Parafraseando el original tema de Joaquín Sabina, esta "nivola" (prefiero llamarla al modo unamuniano, porque novela no es) nos muestra al estilo de "como te digo una co' te digo la o' " y como quien comprueba una por una la lista de prendas que meter en la maleta o muebles en el camión de la mudanza para que no se olvide ninguno, nos hace un repaso de todos los miedos posibles e imposibles que el ser humano puede tener: desde el coco o el hombre del saco, pasando por la asfixia de un bebé mientras duerme, los grupos de adolescentes temidos como posibles delincuentes, el racismo,- centrado en el magrebí y africano- con toda suerte de explicaciones.
El autor no es racista, pero...; al autor nunca le han asaltado, pero...
Parece un tratado (no, insisto, un listado interminable, uno tras otro) sobre los temores, al que se le ha insertado con calzador pasajes de una historia, la del pusilánime Carlos y familia, para convertirlo en narración, en novela difícilmente digerible, en la que página tras página se desarrollan temores uno tras otro con cortos comentarios intercalados.
Las investigaciones de la esposa de Carlos, Sara, es la que comienza la obra, dudando de la honradez de su criada Naima, al notar que faltan en casa 'pequeñas' cantidades de dinero (así llama al hurto de billetes de 10 y 20 euros), juguetes, ropa, baratijas, vídeos... No sirven de nada las protestas de inocencia de la víctima ni la situación en la que queda al perder la confianza en las casas en que limpiaba, a pesar de que su honradez resulta demostrada más adelante al descubrirse la extorsión que sufre su hijo, Pablo, por parte de otro adolescente, personaje canallesco donde los halla con situaciones llevadas al extremo. Se trata de una historia intercalada, como digo, para que sirva de enlace entre una y otra lista de temores, cómo se producen, de dónde vienen y cómo se difunden.
Están todos... no he echado en falta ninguno. Y debo confesar que el lector, conforme va avanzando en ella, teme que aparezca la siguiente retahíla, interminable, detallada, infatigable... ¡uf!
No se puede negar la originalidad, el atrevimiento de convertir este ensayo en novela y que, además, resulte ganadora, el 2008, en el Premio de Novela Fundación José Manuel Lara, galardón dotado con 150.000 euros. Tal vez podría presentarse como detallado y pormenorizado estudio sociológico y psicológico sobre los miedos cotidianos, seguro que también podría ganar.
Sin duda la recopilación es el resultado de observación, trabajo de hormiguero y tiempo.
Aquí tenemos un fragmento:
Pero no es ése su único miedo, ni siquiera el mayor. Carlos tiene otros. Algunos permanentes, otros puntuales, cíclicos. Algunos intensos y otros leves, todos tangentes, acumulables, soportables cada uno por separado, y que en realidad tienen una presencia continua pero secundaria, como un ruido de fondo con el que te acostumbras a vivir.
¿Podríamos decir que tiene miedo a la delincuencia? No exactamente. Es cierto que buena parte de sus temores pasan por ser atracado, asaltado, desvalijado; alguien que te toma del brazo al volver la esquina, alguien que se mete en tu coche por la puerta trasera cuando estás parado en el semáforo, alguien que llama a tu puerta y no consigues cerrar antes de que coloque el zapato entre la hoja y el marco. Pero lo de menos en esos supuestos es la sustracción, lo perdido, el dinero, el reloj, el vehículo. Lo importante es la navaja colocada en el costado, el brazo cerrado en torno al cuello, la patada a la puerta. De hecho, le atemoriza aún más imaginar situaciones en las que no hay billetera o coche robados, en que no existe esa motivación que, más que justificar el pinchazo o el golpe, lo delimitan, le ponen fin, todo acaba cuando el ladrón corre con su botín, cumplido su objetivo. Le da miedo cuando no hay tal objetivo, cuando es otro, o no existe, no es identificable. Aquellos casos en que los golpes no se detendrán ante un puñado de billetes o un número secreto de tarjeta de crédito, porque lo único que pueden, que quieren sacarte, es dolor.
Si tiene que ponerle nombre, lo llama «la violencia».
Recomendada para curiosos que lo leen todo. Eso sí, tómenlo a pequeñas dosis.