Capítulo trigésimo primero
De los sabrosos razonamientos que pasaron entre Don Quijote y Sancho Panza su escudero, con otros sucesos
Habíamos
dejado a Sancho con un interesado Don Quijote. Contaba Sancho su visita
a Dulcinea y una vez más nos hallamos ante el contraste entre la
sinceridad del escudero y la fantasía de su amo.
¿Y
qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste
ensartando perlas, o bordando alguna empresa con oro de cañutillo para
este su cautivo prisionero. No la hallé, respondió Sancho, sino aechando
dos hanegas de trigo en un corral de su casa.
Nada echa atrás a nuestro protagonista... El caballero sabe cómo modificar la realidad a su gusto:
Pero
no me negarás, Sancho, una cosa: cuando llegaste junto a ella, ¿no
sentiste un olor sabeo, una fragancia aromática, y un no sé qué de
bueno, que yo no acierto a dalle nombre, digo un tuho o tufo, como si
estuvieras en la tienda de algún curioso guantero? Lo que sé decir, dijo
Sancho, es que sentí un olorcillo algo hombruno, y debía de ser que
ella, con el mucho ejercicio estaba sudada y algo correosa. No sería
eso, respondió Don Quijote, sino que tú debías de estar romadizado, o te
debiste de oler a tí mismo, porque yo sé bien lo que huele aquella rosa
entre espinas, aquel lirio del campo, aquel ámbar desleído.
¿Sabes
de qué estoy maravillado Sancho? De que me parece que fuiste y viniste
por los aires, pues poco más de tres días has tardado en ir de aquí al
Toboso, habiendo de aquí allá más de treinta leguas; por lo cual me doy a
entender que aquel sabio nigromante, que tiene cuenta con mis cosas, y
es mi amigo, (...) te debió de ayudar a caminar sin que tú lo sintieses;
Como sabemos, Sancho no había llegado a hacer esa
visita y todo lo que contaba era fruto de su imaginación que su propio
amo le había enseñado a usar, así que, a su modo, se apresuró a darle la
razón:
Así sería, dijo Sancho, porque a buena fe que andaba Rocinante como si fuera asno de gitano con azogue en los oídos.
En fin, siguen hablando y se preocupa Don Quijote por cómo hará para
cumplir el deseo de Dulcinea, que ha mandado que vaya a verla, y la
promesa a la princesa Micomicona... Sancho, interesado siempre, le
aconseja que cumpla con la princesa y se case con ella. Nuestro
caballero sabe qué interés le mueve al aconsejarle eso e intenta
tranquilizarle respecto al reino que un día ha de recibir:
hágote
saber que sin casarme podré cumplir tu deseo muy fácilmente, porque yo
sacaré de adahala, antes de entrar en la batalla, que saliendo vencedor
della, ya que no me case, me han de dar una parte del reino para que la
pueda dar a quien yo quisiere; y en dándomela, ¿a quién quieres tú que
la dé sino a ti?
Por fin decide la comitiva hacer un alto: Detúvose Don Quijote con no poco gusto de Sancho, que ya estaba cansado de mentir tanto, y mientras bebían y comían acertó a pasar por allí Andrés, el niño que liberó de los palos de su amo abrazándole por las piernas, comenzó a llorar muy de propósito, diciendo: ¡Ay, señor mío! ¿No me conoce vuestra merced?
Naturalmente,
Don Quijote le reconoce y cuenta a los demás lo que sucedió,
concluyendo con el buen fin que tuvo... Pero, como sabemos, no fue así, y
Andrés se apresura a narrarle lo que en realidad sucedió:
¿Luego no te pago el villano? No sólo no me pagó, respondió el
muchacho; así como vuestra merced traspuso el bosque y quedamos solos,
me volvió a atar a la mesma encina, y me dió de nuevo tantos azotes, que
quedé hecho un San Bartolomé desollado. Y a cada azote que me daba me
decía un donaire y chufleta acerca de hacer burla de vuestra merced,
Quiere
nuestro caballero salir inmediatamente a dar su merecido a quien así
osaba contradecirle, y así hubiera sido si los demás, que sólo querían
hacerle volver a su casa, no le convencieran de que debía cumplir
primero con Dorotea.
No necesitaba Andrés más ayuda del
caballero que el que le diesen algo para el camino, y Sancho le da de su
queso y su pan, con bastante recelo por si pudiera necesitarlo más
tarde... Y antes de salir corriendo, resume el 'ingrato' lo que opina de
la hazaña de nuestro protagonista: Por
amor de Dios, señor caballero andante, que si otra vez me encontrare,
aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra ni ayude, sino déjeme con
mi desgracia, que no será tanta que no sea mayor la que me vendrá de su
ayuda de vuestra merced, a quien Dios maldiga, y a todos cuantos
caballeros andantes han nacido en el mundo.
Y así dejamos a nuestro grupo, conteniendo la risa para no ofender más al ya abochornado Don Quijote...
¡Seguimos!
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