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miércoles, 19 de septiembre de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 37. Fernando y Luscinda

Capítulo trigesimoséptimo: 
Donde se prosigue la historia de la famosa infanta Micomicona, con otras graciosas aventuras

Como veíamos, llegan a la Venta personajes muy importantes para la continuación y desenlace de las dos aventuras con las que nuestros protagonistas se encontraron en Sierra Morena. Y es que los recién llegados son precisamente quienes motivaron que tanto Cardenio como Dorotea (capítulo 29) decidieran aislarse y "perderse" por dicha sierra.

Si repasamos los capítulos 24 y 28 podremos recordar lo que ellos mismos contaron.

El caso es que quienes llegaron eran Fernando y Luscinda, que con su escapada habían destrozado los corazones de quienes ahora ayudaban al barbero y al cura a conseguir el regreso a casa de Don Quijote.

Al parecer, y tras los sustos de rigor, todo sirvió para "volver las aguas a su cauce" y deciden mantener en el engaño a Don Quijote hasta verle recogido en su casa nuevamente.

Pero Sancho andaba "como alma que lleva el diablo" viendo que se iban al traste todas sus esperanzas de verse algún día como gobernador de la ínsula tan largo tiempo prometida. Así intenta hacérselo ver a su amo: nada de gigante con cabeza cortada... nada de princesa Micomicona...

Al pobre hombre los desengaños le tenían apesadumbrado y mohíno y aún era peor por el hecho de que cuanto más se empeñaba él en hacerle ver la verdad a su amo, más se preocupaban los demás en mantenerle en el engaño hasta el punto de llegar a tildarle de mentiroso y causar así la ira de su señor.



El caso es que a todos los efectos Dorotea siguió siendo la princesa Micomicona y el engaño siguió adelante, ahora con la colaboración de los recién llegados.

Pero esta complicación no parece suficiente a nuestro autor, ya que lo complica aún más con la llegada de dos nuevos personajes:

pero a todo puso silencio un pasajero que en aquella sazón entró en la venta, el cual en su traje mostraba ser cristiano recién venido de tierra de moros, porque venia vestido con una casaca de paño azul, corta de faldas, con medias mangas y sin cuello; los calzones eran asimismo de lienzo azul, con bonete de la misma color; traía unos borceguíes datilados y un alfanje morisco, puesto en un tahelí que le atravesaba el pecho. Entró luego tras él, encima de un jumento, una mujer a la morisca vestida, cubierto el rostro, con una toca en la cabeza; traía un bonetillo de brocado, y vestida una almalafa, que desde los hombros a los pies la cubría.

Y nos encontramos con un nuevo ingrediente que da todavía más interés a nuestra historia. Sin embargo, no es lo más importante en este capítulo, ya que todo queda aplazado debido al impresionante discurso que "sobre las armas y las letras" hace Don Quijote. Tan importante, que merece un nuevo capítulo.

¡Seguimos!



jueves, 13 de septiembre de 2012

Leyendo el Quijote. 1ª parte. Capítulo 36.

 Como decíamos, ya con los ánimos apaciguados, el ventero se asoma a la puerta de la posada y anuncia la llegada de gente:

-Cuatro hombres -respondió el ventero- vienen a caballo, a la jineta, con lanzas y adargas, y todos con antifaces negros; y junto con ellos viene una mujer vestida de blanco, en un sillón, ansimesmo cubierto el rostro, y otros dos mozos de a pie.

Quedaron intrigados unos a la espera de conocer nuevas de esas personas que parecían de tan noble linaje, y contento el posadero por la llegada de nuevos huéspedes.

Como siempre, no desaprovecha Cervantes el fin de una historia para pasar a la siguiente, y esta vez no iba a ser menos. Pero la historia que ahora se nos ofrece enlaza con la de dos de los personajes que ya conocemos: Dorotea y Cardenio, puesto que los recién llegados son los causantes de las desgracias que ya nos relataron. A pesar de hallarse todos embozados (tapados) para no ser reconocidos...

(...) había conocido en el suspiro a Cardenio, y él la había conocido a ella. Oyó asimesmo Cardenio el ¡ay! que dio Dorotea cuando se cayó desmayada, y, creyendo que era su Luscinda, salió del aposento despavorido, y lo primero que vio fue a don Fernando, que tenía abrazado a Luscinda. También don Fernando conoció luego a Cardenio; y todos tres, Luscinda, Cardenio y Dorotea, quedaron mudos y suspensos, casi sin saber lo que les había acontecido.



En fin, la cosa se complica, y para aquellos de vosotros que os enganchen estas historias de enredo, sin duda será una agradable lectura que, naturalmente, no pienso "destripar" :)

Hay muchas explicaciones que darse entre ellos, por lo que un capítulo no es suficiente. Con estas palabras, el autor nos promete nuevas e interesantes razones...

Dijo que así como Luscinda se vio en su poder, perdió todos los sentidos; y que después de vuelta en si, no había hecho otra cosa sino llorar y suspirar, sin hablar palabra alguna; y que así, acompañados de silencio y de lágrimas, habían llegado a aquella venta, que para él era haber llegado al cielo, donde se rematan y tienen fin todas las desventuras de la tierra.

¡Seguimos!

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Leyendo el "Quijote".1ª parte. Capítulo 35


Capítulo trigésimo quinto


Que trata de la brava y descomunal batalla que Don Quijote tuvo con cueros de vino, y se da fin a la novela del curioso impertinente

 Seguían los acompañantes de Don Quijote en la planta baja de la Venta, cuando Sancho baja todo alterado, avisándoles de que su amo anda envuelto en la más reñida y trabada batalla que mis ojos han visto. Vive Dios, que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona, que le ha tajado la cabeza cercén a cercén como si fuera un nabo.

Mientras que unas veces, como sabemos, Sancho se muestra como un hombre zafio, sí, ignorante, también, pero reposado y certero en sus razonamientos y actos, otras parece dejarse llevar por las locuras del caballero al que sirve; y ésta es una de ellas. 

Todos se alteran, como es normal, y acuden, animados por las descripciones que Sancho hace del gran derramamiento de sangre y de una cabeza cortada rodando por ahí... lo que hace suponer al ventero, con toda razón, si Don Quijote o don diablo no ha dado alguna cuchillada en alguno de los cueros de vino tinto que a su cabecera estaban llenos, y el vino derramado debe de ser lo que le parece sangre a este buen hombre. 

Subieron a comprobarlo y se encontraron con nuestro protagonista, que Estaba en camisa, la cual no era tan cumplida que por delante le acabase de cubrir los muslos, y por detrás tenía seis dedos menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y no nada limpias; tenía en la cabeza un bonetillo colorado grasiento, que era del ventero; en el brazo izquierdo tenía revuelta la manta de la cama con quien tenía ojeriza Sancho, y en él se sabía bien el por qué; y en la derecha desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas ...

 

Y el caso es que ni él mismo era  consciente de lo que hacía, porque estaba dormido. Dicen que no es bueno despertar a los sonámbulos, pero tanta era la rabia que tenía el posadero que se lió a golpearle con toda la saña de que fue capaz. Ni aún así se despertó Don Quijote, que seguía dando espadazos a todas partes, hasta que el barbero trujo un gran caldero de agua fría del pozo, y se la echó por todo el cuerpo de golpe;

Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo, empeñado en encontrar la cabeza del gigante, tal le tenían las promesas que su amo le había hecho y temiendo que si no la hallaba, no tendría el premio que esperaba de la Princesa Micomicona. 

Mucho les costó a Cardenio, al barbero y al cura calmar a Don Quijote y volver a dejarle dormido, pero no acabó ahí la cosa, pues también tuvieron que emplearse en tranquilizar a Sancho (que se lamentaba de no haber encontrado la dichosa cabeza) y en aliviar el disgusto del ventero por el daño hecho a sus odres.

Volvió por fin la calma y pudieron continuar con la novela que tan interesados les tenía:

Sucedió que Anselmo oyó una noche ruido en la habitación de Leonela y tras vislumbrar la silueta de un hombre que huía por la ventana, consiguió que ella le prometiese contarle la verdad una vez que se hubiese calmado algo el disgusto que sentía por lo que había pasado.

Anselmo la dejó encerrada en su habitación, de la que no saldría hasta que le contase todo lo que fuese, y Camila, temiendo que todo quedaría al descubierto, huyó con lo principal de su ajuar a casa de Lotario a solicitar su ayuda.

Quedó Camila  protegida tras las paredes de un monasterio y el mismo Lotario salió de la ciudad sin decir a nadie a dónde iba... por lo que Anselmo, cuando quiso hablar con Leonela, se encontró con que ella había escapado usando unas sábanas anudadas, que Camila (ni sus principales joyas) tampoco estaba y con un Lotario desaparecido.

No fue eso todo, pues al regresar a su casa, hasta los criados la habían abandonado. Así que el curioso viéndose solo y consciente de lo que había pasado, se puso en marcha con la intención de averiguar dónde podrían estar los que, pensaba, así habían abusado de su confianza. Por el camino se encontró con un caballero que le contó que su caso estaba ya en boca de toda la ciudad y, abrumado, pidio refugio en casa de un amigo, al que le solicitó que le dejase material para escribir y le permitiera estar solo. Y escribiendo le sobrevino la muerte, y así le hallaron cuando le fueron a llamar. 

Decía en su escrito: "Un necio e impertinente deseo me quitó la vida. Si las nuevas de mi muerte llegaren a los oídos de Camila, sepa que yo la perdono porque no estaba ella obligada a hacer milagros, ni yo tenía necesidad de querer que ella los hiciese; y pues yo fui el fabricador de mi deshonra, no hay para qué..."

La conclusión de la historia no le parece mal al cura, aunque no acabase de creer que algo parecido pudiese suceder entre marido y mujer... y sin más conclusiones ni intervención del autor, concluye el capítulo.

¡Seguimos!

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 34.

Capítulo trigésimo cuarto

Donde se prosigue la novela del curioso impertinente

Nos quedamos intrigados ¿verdad?... Pues bien, decíamos que Camila, la pobre, sin tener ni idea del defecto del marido y de cómo la estaba poniendo a prueba, le habló directamente, comentándole que no le parecía bien estar sola en casa, por lo que Yo me hallo tan mal sin vos y tan imposibilitada de sufrir esta ausencia, que si presto no venís, me habré de ir a entretener en casa de mis padres.

Nuestro protagonista comprendió por esas palabras que Lotario había comenzado su acoso y contento con la reacción de su mujer, prometió que volvería pronto y le indicó que no hacía falta que se fuera. 

Como sabemos, en aquel entonces no podía la esposa atreverse a desobedecer al marido, por lo que casi se arrepintió de haberle escrito, por lo que pudiera llegar a pensar, y pensaba resistir callando a todo aquello que Lotario decirle quisiese, sin dar más cuenta a su marido, por no ponerle en alguna pendencia y trabajo.

El caso es que Lotario, como sabemos, ya se había encaprichado de ella, por lo que sin importarle la amistad (al final, la verdad es que se lo había ganado) siguió con sus afanes para conquistar a Camila hasta que lo consiguió.

Ahora vuelve Anselmo, al que, naturalmente, Lotario dice todo lo que quiere oír, por lo que queda tan contento y los nuevos amantes pueden seguir viéndose sin problemas ya que el mismo Anselmo propiciaba los encuentros.

Aprovecha Cervantes para ejercer sus dotes de poeta con un par de sonetos (ya hemos indicado que no era la poesía el "fuerte" de este autor que tan maravillosamente se expresa en prosa.

Pero Camila, por creencia y educación, no estaba satisfecha con la situación, y así lo comenta con la única que sabía lo que estaba sucediendo, preocupada por haber caído en los brazos de Lotario tan rápidamente, porque se suele decir, dijo Camila, que lo que cuesta poco se estima en menos. Leonela, su criada, intenta tranquilizarla, pero en esos coloquios vino a darse cuenta Camila de que corría peligro su honra si llegaba a saberse fuera de los muros de su casa, por lo que ayudaba a Leonela a recibir a su propio amante y los guardaba con todo sigilo para que Anselmo nada supiera.

El caso es que, puestos a enredar, la Fortuna hace de las suyas, y Lotario vio salir a un hombre tarde de la casa, ni siquiera pensó en Leonela, sino que inmediatamente lo asoció con Camila y cayó en el pensamiento de que de la misma manera que había sido fácil y ligera con él, lo era para otro; que estas añadiduras trae consigo la maldad de la mujer mala, que pierde el crédito de su honra con el mismo a quien se entregó rogada y persuadida, y crea que con mayor facilidad se entregó a otros, y da infalible crédito a cualquiera sospecha que desto le venga.

Así que, movido por los celos, no se le ocurre otra cosa que contarle a su amigo  que Camila ha comenzado "a hacerle caso" y que, aunque no ha habido aún nada, le aconseja: Finge que te ausentas por dos o tres días, como otras veces sueles, y haz de manera que te quedes escondido en tu recámara, pues los tapices que allí hay, y otras cosas con que te puedes encubrir te ofrecen mucha comodidad, y entonces verás por tus mismos ojos y yo por los míos lo que Camila quiere. Y si fuera la maldad, que se puede temer antes que esperar con silencio, seguridad y discreción podrás ser el verdugo de tu agravio. 

Al parecer, Lotario se dio cuenta de que había actuado mal, y quiso contar a Camila todo para que estuviera al tanto, pero antes de poderlo hacer, empezó ella a decirle: Sabed, amigo Lotario, que tengo una pena en el corazón, que me aprieta de suerte que parece que quiere reventar en el pecho, y ha de ser maravilla si no lo hace, pues ha llegado la desvergüenza de Leonela a tanto, que cada noche encierra a un galán suyo en esta casa, y se está con él hasta el día, tan a costa de mi crédito, cuanto le quedará campo abierto de juzgarlo al que le viere salir a horas tan inusitadas de mi casa; y lo que me fatiga es que no la puedo castigar ni reñir, que el ser ella secretario de nuestros tratos, me ha puesto un freno en la boca para callar los suyos, y temo que de aquí ha de nacer algún mal suceso.

Todavía se permitía Lotario dudar de esa verdad que Camila le contaba, pero al final prevaleció la preocupación y tristeza con que ella se franqueó con él y, arrepentido, no hubo más remedio que hacer frente a la situación y buscar una solución para salir del paso airosos... y fue ella... como naturalmente tiene la mujer ingenio para el bien y para el mal, más que el varón (puesto que le va faltando cuando de propósito se pone a hacer discursos), luego al instante halló Camila el modo de remediar tan al parecer irremediable negocio; y dijo a Lotario que procurase que otro día se escondiese Anselmo donde decía, porque ella pensaba sacar de su escondimiento comodidad, para que desde allí en adelante los dos se gozasen sin sobresalto alguno; y sin declararle del todo su pensamiento, le advirtió que tuviese cuidado, que en estando Anselmo escondido, él viniese cuando Leonela le llamase y que a cuanto ella le dijese, le respondiese como respondiera aunque no supiera que Anselmo le escuchaba.  

 Y como creo que es mucho más interesante leerlo tal y como fue, os dejo que terminéis de leerlo y saquéis así vuestras propias conclusiones. 

¡Seguimos!

 

martes, 4 de septiembre de 2012

Leyendo el "Quijote".1ª parte. Capítulo 33.

Capítulo trigésimo tercero
Donde se cuenta la novela del curioso impertinente

Habíamos dejado a nuestro caballero durmiendo, y a sus amigos en confortable sobremesa hablando sobre libros...

Todos conocemos (o deberíamos conocer) las maravillosas "novelas ejemplares" de Cervantes, y hemos ido viendo cómo se intercalan en esta obra novelas dentro de la novela principal principalmente narradas por sus propios protagonistas.

Pues bien, en este caso, se habla en tercera persona y se cuenta cómo En Florencia, ciudad rica y famosa de Italia, en la provincia que llaman Toscana, vivían Anselmo y Lotario, dos caballeros ricos y principales, y tan amigos, que por excelencia y antonomasia de todos los que los conocían, "los dos amigos" eran llamados.

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Estaba Anselmo enamorado, y pidió ayuda a su buen amigo para seguir los cánones de la época y solicitarla como esposa. Todo fue bien y la boda se celebró. Y considerando Lotario que debía dejar solos al nuevo matrimonio, comenzó a espaciar sus visitas, lo que en modo alguno pareció bien a su gran amigo.
Tantas quejas le dio porque hubiera cambiado las costumbres que tenían de solteros, que Lotario se comprometió a comer con ellos dos días por semana y los días de fiesta, aunque procuraba dilatarlo porque pensaba que no estaría bien visto y podría dar origen a maledicencias el que un hombre joven visitara tan a menudo una casa en la que vivía una mujer tan bella como Camila.

Así pasaba el tiempo hasta que un día Lotario le confiesa que a pesar de lo afortunado que era por posición, fortuna y matrimonio,, no era feliz, pues vivía con una preocupación: que no podía constatar que su mujer era buena y virtuosa mientras no pudiera demostrarlo viendo cómo se comportaba en una situación comprometida... Así que no se le ocurre otro modo de comprobarlo que pidiendo a Lotario el ver que si de ti es vencida Camila, no ha de llegar el vencimiento a todo trance y rigor, sino a sólo tener por hecho lo que se ha de hacer por buen respeto, y así no quedaré yo ofendido más de con el deseo, y mi injuria quedará escondida en la virtud de tu silencio, que bien sé que en lo que me tocare ha de ser eterno como el de la muerte;.

Naturalmente Lotario no podía creerse la locura de su amigo y se sintió indignado porque le pidiese algo tan en contra de su forma de ser como era el faltar al respeto debido a una mujer casada, máxime tratándose de la mujer de su mejor amigo.

Pero la locura y curiosidad de Anselmo llegaba hasta tal punto que a pesar de los buenos razonamientos y ejemplos que Lotario le dio, se vio obligado a decir que sí a sus requerimientos y prometió empezar a cortejar a Camila, su esposa.

Sin embargo, no se veía capaz de hacerlo por su condición de caballero, así que, aunque Anselmo les dejaba solos con cualquier excusa, él se limitaba a pasar el tiempo y contar a su amigo lo que le parecía para hacerle creer que le seguía en su locura y mantener la honra de su esposa.

Hasta le ofreció dinero para que la tentara con joyas... Y Anselmo se hallaba cada vez más apurado para poder mantener la farsa sin romper la promesa que su amigo le había arrancado.

El caso es que a Anselmo no le parecía suficiente con que su amigo le contase, y decidió esconderse para comprobar por sí mismo lo que trataban Lotario y Camila mientras estaban solos, y así pudo comprobar cómo Lotario se mantenía respetuosamente apartado de Camila, sin querer provocar ninguna situación incómoda.

Era tal la locura de Anselmo, que llegó a recriminar a Lotario por faltar a su promesa y a tacharle de mentiroso. Eso sirvió para excitar el amor propio del amigo que hasta entonces tan honesto y fiel había sido, y le llevó a dar a Anselmo su merecido, tentando a la Fortuna. Y así, Anselmo, para favorecer sus planes, se ausentó ocho días, ordenando a Camila que siguiera recibiendo en su casa y atendiera a Lotario como si de él mismo se tratara.

Afligióse Camila, como mujer discreta y honrada, de la orden que su marido le dejaba, y díjole que adviertiese que no estaba bien que nadie, él ausente, ocupase la silla de su mesa; y que si lo hacía por no tener confianza, que ella sabría gobernar su casa, que probase por aquella vez, y vería por experiencia cómo para mayores cuidados era bastante. Anselmo le replicó que aquel era su gusto, y que no tenía más que hacer que bajar la cabeza y obedecelle. Camila dijo que así lo haría, aunque contra su voluntad.
El caso es que, como bien dice el refrán: "el hombre es fuego y la mujer estopa, viene el diablo y sopla", y Lotario comenzó a interesarse por Camila de verdad y empezó a cortejarla...

Ella, como mujer honesta que era, ....

¡Seguimos!

lunes, 3 de septiembre de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 32

Capítulo trigésimo segundo
Que trata de lo que sucedió en la venta a toda la cuadrilla de Don Quijote
Siguieron nuestros protagonistas y ya amigos el viaje, y llegaron a la venta que tan malos recuerdos traía a Sancho (aún le dolían las costillas de resultas del feroz manteo).

Les recibieron con alegría los huéspedes y la Maritornes, pero ya curada en salud, la ventera se preocupó de que cobrarían antes de ofrecer el mismo aposento a Don Quijote, aunque en mejores condiciones que la vez anterior. Cosa que tampoco echó mucho dever nuestro caballero, pues llegaba tan cansado que en seguida se durmió.

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Quedaron sus compañeros de viaje en cuadrilla tratando del feliz término de la aventura de Don Quijote, que ya veían cerca. Y elucubraron acerca de la conveniencia de seguir disfrazados o no ante él, dado que la ventera reconoció al barbero y reclamaba su cola, que éste usaba como barba. Convinieron en contar a Don Quijote una historia que le convenciera de la vuelta a su ser del barbero y la ventera quedó así tranquila.

Comienzan a hablar sobre la locura de nuestro caballero, al que no quisieron despertar por la necesidad de descanso que tenía, y -¡cómo no!- vuelven a relucir opiniones sobre los libros de caballería. Ocasión que nuestro auyot aprovecha para hacer un nuevo repaso de ellos a través de los libros que el ventero poseía.

El primero que abrió vio que era Don Cirongilio de Tracia, y el otro de Félix Marte de Ircania, y el otro la historia del Gran Capitán Gonzalo Hernández de Córdoba, con la vida de Diego Garcia de Paredes. Así como el cura leyó los dos títulos primeros, volvió el rostro al barbero y dijo: Falta nos hacen aquí ahora el ama de mi amigo y su sobrina. No hacen, respondió el barbero, que también sé yo llevarlos al corral, o a la chimenea, que en verdad que hay muy buen fuego en ella.

Con tanta vehemencia los defendía el ventero, que Dorotea comenta: "Poco le falta a nuestro huésped para hacer la segunda parte de Don Quijote. Así me parece a mí, respondió Cardenio, porque según da indicio, él tiene por cierto que todo lo que estos libros cuentan pasó ni más ni menos que lo escriben, y no le harán creer otra cosa frailes descalzos".

Y hablando de esos temas, llegan a un manuscrito: "Novela del curioso impertinente", que les intriga, por lo que piden al cura que la lea. Y preparando la lectura les dejamos...

¡Seguimos!

viernes, 31 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote".1ª parte. Capítulo 31.

Capítulo trigésimo primero
De los sabrosos razonamientos que pasaron entre Don Quijote y Sancho Panza su escudero, con otros sucesos
Habíamos dejado a Sancho con un interesado Don Quijote. Contaba Sancho su visita a Dulcinea y una vez más nos hallamos ante el contraste entre la sinceridad del escudero y la fantasía de su amo.

¿Y qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas, o bordando alguna empresa con oro de cañutillo para este su cautivo prisionero. No la hallé, respondió Sancho, sino aechando dos hanegas de trigo en un corral de su casa.

Nada echa atrás a nuestro protagonista... El caballero sabe cómo modificar la realidad a su gusto:

Pero no me negarás, Sancho, una cosa: cuando llegaste junto a ella, ¿no sentiste un olor sabeo, una fragancia aromática, y un no sé qué de bueno, que yo no acierto a dalle nombre, digo un tuho o tufo, como si estuvieras en la tienda de algún curioso guantero? Lo que sé decir, dijo Sancho, es que sentí un olorcillo algo hombruno, y debía de ser que ella, con el mucho ejercicio estaba sudada y algo correosa. No sería eso, respondió Don Quijote, sino que tú debías de estar romadizado, o te debiste de oler a tí mismo, porque yo sé bien lo que huele aquella rosa entre espinas, aquel lirio del campo, aquel ámbar desleído.

¿Sabes de qué estoy maravillado Sancho? De que me parece que fuiste y viniste por los aires, pues poco más de tres días has tardado en ir de aquí al Toboso, habiendo de aquí allá más de treinta leguas; por lo cual me doy a entender que aquel sabio nigromante, que tiene cuenta con mis cosas, y es mi amigo, (...) te debió de ayudar a caminar sin que tú lo sintieses;

Como sabemos, Sancho no había llegado a hacer esa visita y todo lo que contaba era fruto de su imaginación que su propio amo le había enseñado a usar, así que, a su modo, se apresuró a darle la razón:

Así sería, dijo Sancho, porque a buena fe que andaba Rocinante como si fuera asno de gitano con azogue en los oídos.

Imagen En fin, siguen hablando y se preocupa Don Quijote por cómo hará para cumplir el deseo de Dulcinea, que ha mandado que vaya a verla, y la promesa a la princesa Micomicona... Sancho, interesado siempre, le aconseja que cumpla con la princesa y se case con ella. Nuestro caballero sabe qué interés le mueve al aconsejarle eso e intenta tranquilizarle respecto al reino que un día ha de recibir:

hágote saber que sin casarme podré cumplir tu deseo muy fácilmente, porque yo sacaré de adahala, antes de entrar en la batalla, que saliendo vencedor della, ya que no me case, me han de dar una parte del reino para que la pueda dar a quien yo quisiere; y en dándomela, ¿a quién quieres tú que la dé sino a ti?

Por fin decide la comitiva hacer un alto: Detúvose Don Quijote con no poco gusto de Sancho, que ya estaba cansado de mentir tanto, y mientras bebían y comían acertó a pasar por allí Andrés, el niño que liberó de los palos de su amo abrazándole por las piernas, comenzó a llorar muy de propósito, diciendo: ¡Ay, señor mío! ¿No me conoce vuestra merced?

Naturalmente, Don Quijote le reconoce y cuenta a los demás lo que sucedió, concluyendo con el buen fin que tuvo... Pero, como sabemos, no fue así, y Andrés se apresura a narrarle lo que en realidad sucedió: ¿Luego no te pago el villano? No sólo no me pagó, respondió el muchacho; así como vuestra merced traspuso el bosque y quedamos solos, me volvió a atar a la mesma encina, y me dió de nuevo tantos azotes, que quedé hecho un San Bartolomé desollado. Y a cada azote que me daba me decía un donaire y chufleta acerca de hacer burla de vuestra merced,

Quiere nuestro caballero salir inmediatamente a dar su merecido a quien así osaba contradecirle, y así hubiera sido si los demás, que sólo querían hacerle volver a su casa, no le convencieran de que debía cumplir primero con Dorotea.

No necesitaba Andrés más ayuda del caballero que el que le diesen algo para el camino, y Sancho le da de su queso y su pan, con bastante recelo por si pudiera necesitarlo más tarde... Y antes de salir corriendo, resume el 'ingrato' lo que opina de la hazaña de nuestro protagonista: Por amor de Dios, señor caballero andante, que si otra vez me encontrare, aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra ni ayude, sino déjeme con mi desgracia, que no será tanta que no sea mayor la que me vendrá de su ayuda de vuestra merced, a quien Dios maldiga, y a todos cuantos caballeros andantes han nacido en el mundo.

Y así dejamos a nuestro grupo, conteniendo la risa para no ofender más al ya abochornado Don Quijote...

¡Seguimos!

jueves, 30 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 30.

Capítulo trigésimo
Que trata de la discreción de la hermosa Dorotea, con otras cosas de mucho gusto y pasatiempo
Estaban calentándosele los cascos a Don Quijote viendo cómo criticaban su hazaña al liberar a los galeotes. Y mal hubiera acabado la cosa para los bromistas si no hubiera sido por la oportuna y discreta intervención de Dorotea, que recordándole a nuestro caballero la promesa que hizo de ayudarla, y justificando las palabras de cura y barbero porque desconocían que era obra del caballero tan insigne a quien se dirigían, consiguió calmarle.

Ya vuelto en razón, pidió a Dorotea (a quien él creía princesa Micomicona) le diera cuenta de sus desventuras para saber en qué pudiera ayudarla, y aunque al principio se trabucó por no recordar qué nombre era el que le había dado el cura al presentarla, supo salir tan bien del paso e inventó una historia tan atractiva en la que le habían encomendado ir al encuentro de nuestro caballlero, que él se sintió a la vez halagado y convencido, por lo que no hizo falta mucho para decidir ponerse en camino...

Imagen¿Qué te parece Sancho amigo? dijo a este punto Don Quijote. ¿No oyes lo que pasa? ¿No te lo dije yo? Mira si tenemos ya reino que mandar, y reina con quien casar. Eso juro yo, dijo Sancho, para el puto que no se casare en abriendo el gaznatico al señor Pandahilado: pues monta que es mala la reina, así se me vuelvan las pulgas de la cama. Y diciendo esto, dió dos zapatetas en el aire con muestras de grandísimo contento

Estaban todos tan satisfechos, unos porque tan bien saliera el engaño y otros -Don Quijote y Sancho- porque se las prometían felices y veían cerca el cumplimiento de sus sueños. No obstante, vio Sancho que no estaba Don Quijote por la labor de casarse con la princesa después de haber dado su amor a Dulcinea, y eso le incomodó, ya que él era casado y veía con eso perder la ocasión que se le presentaba:

Voto a mí, que no tiene vuestra merced, señor Don Quijote, cabal juicio, pues como, ¿es posible que pone vuestra merced en duda el casarse con tan alta princesa como aquesta? ¿Piensa que le ha de ofrecer la fortuna tras de cada cantillo semejante ventura como la que ahora se le ofrece? ¿Es por dicha más hermosa mi señora Dulcinea? No por cierto, ni aun con la mitad, y aún estoy por decir que no llega a su zapato de la que está delante. Así noramala alcanzaré yo el condado que espero, si vuestra merced se anda a pedir cotufas en el golfo. Cásese, cásese luego, encomiéndole a Satanás, y tome ese reino que se le viene a las manos de vobis vobis, y en siendo rey, hágame marqués o adelantado, y luego siquiera se lo lleve el diablo todo.

Hubo más que palabras... pero al fin, estaban amo y criado destinados a entenderse, con lo que la cosa quedó en la petición de perdón de Sancho y la tranquilidad de Don Quijote.

Puestos en camino de nuevo, quiso la suerte que se encontrasen de nuevo con Ginés de Pasamonte montado en el jumento robado a Sancho, y de este modo pudo nuestro escudero recuperar su caballería, a la que recibió con los mismos besos y abrazos que si del mejor amigo se tratara.

Pudieron Dorotea y nuestros nuevos personajes intercambiar impresiones entre ellos mientras Don Quijote pedía a Sancho más detalles sobre su visita a Dulcinea y la entrega de su carta. Detalles que Sancho le dio mezclando fantasía y realidad como mejor pudo... Y así les dejamos en su camino...

¡Seguimos!

miércoles, 29 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 29

Capítulo vigésimo noveno
Que trata del gracioso artificio y orden que se tuvo en sacar a nuestro enamorado caballero de la asperísima penitencia en que se había puesto
Terminó Dorotea de contar su historia y se presentó Cardenio a ella, como segundo perjudicado por el fatal matrimonio entre Luscinda y don Fernando, ofreciéndose a ayudarla en lo que fuese necesario para obligar a reparar el daño. No sabían bien qué decisión tomar, y fue el licenciado quien respondió por entrambos y aprobó el buen discurso de Cardenio, y sobre todo, les rogó, aconsejó y persuadió que se fuesen con él a su aldea, donde se podrían reparar de las cosas que les faltaban, y que allí se daría orden como buscar a don Fernando, o como llevar a Dorotea a sus padres, o hacer lo que más les pareciese conveniente. Cardenio y Dorotea se lo agradecieron y aceptaron la merced que se les ofrecía.

En esto oyeron voces y conocieron que el que las daba era Sancho Panza, que por no haberlos hallado en el lugar donde los dejó, los llamaba a voces. Saliéronle al encuentro, y preguntándole por Don Quijote, les dijo como le había hallado desnudo en camisa, flaco, amarillo, y muerto de hambre, y suspirando por su señora Dulcinea; y que puesto que le había dicho que ella le mandaba que saliese de aquel lugar, y se fuese al del Toboso, donde le quedaba esperando, había respondido que estaba determinado de no parecer ante su fermosura, fasta que hubiese fecho fazañas que le ficiesen digno de su gracia; y que si aquello pasaba adelante, corría peligro no venir a ser emperador, como estaba obligado, ni aun arzobispo, que era lo menos que podía ser. Por eso, que mirasen lo que se había de hacer para sacarle de allí.

Imagen Tranquilizaron a Sancho sus amigos, contando a Cardenio y Dorotea cuál era la situación y cómo habían decidido rescatar a Don Quijote de su locura, haciéndole regresar a su casa. En seguida se aprestaron a ayudar, y lo primero fue que Dorotea se vistió con ricos ropajes que llevaba escondidos. Ante el asombro de Sancho, y por mantener las historias que Don Quijote contaba, el cura la presentó del siguiente modo: es la heredera por línea recta de varón del gran reino de Micomicón, la cual viene en busca de vuestro amo a pedirle un don, el cual es que le desfaga un tuerto o agravio que un mal gigante le tiene fecho, y a la fama que de buen caballero vuestro amo tiene por todo lo descubierto, de Guinea ha venido a buscarle esta princesa

Quedó encantado Sancho, que cada vez -nos tememos que más por interés que por contagio- estaba más dispuesto a creer las extraordinarias ensoñaciones de su amo, ya que pronto se apresuró a pedir que en premio a su ayuda le diesen un gobierno, ya que como arzobispo poco le iba a poder favorecer a él... A todo accedieron con tal de seguir adelante, y así fue como Dorotea, convertida en la princesa Micomicona, dejó atrás a Cardenio, al cura y al barbero, que temían ser reconocidos por Don Quijote, y se aprestó a dirigirse a pedir a nuestro protagonista su ayuda de caballero.

Difícil resumir sin que pierda gracia lo que sucedió entre Dorotea-Micomicona y Don Quijote (mejor disfrutarlo leyéndolo), pero sí aclarar que la reacción de nuestro caballero fue la que cabía esperar, poniéndose en todo y rápidamente a las órdenes de la supuesta princesa para matar al gigante que la perjudicaba y a mil más como él si hiciera falta.

Así se pusieron en marcha, haciéndose el cura y Cardenio (disfrazados) los encontradizos por el camino, sucediendo divertidas anécdotas como el hechizo por el que el cura repuso la mandíbula y las barbas al supuesto escudero de la princesa Micomicona, que causó gran impacto en nuestro caballero, o -después de que Sancho les contase la aventura de los galeotes-, los apuros que pasó Don Quijote al contarle que habían sido robados y maltratados por ellos...

Y así continúan su viaje, en el que nosotros les acompañamos...

¡Seguimos!


martes, 28 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 28

Capítulo vigésimo octavo

Que trata de la nueva y agradable aventura que al cura y barbero sucedió en la misma sierra

Estaban, como recordaremos, el cura y el barbero hablando con el desventurado Cardenio, cuando unas sonoras quejas procedentes de un lugar cercano a ellos les hace acercarse a ver quién se lamentaba de tal modo... no hubieron andado veinte pasos, cuando detrás de un peñasco vieron sentado al pie de un fresno a un mozo vestido como labrador, al cual, por tener inclinado el rostro, a causa de que se lavaba los pies en el arroyo que por allí corría, no se le pudieron ver entonces; y ellos llegaron con tanto silencio, que de él no fueron sentidos, ni él estaba a otra cosa atento que a lavarse los pies, que eran tales, que no parecían sino dos pedazos de blanco cristal, que entre las otras piedras del arroyo se habían nacido.
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Llevados por su curiosidad, se escondieron para no ser notados y poder contemplar sin ser vistos. El supuesto mancebo se dedicaba a su aseo cuando El mozo se quitó la montera, y sacudiendo la cabeza a una y otra parte se comenzaron a descoger y desparcir unos cabellos que pudieran los del sol tenerles envidia. Con esto conocieron que el que parecía labrador era mujer, y delicada, y aun la más hermosa que hasta entonces los ojos de los dos habían visto, y aun los de Cardenio, si no hubieran mirado y conocido a Luscinda,

La mujer acabó descubriéndolos y quiso huir, cosa imposible por hallarse descalza, por lo que pronto la alcanzaron e intentaron tranquilizarla Así que, señora mía, o señor mío, o lo que vos quisiéreis ser, perded el sobresalto que nuestra vista os ha causado, y contadnos vuestra buena o mala suerte, que en nosotros juntos, o en cada uno, hallaréis quien os ayude a sentir vuestras desgracias".

Como vemos, era ese lugar ideal para los amantes desengañados, y no había elegido mal Don Quijote... ya eran tres los que alli lloraban sus penas.

No es la intención de esta sección desentrañar lo que aquí ocurre, sino despertar las ganas de leerlo, así que si queréis saber la causa de que mujer tan hermosa se decidiera a perderse en esos riscos de la sierra en traje de varón, en este capítulo lo encontraréis. Sólo adelantaros que se trata de Dorotea, prometida al Don Fernando que casó con Luscinda, la causante de los males de Cardenio...

Así es como se entrelazan dos historias intrísecamente unidas y dos enamorados perjudicados por una misma traición que no fue tanta, porque cuenta Dorotea que Luscinda, en su boda...

¡¡Seguimos!!


lunes, 27 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 27.

Capítulo vigesimoséptimo
De cómo salieron con su intención el cura y el barbero, con otras cosas dignas de que se cuenten en esta grande historia

Habíamos dejado a barbero y cura con la decisión de disfrazarse para poder rescatar a Don Quijote, y para ello pidieron la ayuda de la Maritornes y el ventero, que se la dieron de buen grado. Así, vistieron al cura de mujer y el barbero se colocó una gran barba, y de esa guisa... Encasquetóse su sombrero, que era tan grande que le podía servir de quitasol, y cubriéndose su herreruelo, subió en su mula a mujeriegas, y el barbero en la suya, con su barba que le llegaba a la cintura entre roja y blanca, como aquella que, como se ha dicho, era hecha de la cola de un buey barroso. Despidiéronse de todos y de la buena Maritornes, que prometió de rezar un rosario, aunque pecadora, porque Dios les diese buen suceso en tan arduo y tan cristiano negocio como era el que habían emprendido.

No las tenía el cura todas consigo, pensando que ofendía sus hábitos vistiéndose de aquel modo, por lo que pidió al barbero que cambiasen los papeles y fuera él la gentil dama que convencería a Don Quijote. Ante las risas de Sancho, así lo acordaron, decidiendo aplazar el disfraz hasta que ya estuviesen cerca de donde nuestro protagonista estaba.

Se adelantó Sancho para dar a su amo las nuevas de la supuesta entrega de la carta a Dulcinea y de su respuesta, cuando el cura y el barbero tropezaron con Cardenio, y gracias a ello, terminamos de conocer su historia que, puesto que la podéis leer, resumiremos como la historia de una traición, culminada con el matrimonio de su amada con su, hasta entonces, mejor amigo. Los males y tristeza que todos estos hechos le causaron, eran los que le tenían perdiendo el sentido y vagando por allí, y de seguro hubiera muerto ya, si no fuera por la ayuda de los cabreros.

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Aquí dió fin Cardenio a su larga plática y tan desdichada como amorosa historia, y al tiempo que el cura se prevenía para decirle algunas razones de consuelo, le suspendió una voz que llegó a sus oídos, que en lastimados acentos oyeron que decía lo que se dirá más adelante de esta narración; que en este punto dió fin al capítulo el sabio y atentado historiador Cide Hamete Benengeli


Y así acaba este capítulo. ¡Seguimos!

viernes, 24 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 26

Capítulo vigésimosexto
Donde se prosigue las finezas que de enamorado hizo Don Quijote en Sierra Morena

Imagen Y volviendo a contar lo que hizo el de la triste figura después que se vio solo, dice la historia que así como Don Quijote acabó de dar las tumbas, o vueltas de medio abajo desnudo, y de medio arriba vestido, y que vio que Sancho se había ido sin querer aguardar a ver más sandeces, se subió sobre una punta de una alta peña, y allí tornó a pensar lo que otras muchas veces había pensado, sin haberse jamás resuelto en ello, y era que cuál sería mejor y le estaría más a cuento, imitar a Roldan en las locuras desaforadas que hizo, o a Amadís en las melancólicas.

En estas reflexiones se dio cuenta de que su dama Dulcinea jamás le había dado motivo - como Angélica a Roldán- para volverse loco por haberle engañado, mientras que el motivo de que Amadís se retirase a unas peñas fue la prohibición de su amada Oriana de volver a verla hasta que ella le llamase... Pensó Don Quijote que, ausencia por ausencia, obligada o no, bien podía él también llorar y rezar por la de su amada Dulcinea, por lo que así se entretenía paseándose por el pradecillo, escribiendo y grabando por las cortezas de los árboles y por la menuda arena muchos versos, todos acomodados a su tristeza, y algunos en alabanza de Dulcinea. Versos como:
Hirióle amor con su azote,
No con su blanda correa,
Y en tocándole el cogote,
Aquí lloró Don Quijote
Ausencias de Dulcinea del Toboso.


Pasó así tres días, los que tardó Sancho en volver, lamentándose y con hierbas como único sustento. Pero veamos mientras tanto qué fue de Sancho:

En su camino hacia el Toboso, pasó por la venta donde había sido manteado, y pensando estaba si vencer su miedo y arriesgarse a entrar, motivado por su necesidad de tomar algo caliente, cuando vio salir de ella al barbero y el cura, amigos de D. Quijote, que ya conocimos cuando la quema de los libros. El caso es que, como es natural, se interesaron por dónde y cómo estaba nuestro caballero, mientras Sancho intentaba no dar demasiada información, hasta que le amenazaron con creer que él había matado y robado a su señor. Como no podía ser de otro modo, Sancho les explicó lo que querían saber y quedó el cura encargado de pasar la carta del librito al papel, como había encargado D. Quijote.

Sin embargo, el librito no aparecía y Sancho se desesperaba, no tanto por la carta, que la sabía casi por completo, como por el encargo que su amo hiciera para que su sobrina entregara monturas a su criado. Tranquilizaron a Sancho y el hombre empezó a hacer memoria de lo que la carta decía:
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por Dios, señor licenciado, que los diablos lleven la cosa que de la carta se me acuerda, aunque en el principio decía: Alla y sobajada señora. No dirá, dijo el barbero, sobajada, sino sobrehumana, o soberana señora. Así es, dijo Sancho: luego, si mal no me acuerdo, proseguía, el llagado y falto de sueño, y el ferido besa a vuestra merced las manos, ingrata y muy desconocida hermosa; y no sé que decía de salud y de enfermedad que le enviaba, y por aquí iba escurriendo, hasta que acababa en: Vuestro hasta la muerte, el caballero de la Triste Figura.

Dedujeron, por las palabras de Sancho, hasta qué punto se había contagiado de los delirios de su señor, y no queriendo él entrar en la venta por sus miedos, aprovecharon barbero y cura para diseñar una estratagema que sin duda convencería a Don Quijote y serviría para hacerle regresar...

dijo al barbero que lo que había pensado era: que él se vestiría en hábito de doncella andante, y que él procurase ponerse lo mejor que pudiese como escudero, y que así irían adonde Don Quijote estaba, fingiendo ser ella una doncella afligida y menesterosa, y le pediría un don, el cual él no podría dejársele de otorgar como valeroso caballero andante y que el don que le pensaba pedir era que se viniese con ella, donde ella le llevase, a desfacelle un agravio que un mal caballero le tenía hecho, y que le suplicaba ansimesmo que no la mandase quitar su antifaz, ni la demandase cosa de su facienda hasta que la hubise hecho derecho de aquel mal caballero; y que creyese sin duda que Don Quijote vendría en todo cuanto le pidiese por este término, y que desta manera le sacarían de allí y le llevarían a su lugar, donde procurarían ver si tenía algún remedio su estraña locura.

¡Seguimos!

jueves, 23 de agosto de 2012

Leyendo el Quijote. 1ª parte. Capítulo 25

Que trata de las extrañas cosas que en Sierra Morena sucedieron al valiente caballero de la Mancha, y de la imitacion que hizo a la penitencia de Beltenebros

Don Quijote se despidió del cabrero y montándose en Rocinante, indicó a Sancho que le siguiese. Mientras se adentraban por la Sierra, iba Sancho ardiendo en deseos de hablar, pero no se atrevía por la prohibición que su amo le había hecho, cansado ya de su palabrería y las continuas interrupciones que le impedían centrarse debidamente en sus pensamientos.

Aguantó Sancho lo que pudo; pero viendo que su amo nada decía, comenzó a hablar pidiéndole que le permitiera regresar a su casa
porque querer vuestra merced que vaya con él por estas soledades de día y de noche, y que no le hable cuando me diere gusto, es enterrarme en vida.

Tanto insistió en su desahogo, que... Ya te entiendo, Sancho, respondió Don Quijote, tú mueres porque te alce el entredicho que te tengo puesto en la lengua. Dale por alzado, y di lo que quisieres, con condición que no ha de durar este alzamiento más de en cuanto anduviéremos por estas sierras.

En fin, Sancho, viéndose libre de la prohibición, le hizo saber de nuevo sus recelos y dudas ante la necesidad de meterse en tantas aventuras que tan malas consecuencias tenían para ellos (ya que siempre acababan dejándoles maltrechos), y así le pedía que evitara meterse en la que el loco Cardenio les había narrado.

Pero ya conocemos a nuestro caballero: era inflexible en su decisión cuando se trataba de acudir a la ayuda de damas de tan alta condición como, en esta ocasión, lo era la reina Madasima.

De mis viñas vengo, no sé nada, no soy amigo de saber vidas ajenas; que el que compra y miente, en su bolsa lo siente; cuanto más que desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo ni gano. Mas que lo fuesen, ¿qué me va a mí? Y muchos piensan que hay tocinos, y no hay estacas; ¿mas quién puede poner puertas al campo? Cuanto más que de Dios dijeron..., se desahogó Sancho con esta serie aparentemente inconexa de refranes.
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Su amo le escuchó atento, pero de nada sirvieron sus consejos... Don Quijote había decidido imitar los duelos de Roldán, aunque fuera solo en parte, y llorar por su amada Dulcinea aunque (como bien le indicó Sancho) no tuviera motivos para ello. No obstante, le mandaría con él una carta, y penaría hasta que recibiese contestación ya que el toque está en desatinar sin ocasión, y dar a entender a mi dama, que si en seco hago esto, qué hiciera en mojado; cuanto más que harta ocasión tengo en la larga ausencia que he hecho de la siempre señora mía Dulcinea del Toboso, que como ya oíste decir a aquel pastor de marras Ambrosio, quien está ausente todos los males tiene y teme.

Preparándose al efecto, pregunta a Sancho por el yelmo de Mambrino. Éste, harto, le hace ver la locura que es creer que una bacía de barbero sea otra cosa, a lo que Don Quijote, que siempre tiene respuesta para cada ocasión, contesta: y así eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mi el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa: y fue para providencia del sabio que es de mi parte, hacer que parezca bacía a todos, lo que real y verdaderamente es yelmo de Mambrino, a causa que siendo él de tanta estima, todo el mundo me perseguiría por quitármele; pero como ven que no es más de un bacin de un barbero, no se curan de procuralle

Quería Don Quijote quedarse desnudo, liberar a Rocinante, y quedar allí llorando su desventura mientras Sancho partía a llevar su carta a Dulcinea... Recordemos que Sancho se había quedado sin su pollino, por lo que su espíritu práctico se impuso de nuevo: y en verdad, señor caballero de la Triste Figura, que si es que mi partida y su locura de vuestra merced van de veras, que sea bien tornar a ensillar a Rocinante para que supla la falta del rucio, porque será ahorrar tiempo a mi ida y vuelta, que si la hago a pie no sé cuando llegaré ni cuando volveré, porque en resolución soy mal caminante.

Digo, Sancho, respondió Don Quijote, que sea como tú quisieres, que no me parece mal tu designio, y digo que de aquí a tres días te partirás, porque quiero que en este tiempo veas lo que por ella hago y digo, para que se lo digas. Pues ¿qué más tengo que ver, dijo Sancho, que lo que he visto? Bien estás en el cuento, respondió Don Quijote: ahora me falta rasgar las vestiduras, esparcir las armas, y darme de calabazadas por estas peñas, con otras cosas de este jaez que te han de admirar.


Temiendo Sancho el estado en que quedaría su señor con tantas locuras que pretendía hacer, intentó convencerle: Y más le ruego, que haga cuenta que son ya pasados los tres días que me ha dado de término para ver las locuras que hace, que ya las doy por vistas y por pasadas en cosa juzgada, y diré maravillas a mi señora, y escriba la carta y despácheme luego, porque tengo gran deseo de volver a sacar a vuestra merced deste purgatorio donde le dejo.

Anduvieron así dando vueltas a cómo escribir la carta y hacérsela llegar, cuando D. Quijote se da cuenta de que no sabe leer. Nombra a sus padres y es entonces cuando obtenemos su más exacta descripción:

Ta, ta, dijo Sancho. Qué ¿la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo? Esa es, dijo Don Quijote, y es la que merece ser señora de todo el universo. Bien la conozco, dijo Sancho, y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. Vive el dador, que es moza de chapa, hecha y derecha, y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante o andar, que la tuviere por señora. ¡Oh hideputa, qué rejo que tiene, y qué voz! .
ImagenSe la describe como una campesina zafia y tosca, pero aún así, obtiene más el beneplácito de Sancho que si de una dama de alta alcurnia se tratase, aunque insista D. Quijote: y para concluir con todo, yo me imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad, y ni la llega Elena, ni la alcanza Lucrecia, ni otra alguna de las famosas mujeres de las edades pretéricas, griega, bárbara o latina; y diga cada uno lo que quisiera, que si por esto fuere reprendido de los ignorantes, no seré castigado de los rigurosos.
Se trata, como vemos, de la primera vez en que nuestro protagonista confiesa sus invenciones y reconoce sus locuras, pero el reconocerlo, no es en modo alguno obstáculo para no mantenerse en ellas...

¡Seguimos!

miércoles, 22 de agosto de 2012

Leyendo el Quijote. 1ª parte. Capítulo 24. Cardenio cuenta su desventura.

Capítulo vigésimocuarto
Donde se prosigue la aventura de la Sierra Morena

Dejamos a nuestro caballero en amena charla con el astroso Caballero de la Sierra de modo que nos habremos de enterar del motivo por el que decidió vivir así ya que juro, añadió Don Quijote, por la orden de caballería que recibí, aunque indigno y pecador, y por la profesión de caballero andante, si en esto, señor, me complacéis, de serviros con las veras a que me obliga el ser quien soy ora remediando vuestra desgracia, si tiene remedio, ora ayudándoos a llorarla, como os lo he prometido.

Pidió primero de comer el hombre (a quien nombra Cervantes con distintos apelativos a cual más curioso), y después de acompañarle a un lugar más cómodo, rogando que no le interrumpieran, contó que se llamaba Cardenio, era andaluz, y había tenido la mala ventura de enamorarse de Luscinda desde que eran niños, consiguiendo la desaprobación del padre. LLegó a pedirla por esposa, pero su padre le envió a atender la petición de un grande de España, que le solicitaba como compañero de su hijo.

No se podía denegar la solicitud y allí conoció a Fernando, segundo hijo de duque, del que se hizo amigo y confidente, y que, para su mala suerte, vino a enamorarse también de Luscinda... Seguía Cardenio su historia cuando al nombrar al Amadís de Gaula, Don Quijote no puede evitar interrumpirle para comentar sus excelencias, por lo que -como ya le había avisado- queda la historia en suspenso ya que Cardenio empieza a desvariar ante los comentarios de Don Quijote y alzó un guijarro que halló junto a sí, y dio con él en los pechos tal golpe a Don Quijote, que le hizo caer de espaldas. Sancho Panza, que de tal modo vio parar a su señor, arremetió al loco con el puño cerrado, y el Roto le recibió de tal suerte, que con una puñada dio con él a sus pies, y luego se subió sobre él y le brumó las costillas muy a su sabor. El cabrero, que le quiso defender, corrió el mismo peligro, y después que los tuvo a todos rendidos y molidos, los dejó y se fue con gentil sosiego a emboscarse en la montaña.

No queda la cosa ahí, pues hasta pelean Sancho y el cabrero, pero el interés de Don Quijote está en terminar de escuchar la historia, por lo que deciden ir a buscarle.

¡Seguimos!


martes, 21 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote". Capítulo 23.- Una de cal y otra de arena

Capítulo vigésimotercero
De lo que sucedió al famoso Don Quijote en Sierra Morena, que fue una de las más famosas aventuras que en esta verdadera historia se cuentan

Mal les fue a nuestros protagonistas en su aventura con los galeotes y les dejamos (una vez más) malparados y tristes ante el mal pago recibido a cambio de su generosa intención de ayudar.

Por una vez -milagro parece- nuestro caballero está dispuesto a seguir los consejos de Sancho por miedo a que la Santa Hermandad le persiga por la liberación de presos, aclarando que jamás en vida ni en muerte has de decir a nadie que yo me retiré y aparté deste peligro de miedo, sino por complacer a tus ruegos; que si otra cosa dijeres, mentirás en ello

Nada le importan al escudero esas justificaciones, y contento con la decisión de su amo, se internan en Sierra Morena, dando la triste casualidad de que en aquellos parajes había buscado también escondite el ya conocido Ginés de Pasamonte, que, viéndoles dormidos, decide robar a Sancho su asno.

Inútil es decir la impresión que Sancho se llevó al ver que faltaba su asno: ¡Oh hijo de mis entrañas, nacido en mi misma casa, brinco de mis hijos, regalo de mi mujer, envidia de mis vecinos, alivio de mis cargas, y finalmente, sustentador de la mitad de mi persona, porque con ventiséis maravedís que ganaba cada día mediaba yo mi despensa! . Tristes quejas que despertaron a Don Quijote, el cual intentó consolar a su escudero como mejor supo le rogó que tuviese paciencia, prometiéndole de darle una cédula de cambio para que le diesen tres en su casa, de cinco que había dejado en ella.

Fue suficiente para calmar a Sancho, que se preocupó luego de llenar su estómago con lo que llevaba en la alforjas del pollino, que ahora transportaba él.

 En eso estaba cuando vio que su amo quería levantar con la lanza algo tirado en el suelo y que resultó ser un cojin y una maleta podridos por el tiempo. Ayudó a su amo y abrieron la misma para verificar su contenido que eran cuatro camisas de delgada holanda, y otras cosas de lienzo no menos curiosas que limpias, y en un pañizuelo halló un buen montoncillo de escudos de oro, y así como los vio dijo: Bendito sea todo el cielo que nos ha deparado una aventura que sea de provecho. Y buscando más, halló un librillo de memoria ricamente guarnecido. que leyeron detenidamente, pero sólo pudieron saber que eran escritos de algún amante despechado.

Contento estaba Sancho con el dinero hallado y Don Quijote intrigado sobre quién podía ser el dueño de lo que encontraron, pero como nada se podía hacer, siguieron su camino.

No tardó mucho en surgir una aparición: iba saltando un hombre de risco en risco y de mata en mata con extraña ligereza: figurósele que iba desnudo, la barba negra y espesa, los cabellos muchos y rebultados, los pies descalzos y las piernas sin cosa ninguna; los muslos cubrían unos calzones, al parecer de terciopelo leonado; mas tan hechos pedazos que por muchas partes se le descubrían las carnes. y aunque no le pudieron seguir, en ningún momento le cupo duda a nuestro caballero de que ese personaje debía ser quien tan tristes palabras había escrito, por lo que se propuso buscarle, aconsejando a Sancho que fueran por distintos caminos, a lo que, naturalmente, el escudero se negó, confesando su miedo sin ningún apuro, así como la poca necesidad de encontrarle, ya que si efectivamente era el dueño del dinero, deberían devolvérselo.

Era más la rectitud de nuestro protagonista que la de su criado, por lo que no tuvo más remedio que seguir a su amo, hallando no muy lejos los restos de una cabalgadura y a un pastor que cuidaba sus cabras.

Indagando sobre si conocía a quien buscaban, le contó la historia de un joven que voluntariamente se había condenado a vivir solo por aquellos riscos, sin que hubieran llegado a saber claramente el motivo de tal penitencia que se había impuesto. Habían llegado a hablar con él y ...Por esto conjeturamos que la locura le venía a tiempos, y que alguno que se llamaba Fernando le debía de haber hecho una mala obra tan pesada, cuanto lo mostraba el término a que le había conducido. Todo lo cual se ha confirmado después acá con las veces, que han sido muchas, que él a salido al camino, unas a pedir a los pastores le den de lo que llevan para comer, y otras a quitárselo por fuerza, porque cuando está con el accidente de la locura, aunque los pastores se lo ofrezcan de buen grado no lo admite, sino que lo toma a puñadas, y cuando está en su seso lo pide por amor de Dios, cortés y comedidamente; y rinde por ello muchas gracias, y no con falta de lágrimas: y en verdad os digo, señores, prosiguió el cabrero, que ayer determinamos yo y otros cuatros zagales, los dos criados y los dos amigos míos, de buscalle hasta tanto que le hallemos, y después de hallado, ya por fuerza, ya por grado, le hemos de llevar a la villa de Almodóvar, que está de aquí a ocho leguas, y le curaremos, si es que su mal tiene cura, o sabremos quién es, cuando esté en su seso, y si tiene parientes a quien dar noticia de su desgracia.

Hubo suerte, y fue a su encuentro el intrigante personaje, a quien Don Quijote abrazó como a alguien conocido y con el que se pusieron a dialogar...

Pero esto lo conoceremos en el capítulo siguiente.
¡Seguimos!

lunes, 20 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 22. Los galeotes.

Capítulo vigésimosegundo
De la libertad que dio Don Quijote a muchos desdichados que mal de su grado los llevaban donde no quisieran ir
De nuevo Cervantes, como para "curarse en salud", nos recuerda que estamos leyendo una gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia producto de la creatividad de Cide Hamete Ben-Engeli.

Cuenta esta vez que nuestros dos protagonistas, después de haber departido ampliamente sobre lo que pensaban conseguir en el futuro, van al encuentro de (o sería mejor decir "les viene") una nueva aventura al observar la comitiva formada por hasta doce hombres a pie ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos. Venían asimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie;.

Se le ocurre a Sancho comentar que serían sin duda galeotes, "gente que por sus delitos va condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza", como él mismo explica.

Es oír la palabra "de por fuerza" y despertarse en Don Quijote el ardor caballeresco por el que debía ayudarles a pesar de que su escudero le recuerda que es la misma justicia del rey la que les condena por sus malas acciones.

No es eso obstáculo para Don Quijote: se trata de gente maltratada y él tiene que defenderles, así que se acerca a la comitiva y comienza a hablar con los guardianes, que le permiten preguntar a los condenados el motivo por el que se ven así.

Van respondiendo metafóricamente que han llegado a esa situación uno por enamorado, otro por cantor, el de más allá por pobre, el cuarto por alcahuete... repasando estas historias estaba cuando llega a uno que está mucho más aherrojado porque traía una cadena al pie tan grande que se la liaba por todo el cuerpo, y dos argollas a la garganta, la una en la cadena, y la otra de las que llaman guarda amigo, o pie de amigo, de la cual descendían dos hierros que llegaban a la cintura, en los cuales se asían dos esposas, donde llevaba las manos cerradas con un grueso candado, de manera que ni con las manos podía llegar a la boca, ni podía bajar la cabeza a llegar a las manos.. Interrogado por el motivo, dice llamarse Ginés de Pasamonte, y ser el autor del libro de su vida que espera poder continuar escribiendo mientras esté preso (recordemos que asi fue como escribió Cervantes este libro). En fin, resumiendo puesto que lo podéis leer tranquilamente, ya llevaba Don Quijote el "ardor guerrero" y las ganas de socorrerles, por lo que bastó el oir lo que escuchó para pedir a sus guardianes que los liberasen.



Se armó una terrible batahola y lograron liberarse los galeotes, a los que Don Quijote pidió, como solía hacer, que visitaran a Dulcinea y le contasen su hazaña. No podían ellos hacer eso y con paciencia al principio se lo intentaron explicar, pero no es nuestro caballero, como sabemos, muy dado a que le contradigan, así que vuelve a armarse pendencia, de la que resulta una lluvia de piedras contra caballero y escudero. No se pudo escudar tan bien Don Quijote, que no le acertasen no sé cuantos guijarros en el cuerpo con tanta fuerza, que dieron con él en el suelo; y apenas hubo caído cuando fue sobre él el estudiante, y le quitó la bacía de la cabeza, y dióle con ella tres o cuatro golpes en las espaldas, y otros tantos en la tierra, con que la hizo casi pedazos. Quitáronle una ropilla que traía sobre las armas, y las medias calzas le querían quitar si las grevas no lo estorbaran. A Sancho le quitaron el gabán, dejándole en pelota, repartiendo entre sí los demás despojos de la batalla, se fueron cada uno por su parte con más cuidado de escaparse de la Hermandad que temían, que de cargarse de la cadena e ir a presentarse ante la señora Dulcinea del Toboso.

Y así dejamos una vez más a nuestros protagonistas descompuestos y mohínos, recibiendo mal por bien de aquellos a quienes tan generosamente habían querido ayudar.

¡Seguimos!

viernes, 17 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote". 1ª parte. Capítulo 21.

Capítulo vigésimoprimero
Que trata de la alta aventura y rica ganancia del yelmo de Mambrino, con otras cosas sucedidas a nuestro invencible caballero

Estaba "mosqueado" nuestro caballero con el susto de los batanes, y ni siquiera los quiso usar para protegerse de la lluvia, así que siguieron su camino.

De repente ven a lo lejos a un jinete que portaba algo que relucía como el oro y poco necesitó nuestro caballero para comentar:

Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la misma experiencia, madre de las ciencias todas, especialmente aquel que dice: donde una puerta se cierra otra se abre: dígolo, porque si anoche nos cerró la ventura la puerta de la que buscábamos, engañándonos con los batanes, ahora nos abre de par en par otra para otra mejor y más cierta aventura, (...) digo esto, porque si no me engaño, hacia nosotros viene uno que trae en su cabeza puesto el yelmo de Mambrino, sobre que yo hice el juramento que sabes.

Sancho ya no sabía qué hacer o decir... intentó convencer a su amo de que no se metiera en más líos y que bien pudiera ser que no fuera lo que creía.

¿Creéis que iba a conseguir esta vez que le hiciese caso? ¡Pues claro que no!

El pobre barbero -que eso era el caminante- se había puesto en la cabeza su bacía (vasija plana para remojar las barbas), que debía ser nueva, para protegerse de la lluvia. En cuanto vio llegar a Don Quijote lanza en ristre se apresuró a obedecerle, dejar el recipiente en el suelo y comenzó a correr por aquel llano, que no le alcanzara el viento.

ImagenSancho no pudo por menos que reírse cuando vio los esfuerzos de nuestro caballero para colocarse el supuesto yelmo... sin duda la cabeza de su dueño debía ser muy grande y además le faltaba casi la mitad (el hueco de la bacía para el cuello). Inventó Don Quijote el motivo con la imaginación que le suele caracterizar, y creyó que habían fundido esa parte porque, al ser de oro, habría buscado con ella buenas ganancias.

A pesar de todo, y raro para lo que llevamos visto, quedó contento el caballero y quedó contento su escudero, pues pudo cambiar por los suyos los accesorios de la montura que el barbero dejara abandonada..., y siguieron su camino.

Sancho andaba queriendo conversar, pues no lo hacia desde que le impusiera su amo la ley del silencio... Se lo permitió Don Quijote y poco hizo falta para que volviera a su tema favorito: las ganancias que podrían sacar de todo aquello. Entonces reflexionó en voz alta, aconsejando que nos fuésemos a servir a algún emperador, o a otro príncipe grande que tenga alguna guerra, en cuyo servicio vuestra merced muestre el valor de su persona, sus grandes fuerzas y mayor entendimiento; que visto esto del señor a quien serviremos, por fuerza nos ha de remunerar a cada cual según sus méritos; y allí no faltara quien ponga en escrito las hazañas de vuestra merced para perpetua memoria

No era algo tan fácil, explicó Don Quijote, pues primero era necesario hacer las hazañas y llegar a alguna tan grande que alguien le diera la fama y fueran los propios nobles y grandes caballeros los que le abriesen las puertas de sus castillos. Y empezó a contar detalladamente, tal y como lo veía en sus sueños, lo que pasaría, cómo les recibirían y serían atendidos...

Le costaba poco a Sancho soñar cuando de su tema favorito se trataba, por lo que también se explayó al respecto de lo que su amo le contaba que habría de pasar... En fin, una divertida lectura en la que Don Quijote se ve ya rey y Sancho noble, repartiéndose los honores:

Y aún te sobra, dijo Don Quijote, y cuando no lo fueras, no hacía nada al caso, porque siendo yo el rey, bien te puedo dar nobleza sin que la compres ni me sirvas con nada, poruqe en haciéndote conde, cátate ahí caballero, y digan lo que dijeren, que a buena fe que te han de llamar señoría, mal que les pese.

Terminando el capítulo con una certera reflexión:

Quédese eso del barbero a mi cargo, dijo Sancho, y al de vuestra merced se quede el procurar venir a ser rey y el hacerme conde. Así será, respondió Don Quijote.

¡Seguimos!

miércoles, 1 de agosto de 2012

Leyendo el "Quijote".1ª parte. Cap. 9 (continuación)

De este modo, entregada la traducción, se llega a la continuación de la lucha donde la habíamos dejado : "el primero que fue a descargar el golpe fue el colérico vizcaíno, el cual fue dado con tanta fuerza y tanta furia, que a no volvérsele la espada en el camino, aquel solo golpe fuera bastante para dar fin a su rigurosa contienda, y a todas las aventuras de nuestro caballero; mas la buena suerte, que para mayores cosas le tenía guardado, torció la espada de su contrario, de modo que aunque le acertó en el hombro izquierdo, no le hizo otro daño qeu desarmarle todo aquel lado, llevándole de camino gran parte de la celada con la mitad de la oreja, que todo ello con espantosa ruina vino al suelo, dejándole muy maltrecho."

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Don Quijote, furioso, contraatacó y "Estaba el vizcaíno tan turbado que no podía responder palabra, y él lo pasara mal, según estaba ciego Don Quijote, si las señoras del coche, que hasta entonces con gran desmayo habían mirado la pendencia, no fueran adonde estaba y le pidieran con mucho encarecimiento les hiciera tan grande merced y favor de perdonar la vida a aquel su escudero; a lo cual Don Quijote respondió con mucho entono y gravedad: por cierto, fermosas señoras, yo soy muy contento de hacer lo que me pedís; mas ha de ser con una condición y concerto, y es que este caballero ma ha de prometer de ir al lugar del Toboso, y presentarse de mi parte ante la sin par doña Dulcinea, para que ella haga de él lo que más fuere de su voluntad. Las temerosas y desconsoladas señoras, sin entrar en cuenta de lo que Don Quijote pedía, y sin preguntar quién Dulcinea fuese, le prometieron que el escudero haría todo aquello que de su parte le fuese mandado: pues en fe de esa palabra, yo no le haré más daño, puesto que me lo tenía bien merecido"

¡Seguimos!

Leyendo el "Quijote".1ª parte. Capítulo 9

Capítulo noveno
Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron

Hasta aquí decide Cervantes que llegaba el supuesto pergamino en el que se relataba el inicio de las aventuras de nuestro hidalgo (hijo de algo= caballero) y a partir de aquí, tras pensar en que era imposible que semejante caballero no hubiera tenido quien siguiera contando sus hazañas, nos relata: "está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: esta Dulcinea del Toboso, tantas veces, en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha. Cuando yo oí decir Dulcinea del Toboso, quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de Don Quijote. Con esta imaginación le di priesa que leyese el principio; y haciéndolo así, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de Don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo."

Llevado por el interés que tenía nuestro autor en saber la continuación de sus peripecias "Apartéme luego con el morisco por el claustro de la iglesia mayor, y roguéle me volviese aquellos cartapacios, todos los que trataban de Don Quijote, en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él quisiese".

Y así tenemos la primera descripción general de los protagonistas:
"Estaba en el primer cartapacio pintada muy al natural la batalla de Don Quijote con el vizcaíno, puestos en la misma postura que la historia cuenta, levantadas las espadas, el uno cubierto de su rodela, el otro de la almohada, y la mula del vizcaíno tan al vivo, que estaba mostrando ser de alquiler a tiro de ballesta. Tenía a los pies el vizcaíno un título que decía: Don Sancho de Azpeitia que sin duda debía de ser su nombre, y a los pies de Rocinante estaba otro, que decía: Don Quijote; estaba Rocinante maravillosamente pintado, tan largo y tendido, tan atenuado y flaco, con tanto espinazo, tan hético confirmado, que mostraba bien al descubierto con cuánta advertencia y propiedad se le había puesto el nombre de Rocinante. Junto a él estaba Sancho Panza, que tenía del cabestro a su asno, a los pies del cual estaba otro rótulo, que decía: Sancho Zancas; y debía de ser que tenía, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto, y las zancas largas, y por esto se le debió de poner nombre de Panza y Zancas, que con estos dos sobrenombres se le llama algunas veces en la historia."

martes, 31 de julio de 2012

Leyendo el "Quijote". Parte 1ª. Capítulo 8


Capítulo octavo
Del buen suceso que el valeroso Don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación

Seguían nuestro protagonista y su recién estrenado compañero vagando sin rumbo fijo por la meseta castellana, cuando Don Quijote llama la atención de Sancho hacia unos gigantes contra los que iba a librar batalla y vencerles para mayor gloria de su nombre, quitar la mala simiente sobre la tierra y ¿por qué no? el interés material: con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer.

Imagen No sabía aún el pobre Sancho en qué lío se había metido accediendo a acompañar a su nuevo amo, y, como es natural, pregunta extrañado porque lo que él ve "no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento hacen andar la piedra del molino".
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Como véis, no es de ahora el descubrimiento de la energía eólica, y aunque el avance tecnológico lo haya sustituido por nuevos molinos, ha sido y es elemento habitual en el paisaje castellano. Antes, para moler la harina; ahora, para el aprovechamiento de la energía.

Pues bien, quiso el viento soplar en ese momento y hacer que se movieran las aspas, por lo que Don Quijote se aseguró de la fiereza de dichos gigantes "y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante, y embistió con el primer molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo."

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El buen Sancho no daba crédito a lo que veía, y menos a la ceguera de su señor, que aún después de probar los efectos de su locura exclamaba al querérsela hacer ver: "Calla, amigo Sancho, respondió Don Quijote, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza, cuanto más que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón (inventado, ya que no todos los personajes citados los saca de los libros), que me robó el aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la voluntad de mi espada"

Le ayudó como pudo a montar de nuevo en el también molido Rocinante y continuaron su camino hacia Puerto Lápice, (municipio de la provincia de Ciudad Real) "porque allí decía Don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero" (de mucho tránsito de viajeros), en donde esperaba hallar muchas y nuevas aventuras.

Pero iba entristecido Don Quijote por haber perdido su lanza en el singular combate, por lo que, rebuscando en su memoria, encontró la solución al recordar que un caballero español, llamado Diego Pérez de Vargas, había hecho grandes hazañas fabricándose él mismo un arma de madera. Así que decidió: "de la primera encina o roble que se me depare, pienso desgajar otro tronco tal y bueno como aquel, que me imagino y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a verlas, y aser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas."

El bueno de Sancho le aseguró que creería todo lo que él le dijera, pero se preocupó de su lamentable manera de cabalgar "de medio lado", lo que indicaba hasta qué punto estaba mal; pero al explicarle Don Quijote que no era propio de caballeros el quejarse, le advirtió: "De mí sé decir, que me he de quejar del más pequeño dolor que tenga, si ya no se entiende también con los escuderos de los caballeros andantes eso del no quejarse."

Atento a sus necesidades, recordó a su amo que deberían comer, y aunque Don Quijote ni hambre tenía, permitió a su escudero hacerlo, por lo que, aun montado sobre su asno, "iba caminando y comiendo detrás de su amo muy despacio, y de cuando en cuando empinaba la bota con tanto gusto, que le pudiera envidiar el más regalado bodegonero de Málaga"

Pararon en un bosque al llegar la noche, y mientras Sancho durmió "a pierna suelta", Don Quijote la pasó en vela fabricándose una nueva lanza y "por acomodarse a lo que había leído en sus libros, cuando los caballeros pasaban sin dormir muchas noches en las florestas y despoblados, entretenidos en las memorias de sus señoras".

Hubiera seguido durmiendo Sancho de buena gana cuando su amo le despertó y enseguida pensó en su desayuno y en cómo repondrían lo que iban consumiendo, mientras Don Quijote tampoco esta vez quiso tomar nada.

Siguiendo su camino, y llegando ya a Puerto Lápice, Don Quijote advirtió a Sancho que pasara lo que pasara jamás pretendiera ayudarle cuando estuviera en lucha con caballeros, pues solo podría luchar con gente de su condición, a lo que Sancho replicó que no tendrían ningún problema con eso, ya que "soy pacífico y enemigo de meterme en ruidos y pendencias; bien es verdad que en lo que tocare a defender mi persona no tendré mucha cuenta con esas leyes, pues las divinas y humanas permiten que cada uno se defienda de quien quisiere agraviarle."

En esto aparecieron dos frailes sobre sus mulas, seguidos de un carruaje que no viajaba con ellos pero sí llevaban juntos el mismo camino. No tardó Don Quijote en inventar una nueva aventura: "o yo me engaño, o esta ha de ser la más famosa aventura que se haya visto, porque aquellos bultos negros que allí parecen, deben ser, y son sin duda, algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi poderío."

Imagen Ya pensó Sancho que esto iba a ser aún peor que lo de los molinos, y aunque quiso avisar a su señor, pronto comprendió que de poco le servían sus advertencias porque "en llegando tan cerca que a él le pareció que le podían oír lo que dijese, en alta voz dijo: gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas princesas que en ese coche lleváis forzadas, si no, aparejáos a recibir presta muerte por justo castigo de vuestras malas obras."

No tenía problemas Sancho en ver la realidad de la situación, pero no por eso iba a intentar dejar de aprovecharse, por lo que al fin, tras algunas peripecias "arremetieron con Sancho, y dieron con él en el suelo; y sin dejarle pelo en las barbas le molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo sin aliento ni sentido" mientras Don Quijote hablaba con la señora que en el carruaje viajaba, rogándole que, en premio a haberla librado de sus supuestos raptores, volviera atrás, hacia El Toboso, para contar a su amada Dulcinea lo que había hecho.

Pero no estaba muy dispuesto uno de los escuderos -vizcaíno, por más señas (gente que debía ser considerada muy belicosa)- a volver atrás, por lo que se enfrentó a nuestro caballero y "dio el vizcaíno una gran cuchillada a Don Quijote encima de un hombro por encima de la rodela, que a dársela sin defensa, le abriera hasta la cintura.".

Y, al modo que mantiene el interés una serie o telenovela con el "continuará", así Cervantes nos promete desvelar la intriga en el capítulo siguiente.

¡Seguimos!