

Es autor de más de diez libros para adolescentes, por los que ganó en 2004 el Premio Konex de platino. Publicó su primera novela, El palacio de la noche, en 1987.
Me llamo Sigmundo Salvatrio. Mi padre llegó a Buenos Aires desde un pueblo que está al norte de Genova y sobrevivió gracias al oficio de zapatero. Cuando se casó con mi madre, ya tenía su propia zapatería, especializada en calzado de hombre: no se daba maña con los zapatos de mujer. Muchas veces lo ayudé en sus tareas, y si hoy en nuestra profesión se habla de mi método para clasificar las huellas halladas en la escena del crimen (el método Salvatrio), debo esa invención a las horas que pasé con las hormas y las suelas. Investigadores y zapateros ven el mundo desde abajo, y unos y otros se ocupan de los pasos humanos en el momento en que estos se desvían del camino. Mi padre no era afecto a los gastos excesivos: cada vez que mi madre reclamaba un dinero extra, Renzo Salvatrio anunciaba que íbamos a terminar por hervir las suelas de las botas, como según él habían hecho los soldados de Napoleón durante su campaña en Rusia. Pero a pesar de ese rasgo de su carácter o de su experiencia, hacía una vez por año un gasto extraordinario: en mi cumpleaños, me regalaba un rompecabezas. Comenzó con rompecabezas de cien piezas, pero luego fue aumentando la complejidad del juego hasta llegar a las 1500. Los rompecabezas, fabricados en Trieste, venían en cajas de madera, y cuando uno terminaba de armarlos descubría una acuarela del Domo de Milán, o del Partenón, o un antiguo plano con monstruos acechando los confines del mundo. (Primeras líneas de 'El enigma de París')
- de 1970, Roberto CABALLERO, periodista y ensayista argentino, (@RoberCaballero), exdirector de la revista Veintitrés y del diario Tiempo Argentino. Conduce la segunda mañana de Radio Nacional (Argentina).
Desde 1998 fue redactor especial de la sección Política de la revista Noticias. Investigó casos de corrupción política y affaires en organismos de seguridad e inteligencia. Por su artículo de periodismo de investigación «Así soborna Macri a la prensa con plata de todos» (que publicó en la revista Veintitrés), ganó un premio del IPYS (Instituto Prensa y Sociedad) y de TILAC (Transparency International Latinoamérica y el Caribe), con el auspicio del Open Society Institute.
Obras:
Galimberti: De Perón a Susana. De Montoneros a la CIA (2002, con Marcelo Larraquy). AMIA, la verdad imposible (2005, con Gustavo Cirelli). El nieto. La trágica y luminosa historia de Ignacio "Guido" Montoya Carlotto (2015, con María Seoane). Lo mejor del amor. Por qué funciona el kirchnerismo (2019).
Al día siguiente de la conferencia de prensa que conmovió al país entero, entró en el despacho que la presidenta Cristina Kirchner tiene en la Quinta de Olivos. Dice que se sorprendió porque ella lo abrazó apenas atravesó la puerta y se pusieron a lagrimear juntos. Los presidentes son personajes catódicos. Se los aprende a ver por televisión. No se los toca demasiado, en realidad, no se los toca nunca, porque cuando eso ocurre pueden temblar, como temblaba Cristina aquella tarde del abrazo. Completaban la escena Estela, su pareja Celeste y su banda de amigos de toda la vida: Esteban, Valentín, Ingrid y Paula. Después se sumaron Máximo Kirchner, líder de La Cámpora, el diputado Andrés Larroque y el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini. En una hora y media, la Presidenta le relató la vida de sus padres, Puño y Laura, la historia de los Ardura, y la de los Montoya.
El Nieto volvió a ver a la Presidenta un día después del cumpleaños de Estela. Estaba haciendo un raid por radios y canales promocionando un recital de su orquesta en el teatro ND Ateneo, cuando sonó el teléfono. El llamado era de Olivos. Suspendió todo. Llegó a la Quinta con su abuela, su prima Sabrina, el marido y el hijo de ella. Cristina aprovechó para entregarle el legajo policial de Puño y el expediente de YPF de su abuelo. El secretario de Derechos Humanos, Martín Fresneda, le habló de reparación. Estela le preguntó a Cristina por qué no había ido al festejo de las Abuelas en el Teatro Argentino de La Plata. La Presidenta le respondió que ese lugar le recordaba mucho a Néstor y la entristecía. Que no lo tomara a mal, le pidió. Estela terminó consolándola. Para Ignacio, fue una postal de familia. De madre e hija. La Presidenta tiene un parecido a Laura. El pelo. La edad. La manera de hablar. En determinado momento, también la vio a Cristina, muy cansada, diciendo: “Ya está, yo hice todo lo que tenía que hacer. Dejé a mi marido en esto”. (Fragmento de 'El nieto...')
Fallecieron en esta fecha
Tú eres el corazón con lo vivido,
en ti está lo que atrás vamos dejando,
lo que hemos ido con pasión amando,
definitivamente ya perdido,
en ti vemos las gracias que se han ido,
los paisajes y el cielo del ayer,
cuando las cosas que ahora sigues recordando
flotan sobre las aguas del olvido,
pero vives y estás, claro y pequeño,
miras aquellos prados, aquel sueño tan lejano,
las rosas de aquel día,
crees que puedes cambiar toda la suerte y,
aunque vamos derechos a la muerte,
vives de lo pasado todavía. (Al espejo retrovisor de un coche).

Pues señor: esto eran veinte frailes que vivían en un convento muy antiguo, cerquita de Salamanca. Todos llevaban la cabeza pelada, todos llevaban una barba muy blanca, todos vestían un hábito remendado, todos iban en fila, uno detrás de otro, por los inmensos claustros.
Si uno se paraba, todos se paraban; si uno tropezaba, todos tropezaban; si uno cantaba, todos cantaban. Daba gusto oírles trabajar. Uno serraba la madera, otro pelaba patatas, otro cortaba con las tijeras, otro golpeaba con el martillo, otro escribía con la pluma, otro limpiaba la chimenea, otro pintaba cuadros, otro abría la puerta, otro la cerraba.
Kikirikí, cantaba el gallo: todos los frailes se levantaban, se estiraban un poquito y bajaban a rezar. Tan, tan, tocaba la campana fray Balandrán: los frailes corrían a comer o a cantar o a trabajar. Todos rezaban juntos, estudiaban juntos, abrían y cerraban la boca juntos.
Fray Nicanor, el superior, era un fraile alto, seco y amarillo; tenía una larga nariz y unos brazos muy largos. De cuatro zancadas recorría el monasterio. Era muy bueno y tenía fama de sabio, aunque había otro más sabio que él, pues tenía en la cabeza metidos todos los libros de la biblioteca. Un millón poco más o menos. Le preguntabas los ríos de Asia y lo sabía; le preguntabas cuántas son
ocho por siete y lo sabía. ¡Lo sabía todo!... (Inicio de 'Fray Perico y su borrico').