Capítulo cuarto
De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la ventaYa
amanecía cuando nuestro flamante caballero, orgulloso de su "gran
noche", cabalgaba de nuevo. Pero, ¡cómo no!, dando vueltas en su mente a
los consejos del "castellano", decidió que era importante hacer lo que
le había recomendado y volver a su casa a por dineros, ropa limpia y,
sobre todo, un escudero.
En ésas estaba, cuando al pasar cerca de
un bosque oyó quejidos lastimeros y vio la primera ocasión de practicar
su oficio. Se dirigió hacia allí y vio "
atada
una yegua a una encina, y atado en otra un muchacho desnudo de medio
cuerpo arriba, de edad de quince años, que era el que las voces daba y
no sin causa, porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un
labrador de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprensión y
consejo, porque decía: la lengua queda y los ojos listos. Y el muchacho
respondía: no lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no
lo haré otra vez, y yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado
con el hato"
No lo pensó dos veces Don Quijote y se dirigió hacia el hombre que así
maltrataba al joven (creyéndole caballero también por tener una lanza
apoyada en el árbol junto a la yegua). El motivo del castigo era que el
dueño del rebaño acusaba al chico de ser ladrón, ya que cada día le
faltaba alguna oveja, mientras que el muchacho replicaba que hacía mucho
que el hombre no le pagaba el salario prometido.
Quiso nuestro
caballero hacer justicia mandando al chico, Andrés, que acompañase a su
patrón, Juan Haldudo, a donde decía tener su dinero, aconsejándole que
se fiara de su condición, a pesar de sus dudas, dándole su promesa de
volver a castigarle si no cumplía. Y con la confianza que Don Quijote
tenía en la palabra dada, siguió su camino muy satisfecho de cómo había
solucionado el problema (enderezado el entuerto o deshecho el agravio).
En
cuanto desapareció nuestro iluso protagonista, mientras pensaba él en
lo bien que había actuado, el hombre volvió a atar al chico y siguió
pegándole hasta que le pareció suficiente. Recomendándole cuando le
soltó: "
Llamad, señor Andrés, ahora,
decía el labrador, al desfacedor de agravios, veréis cómo no desface
aqueste, aunque creo que no está acabado de hacer, porque me viene gana
de desollaros vivo, como vos temíades."
Juró el muchacho ir a buscar a Don Quijote porque todavía tenía edad de creer en caballeros, pero, entretanto, "
él se partió llorando y su amo se quedó riendo.".
No
hubo de andar mucho Rocinante, que era quien decidía el camino a
seguir, cuando se cruzaron con unos mercaderes toledanos que iban a
comprar a Murcia."
Eran seis, y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie.".
Como
parece natural ya, pues vamos conociendo a nuestro protagonista, de
nuevo atribuyó al grupo cualidades que no tenía, y parándose en mitad
del camino les increpó: "
todo el mundo
se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo
doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea
del Toboso.".
Cervantes, viajero infatigable por su
trabajo como recaudador y por su propio carácter, era buen conocedor de
las gentes que poblaban los caminos y así, a lo largo de la obra, nos
los va retratando como gente sencilla pero socarrona, dispuesta siempre a
pasar un buen rato a costa de quienquiera que se atreviera a hacerles
frente, si en broma, por broma, si de veras, por orgullo y porque era
gente acostumbrada a las peleas. Así que tantearon al caballero
diciéndole que les enseñara tan gran hermosura, que no tendrían ningún
problema en reconocerla si así era.
Planteó Don Quijote, con su aplastante lógica: "
¿qué
hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia
está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y
defender; donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y
soberbia: que ahora vengáis uno a uno, como pide la orden de caballería,
ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los de vuestra
ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en la razón que de mi parte
tengo." Hay que reconocer que, aparte de fanfarrón,
gustaba nuestro caballero de meterse en jaleos, porque a pesar de que
quisieron convencerle, "
arremetió con
la lanza baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojo, que
si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara
Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fue
rodando su amo una buena pieza por el campo, y queriéndose levantar,
jamás pudo: tal embarazo le causaba la lanza, espuelas y celada, con el
peso de las antiguas armas" y aun así, tirado en el suelo, exclamaba: "non fuyáis, gente cobarde, gente cautiva, atended que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido."
Sin duda era demasiada altanería, así que uno de los mozos de mulas, no
sólo le partió la lanza, sino que aprovechó los pedazos, al ver que ni
aún así se callaba, para dejarle tan molido "
como cibera" (Residuo de los frutos después de exprimidos.).
Cuando el mozo se cansó y todos se fueron, Don Quijote, que si no había
podido levantarse cuando cayó de Rocinante, menos podía ahora después
de la paliza, aún supo sacar sus propias conclusiones a lo que había
pasado "
Y aún se tenía por dichoso,
pareciéndole que aquella era propia desgracia de caballeros andantes, y
toda la atribuía a la falta de su caballo"
¡Seguimos!