted mañana --nos respondió la criada--, porque el señor no se ha levantado todavía.
--Vuelva usted mañana --nos dijo al siguiente día--, porque el amo acaba de salir.
--Vuelva usted mañana --nos respondió al otro--, porque el amo está durmiendo la siesta.
--Vuelva usted mañana --nos respondió el lunes siguiente--, porque hoy ha ido a los toros.
--¿Qué día, a qué hora se ve a un español? Vímosle por fin, y Vuelva usted mañana --nos dijo--, porque se me ha olvidado. Vuelva usted mañana, porque no está en limpio.

A los quince días ya estuvo; pero mi amigo le había pedido una noticia del apellido Díez, y él había entendido Díaz y la noticia no servía. Esperando nuevas pruebas, nada dije a mi amigo, desesperado ya de dar jamás con sus abuelos.
Es claro que faltando este principio no tuvieron lugar las reclamaciones.
Para las proposiciones que acerca de varios establecimientos y empresas utilísimas pensaba hacer, había sido preciso buscar un traductor; por los mismos pasos que el genealogista nos hizo pasar el traductor; de mañana en mañana nos llevó hasta el fin del mes. Averiguamos que necesitaba dinero diariamente para comer, con la mayor urgencia; sin embargo, nunca encontraba momento oportuno para trabajar. El escribiente hizo después otro tanto con las copias, sobre llenarlas de mentiras, porque un escribiente que sepa escribir no le hay en este país.
No paró aquí; un sastre tardó veinte días en hacerle un frac, que le había mandado llevarle en veinticuatro horas; el zapatero le obligó con su tardanza a comprar botas hechas; la planchadora necesitó quince días para plancharle una camisola; y el sombrerero, a quien le había enviado su sombrero a variar el ala, le tuvo dos días con la cabeza al aire y sin salir de casa.
Sus conocidos y amigos no le asistían a una sola cita, ni avisaban cuando faltaban, ni respondían a sus esquelas. ¡Qué formalidad y qué exactitud!
--¿Qué os parece de esta tierra, monsieur Sans-délai? --le dije al llegar a estas pruebas.
--Me parece que son hombres singulares...
--Pues así son todos. No comerán por no llevar la comida a la boca.

Presentóse con todo, yendo y viniendo días, una proposición de mejoras para un ramo que no citaré, quedando recomendada eficacísimamente.
A los cuatro días volvimos a saber el éxito de nuestra pretensión.
--Vuelva usted mañana --nos dijo el portero--. El oficial de la mesa no ha venido hoy.
--Grande causa le habrá detenido --dije yo entre mí. Fuímonos a dar un paseo, y nos encontramos, ¡qué casualidad! al oficial de la mesa en el Retiro, ocupadísimo en dar una vuelta con su señora al hermoso sol de los inviernos claros de Madrid.

Martes era el día siguiente, y nos dijo el portero:
--Vuelva usted mañana, porque el señor oficial de la mesa no da audiencia hoy.
--Grandes negocios habrán cargado sobre él--, dije yo.

Como soy el diablo y aun he sido duende, busqué ocasión de echar una ojeada por el agujero de una cerradura. Su señoría estaba echando un cigarrito al brasero, y con una charada del Correo entre manos que le debía costar trabajo [acertar] el acertar.
--Es imposible verle hoy --le dije a mi compañero--; su señoría está, en efecto, ocupadísimo.
Diónos audiencia el miércoles inmediato, y ¡qué fatalidad! el expediente había pasado a informe, por desgracia, a la única persona enemiga indispensable de monsieur y [su plan] de su plan, porque era quien debía salir en él perjudicado. Vivió el expediente dos meses en informe, y vino tan informado como era de esperar. Verdad es que nosotros no habíamos podido encontrar empeño para una persona muy amiga del informante. Esta persona tenía unos ojos muy hermosos, los cuales sin duda alguna le hubieran convencido en sus ratos perdidos de la justicia de nuestra causa.
Vuelto de informe, se cayó en la cuenta en la sección de nuestra bendita oficina de que el tal expediente no correspondía a aquel ramo; era preciso rectificar este pequeño error; pasóse al ramo, establecimiento y mesa correspondiente, y hétenos caminando después de tres meses a la cola siempre de nuestro expediente, como hurón que busca el conejo, y sin poderlo sacar muerto ni vivo de la huronera. Fué el caso al llegar aquí que el expediente salió del primer establecimiento y nunca llegó al otro.
--De aquí se remitió con fecha de tantos --decían en uno.
--Aquí no ha llegado nada --decían en otro.
--¡Voto va! --dije yo a monsieur Sans-délai-- ¿sabéis que nuestro expediente se ha quedado en el aire como el alma de Garibay, y que debe de estar ahora posado como una paloma sobre algún tejado de esta activa población?

Hubo que hacer otro. ¡Vuelta a los empeños! ¡Vuelta a la prisa! ¡Qué delirio!
--Es indispensable --dijo el oficial con voz campanuda--, que esas cosas vayan por sus trámites regulares.
Es decir, que el toque estaba, como el toque del ejercicio militar, en llevar nuestro expediente tantos o cuantos años de servicio.
Por último, después de cerca de medio año de subir y bajar, y estar a la firma o al informe, o a la aprobación, o al despacho, o debajo de la mesa, y de volver siempre mañana, salió con una notita al margen que decía: "A pesar de la justicia y utilidad del plan del exponente, negado".
--¡Ah, ah, monsieur Sans-délai! --exclamé riéndome a carcajadas--; éste es nuestro negocio.
Pero monsieur Sans-délai se daba a todos los oficinistas, que es como si dijéramos a todos los diablos.
--¿Para esto he echado yo viaje tan largo? ¿Después de seis meses no habré conseguido sino que me digan en todas partes diariamente: Vuelva usted mañana? ¿Y cuando este dichoso mañana llega, en fin, nos dicen redondamente que no? ¿Y vengo a darles dinero? ¿Y vengo a hacerles favor? Preciso es que la intriga más enredada se haya fraguado para oponerse a nuestras miras.
--¿Intriga, monsieur Sans-délai? No hay hombre capaz de seguir dos horas una intriga. La pereza es la verdadera intriga; os juro que no hay otra; ésa es la gran causa oculta: es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas.

Al llegar aquí, no quiero pasar en silencio algunas razones de las que me dieron para la anterior negativa, aunque sea una pequeña digresión.
--Ese hombre se va a perder --me decía un personaje muy grave y muy patriótico.
--Esa no es una razón --le repuse--; si él se arruina, nada, nada se habrá perdido en concederle lo que pide; él llevará el castigo de su osadía o de su ignorancia.
--¿Cómo ha de salir con su intención?
--Y suponga usted que quiere tirar su dinero y perderse; ¿no puede uno aquí morirse siquiera, sin tener un empeño para el oficial de la mesa?
--Puede perjudicar a los que hasta ahora han hecho de otra manera eso mismo que ese señor extranjero quiere [hacer].
--¿A los que lo han hecho de otra manera, es decir, peor?
--Sí, pero lo han hecho.
--Sería lástima que se acabara el modo de hacer mal las cosas. Conque, porque siempre se han hecho las cosas del modo peor posible, ¿será preciso tener consideraciones con los perpetuadores del mal? Antes se debiera mirar si podrían perjudicar los antiguos al moderno.
--Así está establecido; así se ha hecho hasta aquí; así lo seguiremos haciendo.
--Por esa razón deberían darle a usted papilla todavía como cuando nació.
--En fin, señor [Bachiller] Fígaro, es un extranjero.
--¿Y por qué no lo hacen los naturales del país?
--Con esas socaliñas vienen a sacarnos la sangre.
--Señor mío --exclamé, sin llevar más adelante mi paciencia--, está usted en un error harto general. Usted es como muchos que tienen la diabólica manía de empezar siempre por poner obstáculos a todo lo bueno, y el que pueda que los venza. Aquí tenemos el loco orgullo de no saber nada, de quererlo adivinar todo y no reconocer maestros. Las naciones que han tenido, ya que no el saber, deseos de él, no han encontrado otro remedio que el de recurrir a los que sabían más que ellas.

Un extranjero --seguí --que corre a un país que le es desconocido, para arriesgar en él sus caudales, pone en circulación un capital nuevo, contribuye a la sociedad, a quien hace un inmenso beneficio con su talento y su dinero. Si pierde, es un héroe; si gana, es muy justo que logre el premio de su trabajo, pues nos proporciona ventajas que no podíamos acarrearnos solos. Ese extranjero que se establece en este país, no viene a sacar de él el dinero, como usted supone; necesariamente se establece y se arraiga en él, y a la vuelta de media docena de años, ni es extranjero ya, ni puede serlo; sus más caros intereses y su familia le ligan al nuevo país que ha adoptado; toma cariño al suelo donde ha hecho su fortuna, al pueblo donde ha escogido una compañera; sus hijos son españoles, y sus nietos lo serán; en vez de extraer el dinero, ha venido a dejar un capital suyo que traía, invirtiéndole y haciéndole producir; ha dejado otro capital de talento, que vale por lo menos tanto como el del dinero; ha dado de comer a los pocos o muchos naturales de quien ha tenido necesariamente que valerse; ha hecho una mejora, y hasta ha contribuído al aumento de la población con su nueva familia. Convencidos de estas importantes verdades, todos los gobiernos sabios y prudentes han llamado a sí a los extranjeros: a su grande hospitalidad ha debido siempre la Francia su alto grado de esplendor; a los extranjeros de todo el mundo que ha llamado la Rusia, ha debido el llegar a ser una de las primeras naciones en muchísimo menos tiempo que el que han tardado otras en llegar a ser las últimas; a los extranjeros han debido los Estados Unidos... Pero veo por sus gestos de usted --concluí interrumpiéndome oportunamente a mí mismo-- que es muy difícil convencer al que está persuadido de que no se debe convencer. ¡Por cierto, si usted mandara, podríamos fundar en usted grandes esperanzas! [La fortuna es que hay hombres que mandan más ilustrados que usted, que desean el bien de su país, y dicen: "Hágase el milagro y hágalo el diablo." Con el Gobierno que en el día tenemos, no estamos ya en el caso de sucumbir a los ignorantes o a los malintencionados, y quizá ahora se logre que las cosas vayan a mejor, aunque despacio, mal que les pese a los batuecos.]
Concluída esta filípica, fuíme en busca de mi Sans-délai.
--Me marcho, señor [Bachiller] Fígaro--me dijo--. En este país no hay tiempo para hacer nada; sólo me limitaré a ver lo que haya en la capital de más notable.
--¡Ay! mi amigo --le dije--, idos en paz, y no queráis acabar con vuestra poca paciencia; mirad que la mayor parte de nuestras cosas no se ven.
--¿Es posible?
--¿Nunca me habéis de creer? Acordáos de los quince días...

Un gesto de monsieur Sans-délai me indicó que no le había gustado el recuerdo.
--Vuelva usted mañana--nos decían en todas partes--, porque hoy no se ve.
--Ponga usted un memorialito para que le den a usted permiso especial.

Era cosa de ver la cara de mi amigo al oír lo del memorialito: representábasele en la imaginación el informe, y el empeño, y los seis meses, y... Contentóse con decir: --Soy [un] extranjero--. ¡Buena recomendación entre los amables compatriotas míos!
Aturdíase mi amigo cada vez más, y cada vez nos comprendía menos. Días y días tardamos en ver [a fuerza de esquelas y de volver] las pocas rarezas que tenemos guardadas. Finalmente, después de medio año largo, si es que puede haber un medio año más largo que otro, se restituyó mi recomendado a su patria maldiciendo de esta tierra, y dándome la razón que yo ya antes me tenía, y llevando al extranjero noticias excelentes de [las] nuestras costumbres [de nuestros batuecos]; diciendo, sobre todo, que en seis meses no había podido hacer otra cosa sino volver siempre mañana, y que a la vuelta de tanto mañana, eternamente futuro, lo mejor, o más bien lo único que había podido hacer bueno, había sido marcharse.
¿Tendrá razón, perezoso lector (si es que has llegado ya a esto que estoy escribiendo), tendrá razón el buen monsieur Sans-délai en hablar mal de nosotros y de nuestra pereza? ¿Será cosa de que vuelva el día de mañana con gusto a visitar nuestros hogares? Dejemos esta cuestión para mañana, porque ya estarás cansado de leer hoy: si mañana u otro día no tienes, como sueles, pereza de volver a la librería, pereza de sacar tu bolsillo y pereza de abrir los ojos para hojear [los pocos folletos] que tengo que darte [ya], te contaré cómo a mí mismo, que todo esto veo y conozco y callo mucho más, me ha sucedido muchas veces, llevado de esta influencia, hija del clima y de otras causas, perder de pereza más de una conquista amorosa; abandonar más de una pretensión empezada y las esperanzas de más de un empleo, que me hubiera sido acaso, con más actividad, poco menos que asequible; renunciar, en fin, por pereza de hacer una visita justa o necesaria, a relaciones sociales que hubieran podido valerme de mucho en el transcurso de mi vida; te confesaré que no hay negocio que pueda hacer hoy que no deje para mañana; te referiré que me levanto a las once, y duermo siesta; que paso haciendo el quinto pie de la mesa de un café, hablando o roncando, como buen español, las siete y las ocho horas seguidas; te añadiré que cuando cierran el café, me arrastro lentamente a mi tertulia diaria (porque de pereza no tengo más que una), y un cigarrito tras otro me alcanzan clavado en un sitial, y bostezando sin cesar, las doce o la una de la madrugada; que muchas noches no ceno de pereza, y de pereza no me acuesto; en fin, lector de mi alma, te declararé que de tantas veces como estuve en esta vida desesperado, ninguna me ahorqué y siempre fué de pereza. Y concluyo por hoy confesándote que ha más de tres meses que tengo, como la primera entre mis apuntaciones, el título de este artículo, que llamé: Vuelva usted mañana; que todas las noches y muchas tardes he querido durante ese tiempo escribir algo en él, y todas las noches apagaba mi luz diciéndome a mí mismo con la más pueril credulidad en mis propias resoluciones: ¡Eh, mañana le escribiré! Da gracias a que llegó por fin este mañana, que no es del todo malo; pero ¡ay de aquel mañana que no ha de llegar jamás!
(El Pobrecito Hablador, enero de 1833)

lunes, 24 de junio de 2013

¡Qué solos se quedan los vivos!: Crónica de una despedida.(1)

Así titulé el escrito que dediqué a mi padre, del que integro un párrafo dentro del comentario a "La ridícula idea de no volver a verte", de Rosa Montero. Creo que es de honor compartirlo en su totalidad, imagino que por su extensión ocupará varias entradas. Pretendía ser un desahogo íntimo (muchas veces, escribir ayuda a expulsar sentimientos que te ahogan y que por diversos motivos no sabes expresar de otro modo). Así que aquí queda este homenaje a ti, papá. Allá donde estés, sigues aquí. Te quise y te quiero mucho.

Tiene 78 años, y el pelo blanco, muy blanco. Los ojos blanquecinos por la catarata que no vale la pena operar. Llegaron a meterle en quirófano, pero una vez allí, y ya dormido, el oftalmólogo vio tan dañados los ojos que no quiso tocarlo. Una prueba más en la vida, otra ilusión perdida… ¡con lo que le costó tomar la decisión de operarse!. Cuenta que una bomba en la guerra civil, cuando él tenía tan solo 10 años, explotó tan cerca que le provocó un derrame.

Nunca quisieron hablar de ello. Retazos de conversaciones, comentarios aquí y allá fueron reconstruyendo esa terrible época. 
 
 ¡Dichosa guerra!. Ocho hermanos, siete varones y una chica, quedaron solos con su madre, casi en la calle. Hasta los colchones les quitaron. A la llegada de los “nacionales” (les había tocado en zona “roja”, sin saber por qué -como a tantos y tantos españoles que de repente eran enemigos de guerra por culpa de una imaginaria línea divisoria-, acusaron a su padre, mi abuelo, que aparece en la foto de boda de papá y mamá con un parecido impresionante a la apariencia que tiene su hijo ahora (cara diminuta de tan enjuta, rapado pelo blanco al estilo militar, erguido, esbelto aun a su edad y con una orgullosa sonrisa de dientes postizos -o sin dientes, quizás- y de hombre “bueno” en el sentido machadiano), le acusaron, digo, de no-sé-qué-historias por ser carabinero y acabó en la cárcel mientras que sus hijos y su mujer comían cáscara de patatas y guisos, naturalmente, sin aceite. 
 
 Anécdotas que la pátina del tiempo se encarga de suavizar y comentarios que ayudan a saber lo inmisericorde que puede llegar a ser una guerra. Recuerdo que un día mamá olvidó poner aceite en un guiso y papá le comentó: “Sabe igual que el que hacía mi madre”. Y entonces fue cuando se dio cuenta del ingrediente que faltaba, comentando luego: “claro, qué aceite iba a poner la pobre mía…”.
Nunca vio bien. Sus gafas de “culo de vaso” con esos círculos concéntricos que hacían ver unos ojos  diminutos en el centro, han ido con él siempre. Así le recuerdo desde niña. La pérdida gradual de visión, el acercarse el papel a la nariz para poder ver, lector impenitente, hasta que ya no pudo leer más. Jamás en vida de mamá llegó a reconocer que no veía. Incluso ahora sigue diciendo que ve. Sombras… pero que ve. No es cierto. No nos distingue a no ser que le saludemos. Pero es una reacción muy propia de quien no quiere verse desvalido, de quien no quiere molestar ni depender de los demás. Del ser independiente, orgulloso y autosuficiente que ha sido siempre.
  Ahora las arrugas lógicas del tiempo que se han acumulado por la vida, se han acelerado notoriamente desde hace un año hasta esta parte. Desde que murió mamá: su compañera desde hacía 59 años, su lazarillo y razón de vivir.

 
 Desde entonces todo su afán es cerrar capítulos. Completar todo lo que dejó preparado para ella, para cuando él faltase (jamás pensó ni remotamente que ella se iría antes que él) y pasarlo a sus hijos "tal y como ella hubiera dispuesto".
 ¡Se fue tan inesperadamente!. El terrible atentado en la estación de Atocha el día 21 de Marzo de 2004. La inconcebible masacre de inocentes. El revuelo. La tensión por no saber de nosotros, los  hijos que tomábamos ese tren, hasta bien entrada la mañana…
 Su corazón no resistió, y el día 23 de Marzo de 2004, sentada en su sillón del tresillo del cuarto de estar, frente a la tele, con los pies en alto en su escabel, esperando la llegada de mi hermano soltero, se quedó dormida para siempre. Papá, a su lado, en el sillón gemelo, escuchaba más que veía el noticiario de las tres. No notó nada. No oyó nada. Simplemente su corazón dejó de latir. Se fue y nos dejó ese enorme vacío de las despedidas incompletas, la impotencia del hecho consumado sin posibilidad de vuelta atrás, de las cosas que hubiéramos hecho o dicho y dejamos de hacer o decir porque parece que siempre habrá tiempo, o simplemente porque la rutina cotidiana obliga a pensar antes en cuestiones del día a día. Y te fuiste, mamá. Y el vacío que dejaste fue enorme, enorme.

Para solucionar esos asuntos, me pidió que le acompañara. He ido de viaje con él. Dos días intensos, lunes y martes, en coche. Íbamos a cerrar otro capítulo: la venta del piso en el pueblo donde tantos recuerdos se han amontonado. Donde pasaban los meses “buenos”, de abril a septiembre y donde íbamos invariablemente en las vacaciones de verano a pasar unos días con nuestros hijos, sus nietos. Los muebles y enseres indispensables, el mar, que se veía desde nuestro asiento en la mesa, y sobre todo, sus cuidados, sus guisos… ¡Ya no tenía sentido sin ella!
 
 Jamás había hablado tanto con él, y sin embargo he sido, creo, la que más lo ha hecho. He sentido siempre algo especial por él. Ya desde niña, cuando cruzaba la calle al verle llegar, sin mirar, loca por abrazarle. Cuando tenía que regañarme por hacerlo a pesar de su satisfacción y su ternura ante esa muestra de cariño. Este viaje me ha dejado tal carga emocional que me pasé el miércoles llorando. Pero agradezco la oportunidad de haberlo podido hacer. Mi padre, el bastión familiar, el cabeza de familia autoritario y protector, mi hombre-modelo desde pequeña, a quien he admirado, respetado y querido no por ser mi padre, no: por ser “persona”, por su saber estar, por su ansia de saber, el respeto a la cultura, por su sentido del deber, por su amor a mamá... por tantas y tantas cosas compartidas con él cuando mamá cayó enferma tras el parto de mi hermano pequeño, cuando los médicos no daban con lo que tenía y ella se debilitaba poco a poco pasando tantas temporadas en el hospital que el "nene", como le llamábamos los mayores, con su media lengua le decía cada vez que los veía salir : "Un beso mamá, pero la maleta no la lleves ¿no?"

 
 Cinco hermanos. Yo, la segunda en orden de nacimiento y primera chica, tenía 9 años. Papá me enseñó a cocinar (¡ay! esos despistes de las judías con chorizo sin chorizo o esas patatas con carne sin refrito). Me ayudó en mis deberes escolares (nunca quiso que dejáramos de estudiar) y en el hospital pidió a mamá que le enseñara a hacer un festón y un ojal para que yo lo pudiera presentar en mis deberes del Instituto. Aún guardo ese cuadernito de cartulina azul con cuadritos de batista blanca envueltos en papel transparente donde lucen mis vainicas simples y dobles, mis puntos de cruz, el festón ondulado y el ojal con su correspondiente botón...
 
Recuerdo, al levantarnos, los bocadillos preparados con esmero por papá antes de salir a su trabajo, en riguroso orden de tamaño por edad, para que así supiéramos cada uno cuál era el nuestro, cuidadosamente envueltos en papel de periódico. Las charlas y comentarios durante la comida en la que, también por riguroso orden de edad, cada uno contábamos nuestras anécdotas del día... El verle llorar detrás de cualquier rincón, a escondidas, cuando pasaba algo ante lo que se veía impotente. Como aquella vez que estuvimos a punto de provocar un incendio porque se retrasó – del trabajo iba al hospital a estar con mamá- y hacía tanto frío que nos atrevimos a intentar encender la estufa de leña sin haber abierto el tiro para la salida de humos.  Esas llamas ruidosas y amenazadoras… Los cinco, de 3 a 13 años, aterrados. Salimos corriendo a buscar ayuda, que nos dio el señor Julián, el amable portero.
 
Todo estaba bien ya cuando papá regresó. Pero llorando y entre hipidos, hablando todos a la vez a su alrededor, desahogamos nuestra terrible impresión. Cuando se fue el portero, nos quedamos en silencio, sentados ante la tele, esperando. Sólo al verle aparecer volvieron las cosas a su ser.
 Recuerdo también el sentarnos a hacer los deberes mientras él atendía papeles o leía el periódico para que pudiéramos preguntarle cualquier duda. Invariablemente nos hacía recurrir a la enorme enciclopedia de dos tomos, verde, que nos certificaba si lo explicado era correcto o qué más podíamos aprender acerca de ello. Hermosa costumbre que los hijos hemos mantenido con los nuestros, con sus nietos.
 
Fue un chico despierto en el colegio. La posguerra y la falta de recursos hacían imposible una mayor formación cultural. En todo tiempo fue autodidacta, lo que no impidió que, al poder entrar en el ejército gracias a la recomendación del curita del pueblo (su hermano el mayor, Antonio, murió en el exilio, y los dos siguientes vieron cerrado ese camino por ser “hijos de rojo”), pudiera ir ascendiendo como “chusquero”, es decir, por años de escalafón y tras los cursos en la Academia que correspondiese (que significaban temporadas ausente), los enormes listados aprendidos de memoria de ríos, montes, poblaciones, que le ayudábamos a repasar “tomándole examen”, los mapas mudos…
Y luego, el traslado, el cambio de destino obligatorio entre los sitios vacantes hasta que se diera la posibilidad de elegir. Todo esto, no impidió, decía, que enseñara a otros que hicieron la “mili” con él. Así, nuestro “tito Oliva”, llamado así por ser personaje más presente en nuestras vidas que nuestros propios tíos, aprendió a leer y los conocimientos básicos suficientes para poder ascender y dedicarse también a la carrera militar. Siempre orgulloso de ser amigo de papá, de ser nuestro “tito” (mi primer regalo fue el suyo: un sonajero. Y aún mejor, el juego de pluma y bolígrafo al terminar mi carrera y llevar a sus hijos al centro donde yo enseñaba para presumir con orgullo de que fuera yo su profesora).
Más adelante pedían estudios oficiales para poder seguir ascendiendo y, sin ningún reparo, hizo el Bachillerato elemental y luego el superior apoyándose en nosotros, en nuestras explicaciones, compartiendo clases con niños y adolescentes.
 
Ahora, ciego, se ve impotente, resuelto una vez más a no dejarse vencer ni verse desvalido, pero con miedo. No quiere molestar, pero lo hace, se pone y nos pone en riesgos.
 
Estando yo descargando el coche, sacando cosas del maletero, papá pidió que le diera algún bulto, y mientras yo estaba terminando de sacar otros, veo que echa a andar por la misma carretera, sin darse cuenta de que un coche torcía la esquina.

 
- ¡Papá! , le grité asustadísima.
 

Dejé todo tal cual y me acerqué a él con la intención de colocarle en la acera.
- ¡No hagas eso nunca más!, le reprendí como a un niño.

 
- ¡A mí no me grites!, se revolvió. ¡No sé a quién crees que le hablas, con esos modos!
 
En un intento de distender la situación bromeando, le dije, sonriendo:
 
- ¡A quién me pareceré!
 
- ¡Pero tú eres una mujer! –respondió.
 
- ¡Vaya, hombre! ¿Y por ser mujer…?
 
Lo dejé así. Difícil cambiar convicciones de toda una vida y menos discutir sobre ellas en una situación semejante.
 
No se da cuenta de que con esa actitud no deja que le devolvamos la mitad de lo que por nosotros hizo. Y creo que le entiendo. Siendo lo que ha sido y viéndole como le veo comprendo perfectamente su rebelión. Estoy convencida de que no querría verme en su situación.

 
(Continúa)