Publicada en el 2001 por Espasa, "El corazón del tártaro" tiene de nuevo como protagonista a una mujer, pero de nuevo también está rodeada de figuras masculinas que marcan su trayectoria vital y el desarrollo de la trama.
En esta manera anárquica con la que voy leyendo -y releyendo- las obras de Rosa, me he encontrado en esta obra con paralelismos (pensé: "¡la pillé!") con la Historia del rey transparente que la autora publicara cuatro años después (Alfaguara, 2005) y es que ella misma reconoce en esta última el atractivo que el periodo medieval ejercía en ella, hasta que se decidió centrar en él una narración.
Pues bien, el paralelismo que encuentro está en la historia de los hermanos que se causan la muerte el uno al otro abrazándose, y en la figura del retrasado. Nada más... Cada una de las historias tiene su trayectoria independiente, pero me ha hecho gracia y he querido contarlo como anécdota.
Está claro que el escritor narra poniendo su espíritu en lo que cuenta y ahí se encierran convicciones, creencias, modos de pensar, vivencias y gustos que quedan reflejados en su obra; en fin, todo aquello que le da su impronta y características individuales, su genio, y es precisamente lo que atrapa, lo que le da interés a un autor frente a otros. Lo que caracteriza a Rosa.
Vamos a la obra: La protagonista, que trabaja para una editorial en la edición de un texto medieval, (de ahí las coincidencias de las que hablaba) tiene un pasado turbio del que no sólo quiere huir, sino del que ha conseguido abstraerse hasta el punto de no recordarlo. Pero el pasado vuelve con tal fuerza que puede destruir su presente, como un tártaro invasor, como un infierno dantesco, e incluso acabar con su propia existencia.
En un principio parece la huida la única solución, empezar de nuevo su vida de cero, como ya hiciera una vez. Pero forma parte de ella, irá a donde ella vaya, así que Zarza decide enfrentarse a él, limpiarlo de algún modo, tal vez borrarlo para siempre y luchar por terminar con ello o morir en el intento.
El enfrentamiento con la realidad nos va descubriendo sus circunstancias familiares, la tremenda figura del padre dictatorial, tal vez abusivo (una vez más), la madre siempre enferma, la unión con su hermano mellizo, con el que se evadía de una dura realidad para crearse después otra aún peor en su dependencia de "la blanca", su ternura protectora hacia su inteligente -aunque retrasado- hermano autista y su distanciamiento con su 'tradicional' hermana van conformando un regreso a un pasado al que hay que volver para limpiar desde las raíces.
La dura realidad de la droga, del submundo, frente a la vida 'normal' que había conseguido. La figura enorme, increíble, por su generosidad (¿por su necesidad de romper con su aislamiento, con su soledad?) de Urbano, el carpintero, y el ir y venir de personajes secundarios que, una vez más, te atrapan hasta la última página conformando ese mundo duro, cruel, contra el que hay que luchar porque en eso, al fin y al cabo, consiste el vivir. Es la lucha por la vida y el hecho inexorable de la muerte, constantes que nos transmite Rosa obra a obra, y que, creo, aquí se simboliza en el cubo de Rubí, y una conclusión:
" [...] sólo había una cosa que supiera con total seguridad, y era
que algún día moriría. Pero tal vez para entonces hubiera descubierto
que, pese a todo, la vida merece la pena vivirse."
Una vez más, un placer leerla.
Me encanta como Zarza, toma la vida por los cuernos, le cuesta enfrentarse al miedo, a la posible amenaza de Nicolas, que como ella dice forma parte de ella, como reconstruye un relato antiguo para dar sentido a la aventura. Como Miguel el hermano tonto es lo que une a la familia, en realidad con una inteligencia superior a sus hermanos.
ResponderEliminarComo el pasado no tiene poder si no se le da de romper la vida, ni siquiera la Reina Blanca, todo el relato rezuma ilusión por una vida plena y libre.
Así es, Oliva. Gracias por compartir tu opinión. Un abrazo.
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