Capítulo cuadragésimo cuarto:
Donde se prosiguen los inauditos sucesos de la venta
No era Don Quijote de los que se rinden, así que a grandes voces consiguió llamar la atención de los de la posada, no sin antes dar tiempo a la Maritornes de desatar el estribo para que no quedaran restos de su "trastada". El caso es que cuando acudieron y vieron de tal guisa a nuestro caballero, una vez que le hubieron desatado, comprobaron una vez más los que le conocían el grado de locura de nuestro caballero e informaron de ella a los recién llegados.
Estos caballeros venían en busca del enamorado de Doña Clara, del que, disfrazado de caballerizo, ya supimos por ella misma y por la prodigiosa voz que todos pudieron escuchar.
En fin, que aunque el ventero no supo dar noticias ciertas, los demás sí indicaron que dicho caballerizo podía ser el que buscaban, y se enzarzaron los cuatro caballeros con don Luis, que este era su nombre, al que encontraron dormido junto a un mozo de mulas, para llevarle, de grado o por fuerza, junto a su padre...
Ya a esta sazón habían acudido a la porfía todos los más que en la venta estaban, especialmente Cardenio, don Fernando, sus camaradas, el oidor, el cura, el barbero y don Quijote, que ya le pareció que no había necesidad de guardar más el castillo. Cardenio, como ya sabia la historia del mozo, preguntó a los que llevarle querían que qué les movía a querer llevar contra su voluntad a aquel muchacho.
-Muévenos -respondió uno de los cuatro- dar la vida a su padre, que por la ausencia deste caballero queda a peligro de perderla.
A esto dijo don Luis:
-No hay para qué se dé cuenta aquí de mis cosas; yo soy libre, y volveré si me diere gusto, y si no, ninguno de vosotros me ha de hacer fuerza.
Entretanto, quisieron aprovecharse del jaleo dos huéspedes para irse sin pagar, pero no era el ventero de los que descuidan sus intereses, por lo que desembocó la trifulca en una pelea tal que pidieron ayuda a D. Quijote. Contestó éste que, según las leyes de caballería, no podía meterse en nueva empresa si ya estaba comprometido en una (como le pasaba a él con la princesa Micomicona) y que, sin embargo, podría ayudarle si le daban permiso. Consiguió la autorización de Dorotea, como es lógico, pero había otro problema: no podía un caballero inmiscuirse en peleas "escuderiles", así que no había otra: sería Sancho el que debería ocuparse de ello.
Deja el autor el asunto de la pelea para volver a ocuparse de don Luis, a quien el padre de doña Clara ya había reconocido como el hijo de su vecino. Y con esta confianza, se relata:
-Señor mío, yo no sé deciros otra cosa sino que desde el punto que quiso el cielo y facilitó nuestra vecindad que yo viese a mi señora doña Clara, hija vuestra y señora mía, desde aquel instante la hice dueña de mi voluntad; y si la vuestra, verdadero señor y padre mío, no lo impide, en este mesmo día ha de ser mi esposa. Por ella dejé la casa de mi padre, y por ella me puse en este traje, para seguirla dondequiera que fuese, como la saeta al blanco, o como el marinero al norte. Ella no sabe de mis deseos más de lo que ha podido entender de algunas veces que desde lejos ha visto llorar mis ojos. Ya, señor, sabéis la riqueza y la nobleza de mis padres, y cómo yo soy el único heredero; si os parece que éstas son partes para que os aventuréis a hacerme en todo venturoso, recebidme luego por vuestro hijo;
No era fácil tomar una decisión tan comprometida sin pensarlo detenidamente, así que decidieron esperar. Pero el diablo no puede estar ocioso (o la novela sin acontecimientos), así que, cuando el ventero consiguió que se le pagase y estaban los demás huéspedes esperando el final del suceso entre don Luis y su vecino:
el demonio, que no duerme, ordenó que en aquel mesmo punto entró en la venta el barbero a quien don Quijote quitó el yelmo de Mambrino, y Sancho Panza los aparejos del asno que trocó con los del suyo; el cual barbero, llevando su jumento a la caballeriza, vio a Sancho Panza que estaba aderezando no sé qué de la albarda, y así como la vio la conoció, y se atrevió a arremeter a Sancho,
Uno porfiaba en que le devolviesen lo suyo; los otros (don Quijote y Sancho) aclaraban que había sido ganado "en buena lid" y que bacía o yelmo ("baciyelmo" lo llama Sancho, para abreviar) había sido de muy buen provecho para don Quijote, pues le había librado de buenas pedradas.
Y así nos deja el autor en espera del nuevo capítulo.
¡Seguimos!
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