“La ridícula idea de no
volver a verte”. Rosa Montero.
Prometí
a Rosa Montero, cuando la saludé en la Feria del Libro de Madrid, que comentaría
sus obras en Wikipedia. Yo era una más entre la multitud de fans que, estoy
segura, la saludan con alguna frase como: “yo soy fulanito-a que la saludé en…,
que la sigo en…” pretendiendo que ella (con la que llama su “memoria de
mosquito”) recuerde pormenorizadamente a tantos y tantos de quienes la
seguimos. Así la saludé yo, es inevitable:
-Yo soy
la lectora “anárquica” que comentó su “Lágrimas en la lluvia”.
-Ah,
sí, ¡qué gracia! –tuvo la amabilidad de comentar con una sonrisa mientras me
escribía una tierna dedicatoria en la que incluyó lo de "anárquica"...
Soy
consciente de que ella es UNA; yo, una más que intentaba con esa presentación salir
del anonimato para lograr una mayor cercanía. Innecesario; porque ella es
cercana, porque escribe tal y como es, y es tal y como escribe. Y aunque se
confiese tímida para referirse a sí misma en sus escritos, yo diría que en toda su obra está ella misma. No lo
puedo describir de otra forma.
Me
dedicó “El amor de mi vida”, que voy leyendo a retazos porque, como ella también
reconoce, me he acostumbrado al libro electrónico que tanto peso –literal- nos
quita. Y como, además, mis libros de “recreo” los leo de noche, en la cama,
antes de dormir; sin duda se agradece mucho más. Así que voy leyendo los capítulos…
bueno, eso lo dejo para cuando comente el libro.
El caso
es que soy de las que cumplo. Así que cuando quise ponerme a la tarea de hacer
los referidos comentarios, y aunque he leído casi todos sus libros, pensé que
el “casi” no valía y que era mejor empezar por el final, ya que tendré que
releer los conocidos – lo que sin duda será un placer- y leer los que por un
motivo u otro nunca han llegado a mis manos lectoras.
Y,
claro, para empezar por el final debía comenzar por éste.
Vale,
ya lo he leído. Y ahora ¿cómo empiezo su comentario?
Lo más
fácil es usar sus propias palabras:
“No todo es horrible en la muerte, aunque
parezca mentira (me asombro al escucharme decir esto).
Pero éste no es un
libro sobre la muerte.”
Y es
cierto: es un libro sobre el duelo, la ausencia, la difícil maniobra de
rellenar el increíble, profundo, abismal espacio que deja la muerte, esperada o
no. Es un libro sobre los vivos.
En una
ocasión, tras un viaje que hice con mi padre, recientemente viudo, tan afectado
por la súbita e inesperada muerte de mi madre dos días después del atentado de
Atocha (es decir, el 13-M del 2004), cuyos efectos provocaron un infarto masivo;
escribí –me desahogué- sobre lo que supuso para mí el viaje que hicimos él y yo
a Almería, al pueblecito donde ella nació y donde quería reposar con sus
padres, y escribo:
Llegamos
al pueblo a las 7 de la tarde. Un viaje largo y fatigoso a pesar de las pausas
para estirar las piernas, comer… en fin, más de siete horas. No obstante, cuando
llegábamos, me pidió si podíamos acercarnos al cementerio “a ver a mamá”. Naturalmente,
la reja estaba cerrada. Aun así habló con ella:
-
" Hola, chiquitica, ya estamos aquí. Tú que puedes, mira mucho por
nosotros”.Y rezó, moviendo los labios pero en silencio, mirando sin ver (estaba ciego) en dirección al interior, donde ella reposa, con las manos apretadas a la reja.
Yo no podía rezar. Sólo esperaba y me sentía en ese momento como una extraña cuya presencia interfiere en una íntima escena de amor.
Cuando dijo: "Vamos, mira los horarios para ver cuándo podemos venir mañana", le ofrecí mi brazo y volví a ser su lazarillo.
Entramos de nuevo en el coche, en silencio. Mientras bajábamos la
empinada cuesta de camino al pueblo musitó:
- "Dios mío, qué solos se quedan
los muertos".
- ¡Qué solos se quedan los vivos!, pensé
yo.
Por
otra parte hay una estupenda y laboriosamente trabajada biografía, un minucioso
análisis de una admirada figura de mujer, y unas pinceladas aquí y allá de un
alma en carne viva, de un dolor patente y latente que podemos comprender perfectamente
quienes hemos pasado -pasamos todavía (mi padre falleció hace un año)- por la pérdida
de alguien muy querido.
No quiero -en realidad es mejor
decir “no puedo”- comentar más. Si esto no te invita a leerlo, será que no es la
ocasión. Cuando llegue, sin duda te sentirás reflejado en ella.