Queda un regusto de tiempo de descanso desaprovechado, cuando has estado sin vacaciones en realidad. Porque ¿a cuántos nos ha pasado -al no poder salir por la dichosa economía- que hemos aprovechado lo que los calores nos permitían para hacer cosas que en época de trabajo no se nos permite?
Desmontar armarios para limpiar, ordenar ropa y volverlos a montar... revisar todos esos papeles que guardamos sin saber por qué... quitar trastos... en fin, ¡una paliza!.
Y se pasan las vacaciones sin enterarte y sin haber estado "tirado a la bartola" (por cierto, este dicho no lo he explicado :) ) y casi más cansado-a que cuando empezaron.
Bueno, veremos el aspecto positivo y ya podemos empezar a acumular y desordenar de nuevo . ¡Bienvenidos al curro!
lunes, 2 de septiembre de 2013
lunes, 5 de agosto de 2013
Salón de lectura.- "Historia del Rey transparente", de Rosa Montero.
En esta obra, publicada en el 2005 por la editorial Alfaguara, nos encontramos envueltos en las andanzas de Leola, campesina inmersa en los avatares de la sociedad del s. XII, "sierva de la gleba", predeterminada por nacimiento y condenada sin esperanza a trabajar los campos para un señor feudal dueño de sus vidas y haciendas.
Época de enfrentamientos, guerrillas, asaltos, duelos, torneos... época de los hombres de hierro que, envueltos en sus más o menos brillantes y ricas armaduras, hacían de las suyas allá por donde pasaban, en defensa de un supuesto honor, que mantenían familias enfrentadas en sangrientos encuentros rutinarios mientras esquilmaban, dañaban y empobrecían a los que sin comerlo ni beberlo tuvieron la desdicha de nacer sin blasón, es decir, sin honra.
A Leola le quitan el novio, literalmente, al movilizar a sus parientes masculinos para una de esas luchas... Se queda sola y no se resigna, por lo que decide ir a buscarlo y ponerse la armadura de uno de los caballeros muertos que halla por el camino. De esa guisa, se interna en un mundo eminentemente masculino por el que sería imposible caminar como mujer. Jugando con acierto entre el papel masculino adoptado y el real.
Y sin embargo, se encuentra tremendas y poderosas mujeres como la bruja Nyneve, la noble Dhuoda, que tanta influencia tienen en nuestra protagonista, o la reina Leonor, madre del poderoso Ricardo Corazón de León y hasta la Eloísa de Abelardo...
La historia comienza por el final y condensa en esas primeras líneas lo que ha de ser su desarrollo:
Soy mujer y escribo. Soy plebeya y sé leer. Nací sierva y soy libre. He visto en mi vida cosas maravillosas. He hecho en mi vida cosas maravillosas. Durante algún tiempo, el mundo fue un milagro. Luego regresó la oscuridad. La pluma tiembla entre mis dedos cada vez que el ariete embiste contra la puerta. Un sólido portón de metal y madera que no tardará en hacerse trizas. Pesados y sudados hombres de hierro se amontonan en la entrada. Vienen a por nosotras. Las Buenas Mujeres rezan. Yo escribo. Es mi mayor victoria, mi conquista, el don del que me siento más orgullosa; y aunque las palabras están siendo devoradas por el gran silencio, hoy constituyen mi única arma.
Y a través de sus peripecias, nos adentra Rosa en ese legendario mundo de Cruzados, Caballeros de la mesa redonda (o cuadrada, ¡qué mas da!), Inquisición, cátaros y... castillo de Montsegur.
Hay que ver qué casualidades y qué atractivo el de esos personajes que perecieron en la hoguera tras un feroz asedio por defender sus creencias. Y lo comento porque ya me había encontrado con esas "buenas mujeres" y "buenos hombres" en obras como "La sangre de los inocentes" de Julia Navarro, que también comenté en su día, o la "Brida" de Paulo Coelho, sin conocerlos históricamente más que de pasada.
Pues bien, y volviendo a lo que nos ocupa, una vez más Rosa Montero nos deleita con una estupendamente conseguida figura de mujer, en un estudio psicológico e histórico que capta desde el principio nuestra atención e interés, atrapándonos en la red de su lectura con una serie de personajes secundarios de gran fuerza, como puedan ser el tonto, el gigantesco, Caballero Oscuro -tratado con tanta ternura-, el duro e inflexible Maestro, el herrero León, o el retorcido Doctor Angelical, fray Angélico.
Interesante también ese Libro de las Palabras que escribe nuestra protagonista, con definiciones sin desperdicio:
"Esperanza: pequeña luz que se enciende en la oscuridad del miedo y la derrota, haciéndonos creer que hay una salida. Semilla que lanza al aire la sedienta planta en su último estertor, antes de sucumbir a la sequía. Resplandor azulado que anuncia el nuevo día en la interminable noche de tormenta. Deseo de vivir aunque la muerte exista."
Y por último, y bastante importante, ya que da título a la obra: la historia del rey transparente. Historia que condena a la muerte a quien se atreve siquiera a iniciar su relato, historia que solo conocemos completa al final, y aún así, inacabada, concluye con un acertijo.
En fin, de nuevo tengo que decir chapeau a mi admirada escritora y, desde luego, animarles a su lectura.
Refranes, dichos y sentencias.- 104- "Vale más que pesa"
Esta expresión, que utilizamos figuradamente como piropo para indicar que una persona "vale mucho" ( sin importar si es más o menos gruesa), para ensalzar sus méritos, fue utilizada en otros tiempos literalmente, es decir, se pesaba a la persona para convertir el resultado en monedas o especies que servían como compensación a la familia de un asesinado o como ofrenda a la Iglesia a cambio de favores, como la curación de un enfermo, solicitados principalmente por intercesión de un Santo.
Con este mismo sentido y explicación se dice también:
"Vale su peso en oro"
domingo, 14 de julio de 2013
Salón de lectura.- "La hija del caníbal" de Rosa Montero.
Puedo afirmar sin ninguna duda que el artista (el músico, el cantante, el pintor, el arquitecto, el alfarero... y todos los que quieran recordar) y, en este caso concreto, el escritor -la escritora- nacen con ese don... Si no lo tienen, ná q'asé, que dirían más abajo de Despeñaperros . Pero es que además, se hace, tiene que hacerse para pulir ese don y conseguir algo bueno. Y se lo dice a Udes. alguien que lleva casi tres años (eso, si no incluimos que la idea empezó en mi adolescencia con un relato que escribí a mano en unas páginas mecanografiadas por detrás para aprovechar el papel -aún no se llamaba reciclaje, más bien tacañería; pero lo era, seguro que sí-) que rescaté y que intento convertir en una novela decente.
¿Qué a qué llamo "decente"? No me lo pregunten: no lo sé. Supongo que estará lista cuando me vea conforme con ella en fondo y forma.
Bien, perdonen la digresión. Decía que el artista se hace, y que el acto de escribir no es tan sencillo como tener una idea y plasmarla en un papel. Y lo digo porque esta novela, "La hija del caníbal", (debo reconocer que solo he caído ahora, al releerla, porque la primera vez 'pasé' de ello) empieza ya en el prólogo a tener interés. Y es que de repente Rosa te cuenta, como quien no hace la cosa, que para crear las memorias del anciano personaje compañero de la protagonista, de mote -taurino y guerrero- Fortuna, ha leído ni más ni menos que diez libros y un artículo. Lean, lean y cuenten por si he puesto de menos, porque de más, seguro que no.
Y es que así es como se hace una novela: con trabajo y esfuerzo.
Dicho esto, y añadiendo, como de pasada, la pasmosa facilidad con que Rosa Montero nos recrea biografías, ya sea en "La ridícula idea de no volver a verte", que ya comenté, como en "El amor de mi vida" y otros, que ya comentaré, vamos a la razón de esta reseña: "La hija del caníbal".
Lucía Romero, escritora, se va de viaje a Viena con su esposo, Ramón, y éste desaparece en los urinarios del aeropuerto momentos antes de la salida. Aunque llama a la policía, se embarca o se ve obligada a embarcarse, en una sucesión de imprevistos y sucesos propios de novela negra que se ven aderezados por la brusca irrupción (intromisión) en su vida, de unos vecinos: un hombre demasiado joven para sus efectos y afectos, Adrián, y otro demasiado mayor , el octogenario Félix, apodado Fortuna o Fortunita, según el caso.
Pero no, ese puede ser el resumen del argumento, sí, pero no es eso lo que quiero plasmar aquí: sería demasiado superficial.
Quiero hablar de sensaciones, de conclusiones, de actos de la vida en los que me he visto reflejada y de remordimientos, prejuicios y formas de actuar en los que también... ¿Y cómo, si de ninguna manera me he visto envuelta en algo ni tan siquiera parecido? Pues en la riqueza y finura de matices y reflexiones de la protagonista, que unas veces en primera persona y otras en tercera, nos va acercando a una mujer absolutamente normal, anodina a veces, creativa en otras, despectiva, amorosa, pedante, tonta, inteligente... eso, una mujer normal, con la que no parece difícil identificarse. Y es que estoy de acuerdo cuando dice:
La vida, como diría Adrián, uno de los personajes de este libro, está llena de extrañas coincidencias.
Con finos rasgos humorísticos que me han hecho sonreír y hasta soltar la carcajada en ocasiones:
¿pero no sabes que los maridos siempre muestran una curiosa tendencia a volatilizarse cuando entran en los retretes públicos?
(...) antes de que las cosas pudieran aclararse el Caníbal ya había recibido un par de guantazos. Terminamos todos en comisaría. Creo que el Caníbal no me ha perdonado aquello todavía, aunque después se pasó muchos años repitiendo: «Esta chica ha salido como yo, va a ser actriz.» Pero también en eso se equivocó.
(...) De manera que el núcleo del erotismo de Lucía Romero, la base de su supuesto encanto, es un fragmento de carne renegrida y defectuosa, una equivocación de la epidermis, un cúmulo de células erróneas (...)
Cáustica y dura en otras y hasta cruel, diría yo, en descripciones como -sin ir más lejos- las del principio, al hablar de las viejas viajeras, zascandiles, supersónicas,(...) ancianas volanderas en el aeropuerto; descrita una de ellas:
encajada en su silla (de ruedas) como una ostra en su concha y era una pizca de persona, una mínima momia de boca desdentada y ojos encapotados por el velo lluvioso de la edad.
E intercaladas a lo largo de la obra:
(...) pierde de repente a su marido en los urinarios de un aeropuerto y no tiene a nadie a quien recurrir. Qué drama tan ridículo, qué lugar tan desairado el de las mujeres abandonadas, viudas sin viudez, hembras que se desesperan esperando.
(...) cogí el teléfono y tecleé el primer número, que además se repetía varias veces:
—Hola, amor... Te estaba esperando... Estoy desnuda, y me he pintado los pezones de rojo para ti... —susurró una voz rasposa al otro lado.
Eran teléfonos eróticos. Ramón tenía un móvil clandestino para que le dijeran guarradas al oído.(...)
O reflexiones acerca de la vida del matrimonio:
Creo que esos momentos de ternura y compenetración (su juego protector encajando como en un rompecabezas con mi miedo) fueron lo más cercano a la pasión que Ramón y yo hemos vivido.
(La última vez que Ramón me había dicho «te quiero mucho» fue cuando le operaron del apéndice.)
Ahora comprendía por qué no me había separado de mi marido: aunque me aburriera con él, aunque me exasperara, Ramón era el aliento animal de mi guarida, el cobijo elemental del otro de tu especie, unos ojos que te ven y una presencia cómplice frente al terror de la intemperie, frente a ese mundo exterior lleno de tormentas, violentos huracanes y cataclismos.
De la mujer:
Lucía callaba demasiado, consentía demasiado, asentía demasiado; era asquerosamente femenina en su silencio público, mientras por dentro la frustración rugía. Lucía envidiaba a aquellas mujeres capaces de imponerse y de pelearse dialécticamente en el espacio exterior, siempre tan desolado. Como Rosa Montero, la escritora de color originaria de la Guinea española: era un tanto marisabidilla y a veces una autoritaria y una chillona, pero abría la boca la tal Rosa Montero (dientes deslumbrantes en su rostro redondo de luna negra) y la gente callaba y la escuchaba. Lucía hubiera deseado ser así, un poquito más animosa y más segura.
De la pérdida de atractivo:
(...) yo me teñía las canas de la cabeza, y me daba cremas reafirmantes en el pecho, y tenía celulitis en las nalgas, y por las noches, encerrada a cal y canto en el cuarto de baño, me quitaba los malditos dientes para lavarlos. ¿Alguna miseria más? Pues sí: manchitas en el dorso de las manos, el interior de los brazos pendulante, arrugas insufribles en el morro, las mejillas alicaídas y apagadas.
Y por si fuera poco lo dicho para demostrar que la novela no tiene desperdicio, los intervalos de acercamiento a la figura del anarquista, del anarquismo, y particularmente, de Durruti, personaje tan admirado por mi padre, que mientras le leía "Un millón de muertos" de José Mª. Gironella (tras la lectura, claro está, de "Los cipreses creen en Dios") escuchaba e iba intercalando comentarios, recordando anécdotas de sus propias vivencias durante la Guerra Civil española y esperaba con impaciencia que llegara el momento en que se hablara de él.
Como la propia Rosa Montero reconoce en sus escritos, tal vez haya páginas que se pudieran borrar de un plumazo sin que la historia perdiera -acaso, tal vez ganara- ritmo e interés. Es cierto. Pero les aseguro que no es mi admiración por la autora la que me lleva a decirles, tras esta segunda lectura (habrá más, seguro, porque las situaciones anímicas del lector nos llevan a obtener conclusiones distintas, a fijarnos en detalles no observados anteriormente que, cuando una obra nos gusta, nos lleva a releerla pasado un tiempo) que la obra es muy agradable e instructiva, y que el acercarse a ella será una sabia decisión.
lunes, 1 de julio de 2013
Apoyo en vuestros trabajos y estudios: mariannavarro.net
También ayudamos a conocer mejor el uso y aplicaciones del ordenador y las Redes Sociales.
Más información http://mariannavarro.net
Suscribirse a:
Entradas (Atom)