con que el uso común de mi voz tuerza. (...)
Una vez leída la canción de Grisóstomo, el que la leyó dijo que iba en perjuicio del buen crédito y buena fama de Marcela, a lo cual respondió Ambrosio, que "cuando este desdichado escribió esta canción estaba ausente de Marcela, (...) y como al enamorado ausente no hay cosa que no lo fatigue, ni temor que no le dé alcance, así le fatigaban a Grisóstomo los celos imaginados y las sospechas temidas como si fueran verdaderas". Por defenderla iba Vivaldo a leer otro papel, cuando "por cima de la peña donde se cavaba la sepultura, pareció la pastora Marcela tan hermosa, que pasaba a su fama en hermosura".
En cuanto la vio, Ambrosio, con ánimo indignado, la interpeló sobre sus intenciones, a lo que ella respondió que solo quería aclarar algunos puntos que atentaban contra su buena fama entre las que la principal era: "Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis decís y aun queréis que esté yo obligada a amaros. (...) mas no alcanzo que por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama". Pensamiento muy moderno y avanzado en una época en que las mujeres estaban subordinadas a la voluntas de su padre, hermano o esposo en esas cuestiones. Y continúa: "Yo nací libre, y para poder ser libre escogí la soledad de los campos; (...) Fuego soy apartado, y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que no es obra mía que antes le mató su porfía que mi crueldad"
Dicho lo cual, se dio la vuelta y desapareció "dejando admirados, tanto de su discreción como de su hermosura, a todos los que allí estaban".Lo cual visto por Don Quijote, puesta la mano en el puño de su espada,
en altas e inteligibles voces, dijo: ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía.
Nadie se movió si no fuera para continuar el entierro. Cerraron la sepultura con una gruesa peña, en tanto que se acababa una losa que, según Ambrosio dijo, pensaba mandar hacer un epitafio, que había de decir de esta manera:
Yace aquí de un amador
el mísero cuerpo helado,
que fue pastor de ganado,
perdido por desamor.
Murió a manos del rigor
de una esquiva hermosa ingrata,
con quien su imperio dilata
la tiranía de amor.
Se separaron. Don Quijote se despidió de sus huéspedes y de los caminantes, que le rogaron se viniese con ellos a Sevilla, pero Don Quijote no quería ni debía ir a Sevilla,
hasta que hubiese despojado todas aquellas sierras de ladrones malandrines, de quien era fama que todas estaban llenas.
Don Quijote determinó de ir a buscar a la pastora Marcela, y ofrecerle todo lo que él podía en su servicio, aunque lo que vino después no era precisamente lo que él pensaba,
según se cuenta en el discurso desta verdadera historia.
¡Seguimos!