La
primera interpretación podría ceñirse a la organización de las
actividades cotidianas, aconsejando la necesidad del orden y la
planificación en el trabajo, de modo que cada tarea esté hecha a tiempo
habiéndole dedicado el necesario para un buen resultado.
Ya
hemos visto en otras ocasiones dichos contra las prisas : hay que
emplear en cada actividad el tiempo que necesita pues, como el arroz,
puede estar duro si se retira antes o 'pasarse' si cuece de más.
Pero
esto puede ser llevado a un plano más general: el de la propia vida.
La
juventud arrolla, es impetuosa y atrevida; puede con todo y a todo se
atreve. Pero hay vivencias para las que puede no estar preparada y el
adelantarlas puede tener (de hecho, está demostrado que las tiene),
repercusiones en el desarrollo posterior.
El
equilibrio es fundamental para un desarrollo óptimo físico y mental y el
adelantar acontecimientos, como pueda ser trabajar cuando es tiempo de
juegos o una temprana incursión en la sexualidad (por poner dos ejemplos
cercanos) imprimirán huellas indelebles en el carácter de la persona
adulta.
Naturalmente, sucede lo mismo a la inversa, cuando ya perdidas o mermadas
muchas de las facultades físicas, la persona se empeña en actuar con las
fuerzas y actividades de la juventud.
Aunque
sea del todo frecuente escuchar "que nos quiten lo bailado", no está de
más tener presente el consejo: lo que es pan para hoy, puede ser hambre
para mañana.
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No es ninguna obra de arte especial, pero me ha venido a la memoria con
ternura el recuerdo de las películas "Del rosa al amarillo", de
Manuel Summers, que retrata dos historias de amor: la de unos
adolescentes en verano y la de una pareja de ancianos en una residencia
y su continuación en
"Adiós, cigüeña, adiós" .
El abuelo solía decir este refrán, con aire solemne y serio. ¡Una verdad como un templo!
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